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El académico Arturo Pérez-Reverte lleva años confesando su amor por el cine con la misma naturalidad con la que habla de literatura o historia. No es una afición de pose: en su casa guarda una videoteca enorme, “formada por más de 5.000 películas en DVD”, y suele comentar títulos, actores y géneros con devoción de viejo espectador. Esa cinefilia, que atraviesa su obra y su vida, volvió a salir a flote en una charla reciente que ha hecho las delicias de los fans del séptimo arte.
El escritor se sentó con Jordi Wild en el pódcast The Wild Project, donde acudió para promocionar su última novela, pero acabó desviándose, felizmente, hacia sus pasiones cinematográficas. Pérez-Reverte se mueve cómodo cuando habla de películas: lo hace con memoria de sala oscura, con gusto por el clasicismo y con una idea muy clara de lo que significa “cine” en estado puro. La conversación fue una especie de paseo por su filmoteca personal, con paradas obligatorias en títulos que considera esenciales.
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Como era de esperar, el género que domina su corazón es el western. No el moderno, sino el de raíz clásica, el de saloons, sheriffs y polvo en la calle principal. Él mismo lo dejó claro al afirmar que hay una cinta que «lo tiene todo» que es Río Bravo de John Ford y llegó a rematar que si tuviera que llevarse una a la tumba sería esa. También señaló como imprescindibles del género El hombre que mató a Liberty Valance y Centauros del desierto, y mencionó a Ford y John Wayne como pareja clave del Oeste. Y aunque no le entusiasman los spaghetti western, sí salva a Clint Eastwood sobre todo por Sin perdón, que considera a la altura de los grandes clásicos.
Las cinco películas favoritas de Pérez-Reverte fuera del western
Dejando atrás el western, Pérez-Reverte empieza su top personal con una declaración que ya marca el tono de todo lo que viene después. La primera es Tener o no tener (1944) de Howard Hawks, con Humphrey Bogart y Lauren Bacall. El escritor siempre ha mostrado devoción por Bogart y por esa imagen del “héroe cansado” que aparece también en sus novelas: un tipo curtido, sin épica de escaparate, que se mueve por lealtades y orgullo más que por discursos. En esta cinta, Hawks mezcla aventura, tensión política y romance con una química que todavía hoy parece recién estrenada, y ahí se entiende bien por qué Pérez-Reverte la coloca como una de sus piedras angulares.
A partir de ahí entra en el gran templo del clasicismo con una palabra que no necesita presentación: Casablanca (1942), dirigida por Michael Curtiz, tiene a Bogart e Ingrid Bergman al frente, acompañados por Paul Henreid. Es el Hollywood que Pérez-Reverte admira: elegante, irónico y emocional, sin caer en la cursilería, donde cada gesto importa y la historia avanza con una precisión casi matemática. Que la cite en su lista habla de su querencia por el cine que sabe mezclar amor, sacrificio y contexto histórico sin convertirlo en cartel propagandístico. Para él, como para muchos, es un manual vivo de cómo se construye un mito.
Luego se mete de lleno en el cine negro con otro título que señala sin rodeos: La jungla de asfalto (1950) de John Huston y está protagonizada por Sterling Hayden, Louis Calhern y Jean Hagen, con una joven Marilyn Monroe en un papel secundario icónico. Huston levanta aquí un relato de atraco que en realidad es una autopsia moral: personajes atravesados por el destino, códigos de honor en un mundo sucio y una sensación de fatalismo que encaja a la perfección con el gusto de Pérez-Reverte por los perdedores dignos. Es cine con olor a calle, a derrota asumida, pero también a carácter.
En su cuarta elección aparece una sorpresa para quien no le tenga ubicado como espectador feroz de cine fronterizo: La venganza de Ulzana (1972), de Robert Aldrich y la encabezan Burt Lancaster y Bruce Davison, que “es una obra maestra, espectacular, y muy poco conocida”. Aunque tiene ecos de western por paisaje y violencia, Pérez-Reverte la saca de ese cajón porque la lee como algo más áspero: una película seca, dura, sin concesiones morales, que habla de la brutalidad y de la incomodidad histórica sin maquillaje.
Pérez-Reverte busca películas que sostienen su grandeza en personajes, atmósfera y relato, no en el ruido
Y por último, cuando ya parece instalado en el canon clásico, suelta la elección moderna más contundente: Blade Runner (1982) está dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Harrison Ford, Rutger Hauer y Sean Young. “Es una película fundamental”. Se trata de una película de ciencia ficción, sí, pero con alma de cine negro, con melancolía de mundo gastado y preguntas morales sobre identidad, memoria y tiempo. Y en la misma frase deja otra pista de su brújula cinéfila al señalar Los duelistas (1977), también de Scott, con Harvey Keitel y Keith Carradine, como “obra maestra”.