A sus 87 años, Anthony Hopkins decidió confesarse en público en Lo hicimos bien, chico, un libro de memorias muy crudo donde repasa su infancia galesa marcada por el alcoholismo, su diagnóstico reciente de Asperger y la redención a través de la actuación. Publicado hace unos días, el libro llega en un momento en que el veterano actor, cuyo último papel relevante fue en 2023, cuando protagonizó el film de Matt Brown Freud’s Last Session, se perfila como un titán reflexivo del cine.
Hopkins no edulcorna nada: desde los internados donde era «Daniel, el zoquete» hasta las borracheras homéricas con compañeros como Richard Burton, su relato es un viaje por la oscuridad personal que culmina en la sobriedad de 1975. «Algo hizo clic en mi cabeza», escribe sobre ese día decisivo en Beverly Hills, cuando el miedo a morir ebrio lo salvó del desastre.
De Port Talbot al estrellato: premios y papeles icónicos
Nacido en 1937 en la industrial Port Talbot, Hopkins creció entre panaderías familiares y un padre «duro, sin tonterías». A los 11, el Hamlet de Laurence Olivier lo embelesó: «Me quedé hasta la última línea del soliloquio», cuenta en el libro. Debutó en cine con El león en invierno (1968, con Peter O’Toole), pero su fama explotó con el caníbal Hannibal Lecter en El silencio de los corderos (1991), por el que ganó su primer Oscar al mejor actor apareciendo solo 16 minutos en pantalla.
Su palmarés es imponente: dos Oscar -por El silencio de los corderos y El padre (2021), cuatro BAFTA, dos Emmy, un Laurence Olivier y un premio Donostia en el Festival de San Sebastián, entre otros. Sus papeles más celebrados incluyen al del mayordomo Stevens en Lo que queda del día, el Dr. Treves de El hombre elefante (1980) y el patriarca que cae en la demencia senil en El padre. Ha trabajado con David Lynch, Steven Spielberg, Martin Scorsese y Ridley Scott, consolidándose como «el actor más prolífico de Gran Bretaña».
Alcoholismo, Asperger y redención
En sus memorias, Hopkins revela que tuvo una juventud de «matón galés»: peleas, borracheras solitarias y un carácter heredado que lo llevó a abandonar a su primera esposa y hija Abigail —con quien aún no se ha reconciliado—. «Disfrutaba de las peleas a puñetazos», admite en el libro. En los 70, tras borracheras legendarias en el National Theatre con Olivier, tocó fondo. La sobriedad llegó abruptamente: «No recordaba dónde había dejado el coche», cuenta.
Su esposa, la colombiana Stella Arroyave, ha dicho más de una vez que ha identificado rasgos de Asperger en la conducta de Hopkins: «Por mi tendencia a la memorización y repetición», afirma él. Pero lo más impactante de todo lo que relata en su flamante libro autobiográfico es una confesión inesperada: «Llevo al diablo en mi interior. Creo que todos tenemos al diablo dentro», sostiene Hopkins.
También matiza con algunos datos más ligeros: dice que el Oscar por su rol como Hannibal Lecter alegró mucho a su madre, que la noticia del segundo premio de la Academia de Hollywood por El padre le pilló durmiendo en Gales, que fue muy amigo de Richard Burton, su ídolo de la infancia, y que admira profundamente a David Lynch. Hoy, a los 87 años, Hopkins pinta, baila en TikToks y elige guiones porque los considera un reto o «por NAR» («No Acting Required»). «Los sueños pronunciados se han hecho realidad», asegura también el gran actor galés en estas memorias que son un gran ejemplo de resiliencia y redención.