Como si uno de los huevos de ‘Mamá’, de Louise Bourgeois, hubiera eclosionado, una pequeñísima araña correteaba por el suelo de una de las salas … que acogen la exposición ‘Artes de la Tierra’, con la que el Guggenheim despide el año. Un hecho insólito sucedido ayer durante la presentación de las más de cien obras pertenecientes a 48 artistas internacionales que ocupan todo el segundo piso del museo (hasta el 3 de mayo) y que consiguen impregnarlo todo de un potente aroma a tierra, humedad, plantas… Una muestra que se ve y se huele «dedicada al arte vinculado con la naturaleza y con la tierra, y alineada con el compromiso del museo con la sostenibilidad medioambiental», señaló la directora, Miren Arzalluz.
Hay obras de Ghana, Reino Unido, Australia o Tucumán (Argentina), pero también la decena de vasijas realizadas por la vasca Mar de Dios (Bilbao, 1992) con arcilla de la zona de Itxina en Orozko, la obra de Daniel Bestué (Barcelona, 1980) fabricada con limo de la ría tomado a la altura del Guggenheim, a donde será devuelto, o varias piezas de Ibarrola. El caso de la araña, depositada rápidamente entre la ‘Hierba que crece’ sobre el montículo del referente del arte conceptual Hans Haacke (Alemania, 1936) –una reedición de su obra de 1969– es bien raro en un museo, pero sucede en una sala acondicionada con un régimen especial de luz, temperatura y humedad para acoger vegetales, incluyendo una instalación con 26 árboles de distintas especies locales que serán replantados en territorio vasco.

El caso de la araña, depositada rápidamente entre la ‘Hierba que crece’ sobre el montículo del artista conceptual Hans Haacke –una reedición de su obra de 1969– es bien raro en un museo, pero sucede en una sala acondicionada especialmente con un régimen de luz, temperatura y humedad para acoger vegetales, incluyendo una instalación con 26 árboles de distintas especies locales que serán replantadas en territorio vasco. El curator del museo y comisario de esta exposición, Manuel Cirauqui, agradeció al equipo del museo «el enorme desafío» que ha supuesto el montaje –como el control de los hongos que podían entrar en el sistema de ventilación–, que va a la contra de la norma en el contexto museístico, «donde por lo general se quieren eliminar por completo los devenires orgánicos de los materiales. Aquí han llegado obras cargadas de rastros de vida, hechas con materia orgánica y con una proyección en el tiempo de crecimiento«. Así, no solo será posible toparse con la (diminuta) araña, también anda suelto por ahí algún caracol.

La obra de Frederick Ebenezer Okai, y detrás, el relieve de Jorge Satorre.
Yvonne Iturgaiz

Cirauqui: «’Artes de la Tierra’ tiene como objeto no tanto prescribir, prometer o anticipar, sino más bien documentar las transformaciones que se han dado en las prácticas artísticas a lo largo de las últimas seis décadas. En cierto momento las obras de arte abandonan el concepto de posteridad, en muchos casos empiezan a utilizar materiales que van a perecer, que se van a reencontrar con sus ecosistemas de origen y esto plantea un desafío a los museos. Esta historia es indisociable del cambio climático y de la progresiva crisis medioambiental en el mundo, del progresivo estado de ansiedad y del enloquecimiento que vivimos por la alteración irreversible de las condiciones de vida de todos los seres en este planeta, que es en sí mismo un ser».
Arzalluz destacó que los creadores «se han preguntado cómo trabajar con la tierra cuando más necesita cuidados y reparaciones, cómo podemos aprender de la tierra, cómo devolverle todos esos dones que nos proporciona». Agradeció la directora a Iberdrola un patrocinio que incluye el préstamo de tres obras, entre ellas una que descubrirán rápido los más eruditos, uno de los famosos círculos del representante del ‘land art’ Richard Long (Gran Bretaña, 1945), en este caso uno de mármol fragmentado de 1987.

