El Zaragoza es un equipo con una confianza en sí mismo y una seguridad en lo que hace que permite partidos como el de La Rosaleda, en los que su fútbol creciente y resucitado reclamó con fiereza un punto que, eso sí, sudó para atrapar. Su juego hasta pudo cosechar contra el Málaga algo más en un duelo que fue suyo en la segunda mitad por completo. Le costó plantar al Zaragoza su huella en La Rosaleda, pero lo hizo. Desde que está Sellés, casi siempre se juega a lo que intuye y prescribe él. Contra un Málaga centelleante, agresivo, muy intenso y firme, sufrió para sacar adelante sus planes y atar un punto de un pulso divertido, de idas y vueltas, jugado de manera desenfada por todos. Dani Gómez, quién lo iba a decir, en barbecho la pasada semana, germinó con un gol en el descuento, de penalti, en el 95. El Zaragoza ganó en Eibar con 10 y puntuó en una plaza dura cuando ya parecía que no. La ruleta de la fortuna sonríe, pero sonríe porque el Zaragoza la hace girar más fuerte con su fútbol. Enriquecido en Málaga en fases de balón, cada vez más cerebral, afilado y cohesionado en la construcción y generación de juego, el bloque de Sellés hizo muchas cosas bien en una maquinaria cada vez mejor engrasada: el Zaragoza tiene ya interiorizados patrones que hace un mes y medio eran imposibles de imaginar en este equipo. El punto no le saca de abajo aún, pero avisa de que, de seguir así, pronto lo hará.