Especial Navidad: Suscríbete hoy a National Geographic y recibe un regalo exclusivo. ¡Solo 500 unidades!
¡NOVEDAD! Ya disponible la edición especial El cerebro infantil de la colección Los Secretos del Cerebro de National Geographic.
La catástrofe de Chernóbil de 1986 cambió el mundo para siempre. No solo se transformaron las políticas nucleares a nivel global (muchos países llegaron a pausar sus programas por miedo a que se repitiera el desastre), sino que también se impulsaron movimientos ambientales que buscaban concienciar sobre los riesgos de este tipo de energía, además de afectar a la salud de miles de personas: cáncer de tiroides —especialmente en niños—, síndrome de radiación aguda en trabajadores de la planta y personal de emergencia, así como leucemia y problemas psicológicos, entre otros.
Debido a la cantidad de material radioactivo liberado (aproximadamente 200 toneladas, lo que se estima que fue 500 veces mayor que la cantidad liberada por la bomba atómica de Hiroshima), no se podrá vivir en Chernóbil durante siglos. Algunos estudios sugieren que no será posible establecerse en los alrededores hasta dentro de al menos 180 años. Sin embargo, la zona del reactor podría tardar miles de años en volver a ser habitable.
El motivo es que algunos isótopos radiactivos tienen una vida media de 24 mil años. Isotopos como el Cs-137 se depositan en el suelo y en los materiales, y tienen una vida media cercana a los 30 años, lo que significa que después de esa fecha, la actividad se reduce a la mitad. Aunque la actividad decaiga, los niveles pueden mantenerse peligrosos durante décadas en zonas con deposiciones altas. Pero como dijo el personaje de Ian Malcolm en la película Jurassic Park: “la vida se abre camino”.
Los hongos de Chernóbil serían clave para proteger a los astronautas
Debido a la ingente cantidad de material radioactivo liberado por el desastre de la central nuclear de Chernóbil, se estima que algunas zonas no podrán ser habitables hasta dentro de miles de años
Mucha gente podría pensar que no hay vida en Chernóbil debido a los altos niveles de radiación presentes, capaces de matar a un ser humano en poco tiempo tras exponerse de manera prolongada sin protección. Pero la realidad es que la zona está llena de vida. El desastre de la planta nuclear de hace casi cuatro décadas ha generado un ecosistema silvestre único en el que animales, plantas y microorganismos han logrado adaptarse.

Los árboles, el musgo y otras raíces están invadiendo los edificios y las carreteras, formando bosques jóvenes que cubren grandes áreas urbanas. Si bien la radiación afecta al ADN de las plantas, la mayoría logra adaptarse para seguir creciendo. Muchas presentan mutaciones, aunque no son visibles a simple vista para los turistas (sí, existen tours en los que se proporcionan contadores Geiger para visitar ciertos lugares).
De hecho, se ha descubierto un interesante hongo negro en Chernóbil que sobrevive alimentándose de la radiación letal, llamando la atención de la comunidad científica por su potencial utilidad. En 1997, Nelli Zhdanova, una micóloga ucraniana, descubrió moho negro que crecía en ruinas altamente radiactivas porque se sentía atraído por la radiación ionizante.
La radiación ionizante, habitualmente, destruye el ADN y las células. No obstante, parece ser un nutriente para estos peculiares hongos ultrarresistentes. El secreto de estos organismos podría ser la melanina; este pigmento natural que da color a la piel, el cabello y el iris de los ojos también protege nuestro cuerpo de los efectos nocivos de la radiación ultravioleta, y parece que es lo que protege al moho negro.
Un estudio de 2007 realizado por un científico nuclear aportó algo más de luz al asunto: los hongos melanizados crecen un 10 % más rápido al ser expuestos al cesio radiactivo. Este descubrimiento permitió llegar a la conclusión de que utilizaban activamente la radiación para obtener energía metabólica; un proceso que acabó denominándose ‘radiosíntesis’.
Otros estudios, elaborados posteriormente, concluyeron que no todos los hongos melanizados tienen este comportamiento. Incluso no se encontró diferencias de crecimiento en los hongos evaluados cuando se expusieron a la radiación. Por ello, se decidió enviar muestras de Cladosporium sphaerospermum —la cepa encontrada en Chernóbil— a la Estación Espacial Internacional.
Fue allí donde el moho prosperó. Ante la intensa radiación cósmica, los hongos experimentaron una tasa de crecimiento 1,21 veces superior a la de las muestras de control en el suelo. Este experimento también ayudó a determinar su potencial como barrera protectora, y es que si bien utilizaban la radiación para desarrollarse, a su vez protegían de ella.
Los científicos creen que los beneficios radioprotectores de este moho no se debería únicamente a la melanina, sino también a otros componentes biológicos, como el agua. Ya se está investigando para incorporarlo como blindaje de las naves espaciales, pues el blindaje estándar, como los metales pesados, resultan muy caros —además de pesados— para lanzarlos al espacio. La propuesta biológica basada en el hongo de Chernóbil es más simple.
La radiación cósmica galáctica es uno de los peligros a los que se enfrentan los astronautas. Una tormenta de protones cargados de alta velocidad proveniente de estrellas en explosión es altamente peligrosa, pues la atmósfera protectora de la Tierra sirve de poco allí arriba.
Aparte de hongos, en Chernóbil y zonas cercanas se ha descubierto que la densidad de lobos es hasta siete veces mayor que en reservas naturales cercanas. Hay una gran presencia de ciervos, alces y corzos, así como de jabalíes, que se adentran en las ruinas en busca de comida. También se encuentran decenas de especies de aves, como águilas, búhos, cigüeñas negras, además de ranas y sapos, lagartos, serpientes y muchísimos insectos.