Jueves, 11 de diciembre 2025, 20:33
Cuando uno se enfrenta a sus obras la realidad muta en escenario. Su figuración está poseída por una silenciosa abstracción y de manera inevitable surge una indefensión ante la mezcla de misterio, fascinación, fragilidad y seducción. El escultor se alimentó conceptualmente de la pintura. El creador confesó su intención de que su obra conservara sus elementos ilusionistas. De los artistas del Renacimiento, por ejemplo, asumió una de sus principales preocupaciones: cómo situar al espectador en relación con la totalidad de la obra, «en relación con el momento de la creación del maravillarse».

© Museo Nacional del Prado / Luis Asín
Inspirada especialmente en el manierismo y el Barroco, la obra de Juan Muñoz se fundamenta «en la experimentación con las formas y los volúmenes de los personajes, las extrañas relaciones espaciales, la manipulación del espacio y la tensión entre espectador y objeto». Los ecos de Velázquez y Goya resuenan en toda su obra, desde los espejos que implican al espectador hasta las escenas de absurdo silencioso que recuerdan los Caprichos o los Desastres, «dramatizando esa fina línea entre la risa y el sufrimiento que tanto fascinó a Muñoz y que aprendió de Goya». A pesar de su profundo compromiso con la historia del arte, Muñoz (1953-2001), reconocido por renovar la escultura figurativa y realista, fue un innovador que trascendió la estética de su tiempo. Además de un «narrador» cuyas historias piden «suspender nuestra incredulidad y adentrarnos en su ilusionismo barroco».
En el Prado Muñoz habita como si sus criaturas hubiesen pertenecido siempre a ese ecosistema universal de ‘Historias de arte’, epígrafe que preside la exposición. Una obra en la que se aprecia una relación conceptual persistente con el arte y la arquitectura renacentista y barroca en su manera de abordar la perspectiva, la composición y la puesta en escena. Del malogrado artista madrileño se han sucedido en el tiempo numerosas exposiciones. En Cantabria expuso, en vida, en la Sala Robayera, bajo la dirección de Juan Manuel Puente, y recientemente el Centro Botín dio cabida a la primera retrospectiva de la obra dibujística del escultor. Una producción que reflejó los registros explorados en esa práctica a lo largo de dos décadas. Lo singular de la propuesta del Prado es que contiene el simbolismo de un ‘regreso’: el vínculo entre el artista contemporáneo y la historia del arte, que Muñoz «estudió con pasión y sin un orden establecido desde muy joven».

© Museo Nacional del Prado / Luis Asín
Sus constantes visitas al Prado le convirtieron en un admirador de los grandes maestros, cuyas lecciones mezclaba «de modo irreverente», hasta el punto de afirmar: «Puedo tomar de los artistas anteriores lo que quiera y lo que necesite… No tengo ningún problema en reconocer que la Dama de Baza es tan importante para mi obra como un tubo de neón: de la historia del arte robo todo lo que puedo».
Comisariada por Vicente Todolí, quien fuera director de la Tate Modern, la exposición reúne instalaciones, esculturas, libros personales, gabinetes con pequeñas figuras, dibujos y grabados que revelan la profunda conexión que el artista mantuvo con los grandes maestros del Prado. Influenciado por Borromini, Bernini, entre otros, Muñoz creó escenarios donde el espectador se convierte en actor, testigo y protagonista de escenas cargadas de tensión psicológica y misterio.

© Museo Nacional del Prado / Luis Asín
Creencia y desorientación
De ambos aprendió a concebir la arquitectura como un marco teatral, capaz de provocar tanto la creencia como la desorientación: «Creo que a los grandes artistas del Barroco se les pedía lo mismo que a los artistas modernos: construir un lugar ficticio. Hacer el mundo más grande de lo que es». Los avatares de Muñoz evocan la escultura griega clásica a la vez que dialogan con los textos absurdistas y existenciaistas de Borges y Beckett. A mediados de los años ochenta del siglo XX comenzó a incorporar suelos ópticos en sus instalaciones, evocando los de Borromini, pero también estructuras minimalistas a la manera de Carl Andre, concebidas para ser recorridas. Continuó utilizando la arquitectura como parte integral de su obra, creando entornos dramáticos que envuelven al espectador.
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En datos
El Museo del Prado dedica una gran exposición temporal e instala varias obras en las salas. ‘Juan Muñoz. Historias de arte’. El artista (1953–2001), visitaba con frecuencia la pinacoteca nacional. Comisariada por Vicente Todolí, quien fuera director de la Tate Modern (2003-2010), la exposición reúne hasta el 8 de marzo de 2026, en las salas C y D del edificio Jerónimos y diferentes espacios del edificio Villanueva, instalaciones, esculturas, libros personales, gabinetes con pequeñas figuras, dibujos y grabados. -
40 obras
Un recorrido por la obra de uno de los escultores más singulares, cuya práctica estuvo marcada por el ilusionismo, la teatralidad y la arquitectura como espacio de ficción.
Otro motivo recurrente en su trabajo son los balcones, «una metáfora de mirar aquello que te mira», un escenario de observación recíproca. Consciente del efecto que producían sus figuras, Muñoz aclaró que su deseo no era el de provocar miedo o tristeza en el espectador, si no el de activar el aspecto inquietante de una escena en la que ambas sensaciones se entremezclan. En el Prado una treintena de salas y esas cerca de cuarenta creaciones invitan a adentrarse en ese universo de querencias y contrastes. También sus dibujos, como en Santander, asoman en las estancias «Dibujar es un placer, una tarea solitaria y muy hermosa».
Otra sección incluye una selección de los muchos libros que Juan Muñoz tenía en su biblioteca sobre estética e historia del arte, y especialmente, sobre el Renacimiento y el Barroco, periodos que el artista estudió con gran interés y cuya relación con su obra se explora en esta exposición. También se han incluido uno de sus cuadernos de apuntes y varios recortes con anotaciones.
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