La nueva película de Judith Colell, directora siempre esperada desde que hiciera ‘Elisa K’, tiene dos coordenadas que se cruzan, lugar y tiempo, y un vector o segmento argumental que las explica. La historia que cuenta ocurre en un pueblo de los Pirineos fronterizo … con Francia y un par de años después del fin de la Guerra Civil, y el argumento se separa, al menos en parte, de la trama habitual de nuestro subgénero de posguerra. El conflicto que muestra es la llegada a esa frontera de los judíos que huyen de la Francia ocupada por los nazis.
El guion de Miguel Ibáñez Monroy y Gerard Giménez reproduce en esas coordenadas la ambigüedad que históricamente mantuvo el franquismo con los judíos, que a la vez era antisemita y filosefardí, y que no hubo prohibición de entrada a los miles de refugiados que llegaban, pero sí una política de control y trabas, de entregas ruines y de tránsito hacia Portugal. Y en cierto modo, ‘Frontera’ representa mediante unos cuantos personajes esa situación ambigua y trágica, un funcionario honrado que intenta ayudar a los que piden refugio, un alcalde servicial a los que mandan, un Guardia Civil al mando que busca su provecho con el estraperlo, un oficial nazi naturalmente sanguinario…
Judith Colell no los descarga de su condición de ‘clichés’ y reproducen, en la ficción, ese punto negro de la historia, esa encrucijada o confluencia que, con otro espíritu, otra épica y otro glamour tuvo ‘Casablanca’, cuyos personajes ‘clichés’ tienen esa manita de eternidad. No le ocurre eso a la película de Colell, pero intenta transmitir en lo rural y sencillo ese grumo de sentimientos, noblezas, ruindades y codicias que asaltan al ser humano en las situaciones extremas.



Fotograma de ‘Frontera’ con Miki Esparbé, Asier Etxandia, Jordi Sánchez, Bruna Cusí y María Rodriguez Soto
Aunque ‘Frontera’ adquiere otro sentido más actual que el del Café de Rick, y es el de reflejar algunas situaciones presentes de la inmigración, aunque de un modo muy esquemático y sin afinar en exceso el mensaje que podría rezumar de una comparación apresurada. El cuerpo actoral no busca, claro, la eternidad de sus personajes, sino hacerlos comprensibles, humanos e inhumanos. El peso lo llevan Miki Esparbé en su versión más seria; Asier Etxandia, que repite el tono y el timbre que mostró en ‘La cena’; Jordi Sánchez, esta vez sin gracia, y las actrices Bruna Cusí y María Rodriguez Soto, que están perfectas en unos personajes bien trabajados de mujeres con fuerza.