La Lotería de Navidad nació en uno de los periodos más difíciles de la historia española: la Guerra de la Independencia contra Francia. Ante los enormes gastos derivados del conflicto, el Gobierno buscó nuevas fuentes de financiación y, en 1812, creó un sorteo con el … nombre de «Lotería Moderna». Su impulsor, Ciriaco González Carvajal, ministro del Consejo y Cámara de Indias, la concibió con un objetivo claro: incrementar los ingresos del Estado sin aumentar la carga sobre los ciudadanos.
En este contexto de crisis, Cádiz acogió el primer sorteo el 18 de diciembre de 1812, utilizando papeletas numeradas. El primer Gordo repartió 8.000 pesos fuertes, equivalentes a 64.000 reales por número, y el ganador fue un ciudadano corriente que había invertido solo 40 reales en el 03604. Así se inauguraba una tradición que simbolizaba esperanza tras años de penurias, precisamente poco después de la batalla de Arapiles y la retirada de los franceses de Andalucía.
En aquel tiempo, participar no era algo al alcance de todos. Las necesidades básicas eran prioritarias: un campesino ganaba alrededor de 5 reales diarios, mientras que el pan —por la escasez de trigo— costaba cerca de 20 reales por kilo, un precio prohibitivo. Sin embargo, quien tenía la fortuna de ganar el Gordo podía comprarse, por ejemplo, una vivienda de unos 150 metros cuadrados en Madrid, que entonces costaba unos 27.000 reales.
Desde entonces, la lotería se ha convertido en una cita fija para los españoles, aumentando progresivamente la venta de décimos. En 1832 ya se emitían 12.000 números, y en 1850 se introdujeron por primera vez los bombos metálicos. En esa época, el premio mayor ascendía a 300.000 reales, una cifra considerable si se tiene en cuenta que el salario medio anual de un obrero rondaba los 2.000 reales, según el historiador Manuel Tuñón de Lara.
Años después, en 1868, la historia del país volvió a agitarse: Isabel II fue destronada, la economía atravesó una fuerte crisis y el ministro Laureano Figuerola instauró una nueva moneda —la peseta—, marcando otro cambio decisivo en la historia de España y también en la evolución de su lotería.
La llegada del sorteo de Navidad
En 1881 se promulgó una ley de «Construcción de Barriadas Obreras», mediante la cual el Estado y los ayuntamientos podían ceder terrenos gratuitamente a los promotores con el fin de levantar barrios formados por un máximo de 100 viviendas, de no más de dos plantas y cuyo valor no superara las 2.000 pesetas o los 30 de alquiler. Esto implicaba que, quien obtenía el Gordo de la Lotería de Navidad, podía permitirse una de estas modestas viviendas de protección oficial. No obstante, no todo eran motivos para celebrar: la historia del sorteo también conoció momentos menos afortunados.
«Me parece que con eso les hacen un beneficio, porque la alegría de los premios dura hasta que se cobran. Y si no les pagan, alargarán su alegría»
Seis meses después de la creación de la revista Blanco y Negro, en 1891, apareció una curiosa referencia sobre la lotería: «En Barcelona hay personas que, tras ganar un premio en la Lotería de Navidad del año pasado, aún no han cobrado. Quizá sea hasta un favor, porque la alegría del premio dura hasta que se cobra, y si no se paga, la alegría se prolonga».
Por aquel entonces, el sorteo todavía no llevaba oficialmente el nombre de «Sorteo de Navidad». Esa denominación se adoptó al año siguiente, y no apareció impresa en los décimos hasta 1897, cuando sustituyó la leyenda anterior, «Prósperos de Premios».
Con la llegada del siglo XX, la Lotería de Navidad se consolidó como una de las tradiciones más arraigadas entre los españoles. En 1905, el precio de un décimo era de 100 pesetas, mientras que el Gordo alcanzaba los seis millones de pesetas por billete. Sin embargo, los salarios de la época eran muy modestos y no crecieron al mismo ritmo que el coste de la vida ni de las apuestas: un trabajador medio ganaba alrededor de 1.200 pesetas anuales, y las mujeres, unos 900. Ganar el Gordo significaba embolsarse 600.000 pesetas por décimo (unos 3.600 euros actuales), equivalente al sueldo de 500 trabajadores al año. En el ámbito rural, donde los salarios apenas llegaban a 500 pesetas anuales, el premio suponía una auténtica fortuna.
Con esa cantidad, un agraciado podía comprarse varios automóviles, como el primer modelo de la marca Hispano-Suiza, de 10 caballos de potencia, que costaba 14.000 pesetas. Y si así lo deseaba, incluso podía permitirse adquirir la propia empresa, cuyo capital social rondaba el medio millón de pesetas.
El sorteo de la Lotería de Navidad durante la Primera Guerra Mundial
Desde su creación en 1903, el diario ABC comenzó a recoger las historias más peculiares y conmovedoras de los ganadores de la Lotería de Navidad. Una de las más curiosas fue la del señor Herce, quien resultó agraciado con el Gordo de 1918. Según relataba el periódico, su esposa le había escrito meses antes, en agosto, pidiéndole que buscara el número 5.605, inspirado en una «combinación» surgida de unas plantas de habas sembradas por ella. Una de aquellas semillas, decía la historia, mostraba inscrito el número premiado.
