Hay artistas cuya obra se extiende más allá de los museos, más allá incluso de su propio tiempo. Joaquín Sorolla (1863–1923) es uno de ellos. Un siglo después de su muerte, España sigue redescubriendo las rutas que recorrió, los paisajes que capturó y los vínculos que dejó sembrados en las tierras que pintó. Y entre todos esos lugares, Sigüenza ocupa un espacio particular: discreto, íntimo, cargado de resonancias familiares.






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Hoy, en 2025, la ciudad del Doncel continúa siendo un enclave privilegiado para comprender el diálogo entre Sorolla y Castilla, cuya luz -menos abrasadora que la levantina, más austera y densa- transformó su paleta y amplió su mirada.

Castilla en la mirada de Sorolla: un descubrimiento que cambió su obra

Cuando Archer M. Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, pidió a Sorolla que retratara “España”, el pintor entendió que el encargo era más que un trabajo: era un viaje.

Durante siete años recorrió el país como lo harían hoy los naturalistas de campo: observando costumbres, tomando notas de luz, estudiando rostros y tejidos.

Castilla fue el primer territorio que eligió, y su paso por la antigua Castilla la Nueva,  dejó documentos, bocetos y cartas que aún permiten reconstruir su itinerario.

En 1912 pasó por Guadalajara, por Jadraque y Sigüenza. De aquí surgieron apuntes sobre tierras rojizas, tipos populares y escenas rurales que terminarían formando parte de “Castilla”, el monumental panel de Visión de España: casi catorce metros de humanidad y trigo.

El lazo íntimo: por qué la familia Sorolla sigue mirando a Sigüenza

Ese vínculo artístico se entrelaza con otro, más doméstico. La familia del pintor mantuvo durante décadas una relación natural con Sigüenza y su entorno.






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La tercera hija de Sorolla, Elena, veraneaba en la zona; su marido trabajaba en las fábricas de resina de Mazarete, y la estela de esos veranos se transmitió de generación en generación.

Por eso, en el siglo XXI, la familia del pintor sigue regresando a esta tierra para estudiar archivos, revisar documentación y mantener vivo el vínculo con Castilla, un territorio que forma parte de la textura profunda de la obra sorollista.

El legado que permanece: Sigüenza como territorio Sorolla

Hoy, en 2025, quien recorre Sigüenza puede seguir las pistas del pintor como si fueran marcas sobre un mapa antiguo:

  • Los archivos familiares conservan cartas y bocetos surgidos de los viajes del pintor por Guadalajara.
  • El Museo Sorolla continúa custodiando dibujos y notas sobre su estancia en estas tierras.
  • Y en la Hispanic Society de Nueva York, los paneles de Visión de España siguen mostrando, en el panel de Castilla, gestos, ropajes y paisajes que nacieron en esta zona.

Sigüenza no es el lugar donde Sorolla vivió, pero sí uno de los lugares donde su familia vivió y su obra se transformó. Y, sobre todo, uno de los territorios desde los que mejor se comprende la profunda conexión entre el arte del maestro y la diversidad cultural de la península.

Una mirada actual: por qué el vínculo importa hoy

En un momento en el que España trabaja por preservar y reinterpretar su patrimonio cultural, la relación entre Sorolla y Sigüenza se convierte en una brújula.

El pintor no se limitó a retratar paisajes: capturó formas de vivir, formas de celebrar, formas de trabajar; aquello que hoy denominamos patrimonio inmaterial.

Sigüenza, con sus calles de piedra y su memoria viva, sigue siendo uno de los mejores lugares para leer ese legado.

Y así, más de cien años después, Sorolla continúa regresando a Castilla. No con pinceles, sino a través de quienes estudian su obra, de quienes transitan sus pasos, de quienes reconocen en esta tierra el eco de un artista que supo escucharla.