Traviesas de Ibarrola.
Y. Iturgaiz

Rafael Orbegozo, asesor de Presidencia de Iberdrola y responsable de su colección artística, señaló que la muestra «pone de manifiesto en la capacidad del arte contemporáneo para ponernos delante de los grandes problemas del hombre y del mundo, pero no solamente los de hoy, sino los de la mañana. Veréis que hay ejemplos de muchos artistas visionarios que se han anticipado justamente a la reflexión sobre esos problemas».
La primera sala recibe con dos grandes esculturas de Meg Webster (EE UU, 1944): ‘Long Gates’, con tierra prensada, y ‘Soft Broch’, de heno, una artista impulsada por su afán ambientalista y por comprender la comunidad a través del ecosistema terrestre. Entre otras muchas piezas, también hay un collage del vasco Vicente Ameztoy (San Sebastián, 1946)) que estaba alojado en una colección etnográfica.
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Las vasijas de Mar de Dios, en el centro, y la enorme cerámica y la pintura al fondo de Gabriel Chaile
Y. Iturgaiz
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Unas cortinillas creadas en bioplástico especialmente para la ocasión separan las salas. En la segunda el olor es muy intenso y aguarda una sola pieza; gigantesca e impactante, recuerda mucho a una ladera de Timanfaya que podría incluso escalarse. De la tierra oscura asoman unos tímidos brotes verdes. Se trata de una obra de Delcy Morelos (Colombia, 1867) titulada ‘Sorgin’: «La tierra llegó al parecer con algunas semillas y ha germinado», aclaró Cirauqui. Arte vivo.
Mirando al techo de la tercera sala, el visitante descubre unas esculturas que parecen exactamente nidos de golondrina, se trata de la pieza ‘Los Antiguos’ de la artista conceptual Asunción Molinos Gordo (Burgos, 1979), presente en la inauguración: «Con las golondrinas no se distingue quién es el migrante y quién el nativo, no tiene importancia. Los relatos populares de distintas culturas hablan de que cuando el ser humano muere, su espíritu habita cinco días en el cuerpo de estos pájaros, hasta que se da cuenta de que ha muerto y puede seguir su viaje. Lo he escuchado en los relatos que contaban durante mi infancia en mi pueblo y también en un viaje reciente que hice a Egipto». Complementa esta obra con otra llamada ‘Mil leches’, confeccionada con lana de todas las clases de ovejas catalogadas en España «No hay razas, solo especies», asevera. Cerca, sobresalen unas cajas de cristal donde la artista Isa Melsheimer (Alemania, 1968) encierra semillas que recoge en sus visitas a diversos jardines botánicos. Hay una repleta de tierra y vegetación sembrada en 2012.

La obra de Delcy Morelos.
Y. Iturgaiz

Las vasijas de la bilbaína Mar de Dios que centran la cuarta sala tienen su historia: «Siempre había trabajado con arcilla comprada, pero Cirauqui me encargó que para esta exposición usara tierra de cercanía. Hicimos varios paseos por la zona de Itxina, pero siempre encontrábamos arcilla roja sobre la que era muy complicado aplicar pigmentos. Pero un día nos topamos con un árbol tirado por una tormenta la noche anterior y descubrimos que hundía sus raíces en arcilla blanca, mucho más fácil para dar color». El artista Frederick Ebenezer Okai (Ghana, 1986) presenta allí cerca su obra ‘Butterfly I’, realizada con vasijas de barro rotas y reconstruidas e incrustadas en unas vallas de alambre: «He utilizado esas rejillas metálicas que veía en la construcción de los edificios en mi país como andamiaje, unidas aquí con la cerámica».
En esa misma sala cuelga la propuesta en relieve de Jorge Satorre (México, 1979) con poético nombre, ‘Nunca podría olvidar la manera en que me dijiste todo sin decirme nada’, hecha con tierra del centro de arte contemporáneo francés CRAC Alsace. Una enorme vasija con reminiscencias precoloniales y un dibujo plasmado directamente sobre la pared del museo por Gabriel Chaile (Tucumán, Argentina, 1985) se unen al resto de proyectos, de artistas como Giovanni Anselmo, Joseph Beuys, Heidi Bucher, Ana Mendieta, Fina Miralles, Asier Mendizabal, Gabriel Orozco, Asad Raza, Michelle Stuart, Héctor Zamora… Y ‘Uña y hojas de laurel’ (1989), la famosa obra de Giuseppe Penone en la que a más de uno le gustaría meter la mano con la intención de refrescarse.

‘Uña y hojas de laurel’, de Giuseppe Penone.