Aquel año estuvo marcado por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, que provocó una fuerte inflación: el poder adquisitivo cayó en un 21% y los precios se dispararon. En ese contexto, un décimo costaba 100 pesetas, mientras que el Gordo otorgaba 12 millones de pesetas al billete completo, es decir, 1,2 millones por décimo. Para comparar, un obrero medio ganaba unas 2.300 pesetas al año, lo que convertía el premio en una auténtica fortuna.
Por entonces, la Ley de Casas Baratas de 1911 había abierto la puerta a una mejora en las condiciones de vivienda de las clases trabajadoras. Fue el primer intento serio del Estado por aliviar la falta de hogares dignos, impulsado durante el trienio reformista de José Canalejas. La norma fomentaba la construcción y rehabilitación de viviendas bajo requisitos específicos, reservándolas a quienes no percibieran más de 3.000 pesetas anuales en 1912, un límite que aumentaría a 4.000 en 1919 y a 5.000 en 1921.
Eran años de inestabilidad política y económica, pero la Lotería de Navidad siguió siendo una constante en la vida de los españoles. Durante la Segunda República, representaba alrededor del 1% del PIB nacional, y el sorteo siguió creciendo en importancia: el primer premio alcanzó los 15 millones de pesetas, con décimos a 100 pesetas, un precio equivalente a diez veces el salario diario medio de un obrero. En otras palabras, una participación ganadora del Gordo llegó a suponer el salario anual de más de 200 trabajadores.
La Lotería de Navidad en la Guerra Civil
Ni siquiera la Guerra Civil española logró interrumpir la celebración del Sorteo de Navidad. Al igual que el país, la lotería también quedó dividida en dos, con una versión republicana y otra nacional, algo que podía verse reflejado en las páginas de las dos ediciones de ABC, publicadas respectivamente en Madrid y Sevilla.
A pesar de las bombas y la incertidumbre de la época, la ilusión del Gordo consiguió mantenerse viva. Durante aquellos años, la venta de décimos representaba alrededor del 1,1% del PIB, lo que suponía cerca del 3% de los ingresos del Estado. El premio principal alcanzaba entre tres y cuatro millones de pesetas, aunque el contexto económico era devastador: el PIB per cápita había caído un 80%, y España no recuperaría los niveles de consumo de 1929 hasta 1957.
Los primeros reintegros
El reintegro se incorporó a la Lotería de Navidad en 1941, y en 1957 el sorteo se transmitió por televisión por primera vez. Durante esa década comenzaron a circular los billetes de 1.000 pesetas, y también aparecieron en las carreteras los primeros Seat 600, que costaban alrededor de 65.000 pesetas. Quien resultaba agraciado con el Gordo, dotado entonces con 7.500.000 pesetas por décimo, podía comprarse varios de estos coches, ya que el premio equivalía al sueldo anual de unos 124 trabajadores.
Con la entrada de la Constitución española de 1978, el precio del décimo subió a 2000 pesetas. Una vivienda costaba unas 300.000
Hacia 1967, un piso de tres habitaciones en la Avenida de América (Madrid) tenía un precio aproximado de 340.000 pesetas, mientras que una vivienda de cuatro habitaciones en El Viso oscilaba entre 200.000 y 350.000 pesetas. En zonas periféricas, como el Barrio de la Concepción, los pisos podían encontrarse desde 140.000 pesetas.
Con la aprobación de la Constitución en 1978, el precio del décimo se elevó a 2.000 pesetas, en una época en la que el salario mínimo rondaba las 216.000 pesetas anuales. El popular Seat 600 había dado paso a modelos como el Citroën 2CV o el Renault 4, que costaban cerca de 234.000 pesetas, y una vivienda de unos 100 metros cuadrados tenía un precio medio de 330.000 pesetas. Por su parte, el Gordo alcanzó una cifra récord de 200 millones de pesetas por décimo.
Tras la entrada en vigor del euro en 2002, el premio principal quedó fijado en 400.000 euros por décimo. Pese a ser una cantidad considerable, el encarecimiento del coste de vida y del mercado inmobiliario ha reducido notablemente su valor real. Hoy en día, con ese dinero puede adquirirse una o dos viviendas de tamaño medio en ciudades pequeñas, pero en grandes urbes como Madrid o Barcelona apenas alcanza para pisos céntricos. Incluso la compra de vehículos resulta más costosa comparativamente que en el pasado.
El impacto de la inflación y la fiscalidad ha sido decisivo en esta pérdida de poder adquisitivo. Desde 2011, el premio ha perdido cerca de un 34% de su valor real como consecuencia de la subida de precios, según los datos del INE hasta octubre de 2025. Además, desde 2013, los premios superiores a 40.000 euros están sujetos a una retención fiscal del 20%, lo que reduce el importe neto del Gordo a unos 328.000 euros, tras descontar los 72.000 euros de impuestos. Esto limita aún más su capacidad de compra y demuestra cómo el paso del tiempo ha afectado la «magia» económica del gran premio navideño.
La vivienda y los vehículos también suben de forma notable
De este modo, los precios de los coches nuevos han subido desde 2019 casi un 40% en España, unos 11.000 euros más que antes de la pandemia del coronavirus. Por otro lado, las casas de segunda mano han subido un 13%, la mayor subida desde 2007. Para las casas de vivienda libre, el porcentaje es similar y el metro cuadrado de media se paga ya a 2100 euros.