Es en uno de los rincones dedicados al arte de la capital leonesa donde la figuración narrativa de Eduardo Arroyo, a veces literario y otras político, da la bienvenida a los visitantes. Veinticinco años después de su primera exposición en la galería Ármaga, el espacio recibe de nuevo al artista madrileño de raíces lacianiegas en una muestra plausible de que no hay muerte que reduzca al olvido su creación.  

«Al ser la galería ya más grande, de más altura, hemos traído piezas fundamentales gracias a su viuda, Isabel de Azcárate, con la que siempre hemos tenido mucha amistad porque fue durante muchos años la directora de la galería Marlborough de Madrid», explica la responsable de Ármaga, Marga Carnero: «Hace unnos años me propuso hacer aquí una exposición y me parecía una apuesta muy alta para mí, pero, bueno, dije que adelante y aquí estamos». No es cualquier espacio el que guarece la obra del consabido creador. Sus paredes y su techo todavía bajo fueron testigos del caldo de cultivo del controvertido complejo escultórico que hace tiempo que habita el entorno de Puerta Castillo. «Aquí se fraguó un poco el tema de la famosa escultura de las moscas que hay en la zona del Archivo Histórico», rememora la galerista.

El equipo de la galería Ármaga, María Pérez Fernández, Marga Carnero y Fran Santa Cruz. | SAÚL ARÉN

Veintinco años después del estreno de Arroyo en Ármaga, no faltan moscas entre los muros de la galería, que rinde homenaje al artista con varias réplicas de pequeña escala. A ellas se suman unas sesenta piezas entre esculturas, pintura y obra gráfica. Todo en una muestra de las creaciones más representativas del autor y de su «muy particular» mundo iconográfico.

«Sobre todo, la exposición se centra un poco en las máscaras de Arroyo, que era algo muy presente en su obra», indica Fran Santa Cruz, miembro del equipo del espacio expositivo y una de las mentes pensantes tras la colección, que cuenta con ejemplos de los fantomas, las máscaras de los boxeadores y los retratos y autorretratos del creador. «A raíz de todas ellas se descubre el discurso hacia el anonimato, que lo podemos encontrar en obras como los ‘Anónimos en el café Byron’ o ‘El retrato de Dorian Grey’», apunta Santa Cruz: «Vaga todo en esa fascinación de Eduardo por cómo el anonimato puede pasar a formar parte de la cultura pictórica».

Uno de los deshollinadores de Arroyo. | SAÚL ARÉN

Sin conceder más importancia a una obra u otra, sin presentarse en ningún caso como una retrospectiva, la exposición cuenta con piezas que están a la venta, desde los 120 euros en adelante. Y lleva por título el nombre de su creador, adquiriendo el anonimato pictórico el bautismo de quien lo cultivó: un enamorado de Robles de Laciana que llegó a consagrarse como uno de los grandes referentes del arte contemporáneo de la segunda mitad del siglo XX y principios del siglo XXI y que, siempre que pudo, regresó a León. 

«Arroyo llegó a participar en la Bienal de Venecia de 1976 y a exponer en lugares como el Centro Pompidou… Hay muchísimas obras de Eduardo Arroyo, tanto en colecciones nacionales como internacionales, pero en León noto que no hay ese reconocimiento», comenta la tercera pieza del engranaje organizador, María Pérez: «Yo crecí sin entender ese conjunto de la mosca y del unicornio; sin entender qué hacía ahí y sin entender nada». La joven estudió en parte Historia del Arte por el interés que le suscitaron obras como estas. «Por ejemplo, la mosca en Eduardo Arroyo es el país de las moscas», revela: «Él se va de España diciendo que es el paraíso de las moscas y todos sabemos dónde se posan… Siempre hay esa ironía y ese humor que, a lo mejor no hay que tomarse tan en serio, pero que es una crítica a todo lo que queda que está podrido y sigue perviviendo en nuestros días». 

Un ejemplo de la obra gráfica del artista. | SAÚL ARÉN

Es una de las ideas que Pérez desentraña en el catálogo que Ármaga presenta a las 12:30 horas de este sábado. Un catálogo que servirá a los espectadores para acercarse a la obra del pintor y escultor; un hacedor de moscas que alumbró con sus manos de artesano mucho más que moscas y que ahora vuelve a la vida –si es que alguna vez se fue– en un rincón de la capital leonesa de la mano de una exposición cuyo objetivo resume Pérez en pocas palabras: «Hemos intentado que la gente vea que Eduardo Arroyo no es solo las moscas y que vea por qué las moscas».