Fátima del Reino Iniesta (Alcalá de Henares)
La migraña no es solo un dolor de cabeza. Es una enfermedad neurológica compleja, hereditaria y altamente discapacitante, que marca de forma muy diferente la vida de las mujeres frente a los hombres. En España, una de cada cinco mujeres tiene migraña, frente a uno de cada 16 hombres. Así lo expuso el neurólogo Dr. Roberto Belvís, director del Servicio de Neurología del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona y coordinador del Grupo de Estudio de Cefaleas de la Sociedad Española de Neurología (SEN), durante su intervención en el III Seminario de Periodistas de Lundbeck Migraña: Una carrera de obstáculos, donde subrayó que «la migraña afecta por igual a niños y niñas hasta los 10-12 años« pero, que apartir de la primera menstruación, «la migraña se dispara en la mujer en una proporción de tres a uno».

Ese punto de inflexión coincide con la menarquia. Desde ahí, la migraña acompaña a muchas mujeres durante décadas, atravesando la maternidad, la vida laboral, la crianza, el envejecimiento y, en algunos casos, la menopausia. Según explicó el neurólogo, cuando desaparece la regla las curvas vuelven a juntarse progresivamente, y en torno a los 65 años la migraña tiende a disminuir de forma notable. No obstante, ese recorrido vital no es lineal. Una de cada tres mujeres con migraña menstrual mejora claramente tras la menopausia, pero las otras dos continúan teniendo crisis durante años . Una realidad que rompe el mito de que «la menopausia lo cura todo».

Una de cada cinco mujeres convive con migraña en su etapa más productiva

Según los últimos datos presentados, 5 millones de personas padecen migraña en España, lo que supone un 12% de la población, de las cuales más del 80% son mujeres. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la sitúa como la sexta enfermedad más discapacitante del mundo y la primera en mujeres menores de 50 años.

Para quienes la sufren, la migraña no se mide en estadísticas, sino en renuncias. Así lo describe con crudeza Rocío Blein, paciente desde la adolescencia. Durante una crisis, explica, no se trata solo del dolor. Aparecen la fotofobia, la hipersensibilidad al ruido, las náuseas, el aislamiento. Rocío empezó con dolores de cabeza a los 14 años. Durante años, la respuesta fue automedicarse, como había aprendido en casa. Su madre también sufría cefaleas, pero nunca la llevaron al médico. «Era algo cultural: te duele la cabeza, te tomas algo y sigues». El diagnóstico no llegó hasta después de episodios neurológicos alarmantes, con pérdida de visión, entumecimiento facial y dificultad para hablar.

El peso de «poder con todo»

Uno de los factores que atraviesa todos los testimonios es el mandato social que muchas mujeres interiorizan desde jóvenes. Rocío resumió que «el 85% somos mujeres y tenemos metido en vena que tú puedes con todo. Si somos madres, madres. Tienes que estar con buena cara».

Ese mandato empuja a aguantar durante horas, a posponer el autocuidado, a normalizar el dolor. Luego, cuando el cuerpo ya no puede sostener más, aparece la irritabilidad, la incomprensión familiar, el desgaste emocional. «Llegas a casa irascible, nerviosa, sensible. La migraña no se queda solo en la cabeza», explicó. A esa carga se suma el miedo a «ser la enferma», a sentirse señalada, a reconocerse vulnerable. Aceptar que se convive con una enfermedad crónica cuesta años, incluso después del diagnóstico.

Por su parte, Eva Ortega, paciente con migraña y representante de la Asociación Española de Migraña y Cefalea (Aemice), puso voz a una realidad frecuente. «Mis jefes no contaro conmigo para un ascenso porque yo era ‘la migrañosa’». La penalización laboral aboral no siempre adopta la forma de un despido directo. A menudo se manifiesta en techos de cristal, en dudas sobre la «capacidad», en menor proyección profesional. Por miedo a perder oportunidades, muchas mujeres trabajan enfermas. «Hacemos presentismo. Sacamos en tres días el trabajo de cinco y lo pagamos con nuestra salud«, relató.

«Si una mujer empeora por alteraciones del ciclo, el tratamiento no lo tiene que hacer el neurólogo, sino el ginecólogo»

La migraña, además, no respeta fines de semana ni celebraciones. Eva recuerda cómo su hijo decía en el colegio que su madre «se metía en el cuarto oscuro». Incluso el día de su boda sufrió una crisis que casi le impide continuar con la celebración.

La culpa atraviesa muchos discursos. Culpa por cancelar planes, por no ir a un cumpleaños, por no acompañar a un hijo al parque, por pedir silencio, por cerrar persianas a pleno día. Rocío reconoció que «buscar el equilibrio entre no hacerte la víctima y que entiendan que realmente estás mal es muy difícil».

Eva también habla del impacto transgeneracional: el miedo a que los hijos crezcan normalizando la enfermedad, el dolor y las ausencias. Aun así, recuerda que aceptar la migraña no significa rendirse, sino aprender a convivir con ella con menos culpa y más herramientas.

Hormonas, estrés y una ecuación compleja

La migraña es hereditaria, pero los ataques se activan por desencadenantes. El estrés es el desencadenante principal, seguido del insomnio, los cambios hormonales y la hipoglucemia. En el caso de las mujeres, la menstruación es un factor determinante.

«Cada 28 días, la caída de estrógenos puede desencadenar ataques», explicó el Dr. Belvís. Por eso, recalcó que el control ginecológico es clave en mujeres con migraña mal controlada: «Si una mujer empeora por alteraciones del ciclo, el tratamiento no lo tiene que hacer el neurólogo, sino el ginecólogo».

Una de cada tres mujeres con migraña menstrual mejora claramente tras la menopausia

Además, la enfermedad evoluciona por fases: migraña episódica de baja frecuencia, alta frecuencia y migraña crónica. Más de 15 días de dolor al mes definen la migraña crónica, la forma más grave. En España, un 4% de los pacientes se encuentra ya en esta situación, con una carga de discapacidad extrema

Tratamientos

Según Belvís, «estamos en el mejor momento de la historia para tratar la migraña», gracias a la llegada de terapias específicas dirigidas contra el CGRP (péptido relacionado con el gen de la calcitonina), clave en el mecanismo del dolor migrañoso. Estos fármacos, tanto anticuerpos monoclonales como tratamientos orales, han supuesto un antes y un después.

Eva Ortega lo confirma desde su experiencia personal: «Pasé de ocho crisis al mes a dos o tres. A mí me dieron vida». Sin embargo, denuncia las enormes trabas administrativas que retrasan el acceso a estos tratamientos: hasta tres años de escalones terapéuticos previos antes de poder recibirlos.

Actualmente, solo uno de cada tres pacientes recibe tratamiento preventivo, pese a que miles de mujeres cumplen criterios. Además, los expertos alertan de que la migraña es la enfermedad con mayor tasa de automedicación y de uso excesivo de analgésicos, un problema que puede cronificar aún más el trastorno.