La exposición, Cristina, aborda 15 años entre 1973 y 1989. ¿Podría hacer hoy una secuela de la España que todavía sigue oculta?
Bueno, me centraría sobre todo en los carnavales, se prohibieron durante 40 años, y ahora la gente joven está recuperando esas tradiciones. Se están recuperando carnavales que antes no existían, y se mantiene comunicación con otras mascaradas, sobre todo en Portugal, pero también en Bulgaria, Italia, Rumanía. La España oculta hoy seguiría estando en los carnavales; ya es menos oculta, pero sigue habiendo fiestas desconocidas. Por ejemplo, un compañero me contaba que en Toledo han recuperado una fiesta preciosa. Todavía quedan tradiciones por descubrir; España es grande y tiene mucho pueblo remoto.
Pero los carnavales siguen siendo su escenografía favorita.
Es que los disfrazaron como fiestas de primavera y los prohibieron, alegando que la máscara podía ser usada para cobrarse venganzas. Pero lo importante era la unión con la iglesia y el carnaval, que era un periodo de libertad: poner patas arriba todo, reírse de todos, hacer críticas sociales, políticas, religiosas… Vestirse los hombres con ropa de mujer, cualquier ropa era válida. Era un tiempo de libertad que no interesaba que existiera porque rompía el orden y la lógica, y se disfrutaba de la comida, la bebida y las críticas.
¿Cómo fue capaz de retratar esas escenas tan remotas, locales y secretas?
Creo que el mérito de mi trabajo está más en la información que di, en cómo descubrí cosas, que en la propia imagen. Fueron 15 años de investigación exhaustiva: llamando a telefonistas, a la Guardia Civil, a hoteles, bares, párrocos, vagabundos, feriantes, camioneros… Preguntando siempre. Hice conocer cosas que se despreciaban porque no se conocían o porque no interesaban. España miraba más hacia su futuro que hacia su pasado. El Estado solo promocionaba fiestas que atraían turistas, como la Feria de Sevilla, El Rocío o los carnavales de Cádiz y Tenerife, que entonces se llamaban “fiestas de primavera”. Antes uno iba por España encontrando grupos de fotógrafos en cada zona que te contaban otras fiestas; ahora con internet sabes hasta los horarios y detalles de fiestas de pueblos de 2.000 habitantes.
«Yo quería hacer un estudio sobre tradiciones. La envergadura de mi obra se valoró después, cuando otros la apreciaron»
No fue un trabajo improvisado, sino que hubo una tarea previa de documentación exhaustiva.
Sí. La beca me la dieron en 1973, en primavera, y empecé a trabajar ya en los últimos meses del año, que es cuando hay menos fiestas. Había algunas, pero no las conocía, las más populares son en primavera. Así que en diciembre trabajé poco pero aproveché para comprar todos los libros que pude y preparar mis calendarios y documentación. Las primeras fotos seleccionadas son de principios de febrero de 1974.
En algún momento de esos 15 años, ¿fue consciente de que estaba haciendo un trabajo de cronista de una España en vías de extinción?
No, yo quería hacer un estudio de nuestras tradiciones. Era la base para hacer un buen trabajo. Mirar nuestras fiestas, ritos y tradiciones permite entender la historia, la economía, la geografía. Estaba aprendiendo continuamente. Mi objetivo era hacer un buen trabajo como fotógrafa, crear algo que me diera tranquilidad de haber usado bien mi tiempo. La envergadura de mi trabajo se valoró después, cuando otros lo apreciaron. Desde el principio fui ambiciosa, pero no sabía cuánto tiempo me llevaría ni lo que iba a encontrar. Conocía lo que conocíamos los españoles: San Fermín o las Fallas, siempre fiestas de ciudades o capitales que ofrecían la imagen del país que al Estado le interesaba.
En su exposición hay un trabajo de perspectiva. Todos conocemos fiestas de pueblo, las hemos vivido, pero solo a través de sus fotografías se ve lo pintorescas y costumbristas que resultan desde fuera.
Sí, lo interesante es que nos habla de todo: economía, quién es su patrona, por qué esa devoción, quién la talló… Todo ello contado por una fotógrafa forastera con ojos vírgenes, con asombro, queriendo captarlo todo. Los niños descansando con las Fantas, esperando la procesión del Cristo, bailando durante horas con seriedad y vitalidad… Son detalles que emocionan.

La exposición de Cristina García Rodero en el IVAM que será visitable hasta febrero de 2026. / Kai Försterling/EFE
Eran pueblos castigados, que aún parecían vivir en la posguerra. Sin embargo, en sus fotos también hay felicidad. ¿Era posible?
Sí, de una posguerra larga, aún se veían todas sus consecuencias y la humildad de los pueblos. La gente se adaptaba a lo que tenía para sobrevivir; eso es sabiduría. La inteligencia consiste en adaptarse rápido a las circunstancias, y la intuición es la experiencia de toda la vida expresada en fracciones de segundo. Ves quién tiene corazón, quién es vital y te unes a la fiesta. Las fiestas permitían a hombres y mujeres, viudos o solteros, disfrutar de la vida, bailar y ser felices aunque la vida fuera dura.
Y frente a esa felicidad, y en el marco de esas fiestas, la muerte atraviesa toda la colección.
Sí, una muerte sin muertos, porque lo que hacían metiéndose en los ataúdes era celebrar la vida, agradecer que siguen vivos. Se hacía mucho en Galicia. No es muerte, es vida, personas que se encomendaron a una virgen o a Cristo, que les pedían curarse. Mostraban su drama y su agradecimiento: habían estado en peligro de muerte pero la virgen les había salvado, Santa Marta o quien fuera, para celebrar esa liberación, había muchas maneras, como mostrarlo a los demás saliendo en procesión detrás del santo o la santa.
Hoy en día parece increíble.
Recuerdo una mujer, que hay una fotografía en esta exposición, en Santa Marta de Ribarteme [En Pontevedra], que había tardado 18 años en poder cumplir con su promesa. Vino desde Argentina porque la habían salvado de la muerte y la portaban en un ataúd sus familiares y amigos. Una de ellas le hacía fotos con una Polaroid y entonces se las daba, sacaba una mano del ataúd, las miraba y se las devolvía. Iba con un abanico porque era julio y hacía un calor espantoso, y en la imagen se ve una mano abanicándose, y sus amigos tomando botellines mientras la portaban.
Ha recibido el Premio Nacional de Fotografía, dos Medallas de Oro al Mérito por Bellas Artes y por Trabajo y nada más y nada menos que un marquesado. ¿Le falta alguno?
(Ríe) No lo sé. Todos los premios son un regalo. Lo importante para cualquier creador es que valoren su trabajo, que no pase desapercibido y que no se muera. Que la gente lo entienda y lo valore. Los premios son un reconocimiento, un gesto generoso que agradezco mucho.
«El mérito de mis fotografías está en la información que doy más que en la propia imagen»
En la rueda de prensa ha insistido varias veces en la cuestión económica, un pilar indispensable sin el que no habría podido sacar su trabajo adelante. ¿Cómo ve la fotografía hoy?
Peor todavía, más precario. Antes era difícil porque estaba todo por desarrollar; los 80 fueron mejores. Fui independiente hasta publicar ‘España Oculta’, después me contrató una agencia. Ahora cualquiera tiene una cámara o un móvil, y los periódicos y revistas que antes sostenían la fotografía están desapareciendo. Los fotógrafos se quedan sin trabajo o son menos valorados. En conflictos, hay fotógrafos que mueren por inexperiencia. Antes Vietnam, luego Yugoslavia, ahora Israel, que ya no respeta a nadie y donde van 300 periodistas y fotógrafos asesinados sin contemplaciones, como a los niños, todo con el pretexto de matar a terroristas, pero ya van por más de 60.000 personas. Se necesita conocimiento para evitar problemas. La precariedad y los riesgos son enormes.

Cristina García Rodero en su exposición ‘España oculta’, visitable en el IVAM hasta febrero 2026. / Germán Caballero
A pesar de retratar la vida y sus diferentes realidades, nunca se ha considerado fotoperiodista, aunque Magnum la fichó en 2005.
Es que no siento tanto el instinto de la prensa. Soy una creadora, no voy a por la noticia, no es mi fin. Mi fin es hablar de la vida y hacer un buen trabajo fotográfico. Si lo quieren publicar en una revista o en un libro, o donde sea, estupendo. Pero quiero abrir los ojos al mundo.
Ha sido fotógrafa pero también docente. ¿Cómo ve la evolución de la fotografía, hoy que todos llevamos una cámara en la mano?
Lo importante es tener obra y estilo, personalidad, correr riesgos, dedicarle tiempo toda la vida. Hoy muchos buscan fama rápida. La fotografía se deteriora económicamente porque los periódicos huyen, las revistas mueren y los fotógrafos son menos valorados, se quedan sin trabajo. Hay que crear con pasión, no solo capturar imágenes. Ahora cualquiera tiene una cámara o un móvil con una calidad increíble donde sacan vídeos que llegan antes que la obra de un fotógrafo.
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