Los homenajes en vida importan. Y el que recibió Iñaki García Ergüin el pasado 14 de noviembre en el Itsasmuseum —a propósito de la presentación … de La Obra Invitada del Museo de Bellas Artes— se ha convertido este viernes en una despedida involuntaria. El pintor bilbaíno, fallecido a los 91 años, vivió ese día su última comparecencia pública en el Museo Marítimo, «y seguramente también en la ciudad», recuerda Jon Ruizgómez, director del Itsasmuseum.


«He dejado fruto, exprimiendo la vida»


El puerto de Ondarroa desembarca en Itsasmuseum con la obra de García Ergüin

Aquel día, García Ergüin llegó con retraso. El artista llegó cuando la rueda de prensa había acabado debido a «un pequeño malentendido de hora», algo comprensible en una persona de 91 años. Pero nada empañó el momento: «Venía con mucha ilusión, venía feliz, entrañable, con ganas de contar cosas», recuerda Jon Ruizgómez. Frente a ‘Ondarroa’, una obra de 1974 expuesta cincuenta años después, el artista empezó a desgranar recuerdos, episodios de vida, historias suyas. Habló sin prisa, rodeado de un pequeño grupo de prensa junto a la restauradora Ainhoa Otaño y al director del Bellas Artes Miguel Zugaza, que lo escuchaban como quien escucha a alguien que ya forma parte de la memoria de la ciudad. Y es lo que será él, memoria de la ciudad.

Aquel encuentro, pensado como una visita, terminó siendo «más que un homenaje»: una escena íntima y alegre, con García Ergüin negándose a sentarse en una silla incluso cuando ya no quedaba nadie en la sala. «Estaba sonriente, a gusto. Sintió el cariño», resume Ruizgómez, que destaca lo emotivo que fue acompañarlo después hasta su casa, en un trayecto que hoy se recuerda con una mezcla de ternura y despedida.

Conferencia cancelada

El museo tenía prevista una conferencia con él para este mismo día, ya aplazada por el catarro que arrastraba el pintor, pero seguían en contacto. «Estuvimos preparando la conversación; estaba muy animado», recuerda Zugaza. «Me hubiera gustado poder tener esa charla porque era un gran conversador sobre arte», lamenta el director del Bellas Artes, que solía visitarlo en su estudio. «Nunca dejó de pintar. Siempre estaba en la batalla del pintor: levantarse cada día con ganas de hacer un cuadro mejor». Con su fallecimiento, Ondarroa —que permanecerá expuesta hasta verano— se convierte, sin pretenderlo, en la pieza que marca su última huella pública en Bilbao. «Se va una persona a la que teníamos aprecio profesional y cariño personal, y uno de los grandes autores del arte vasco contemporáneo, con proyección internacional», afirma Ruizgómez. Y, como promete Zugaza, «seguro que tendrá algún otro homenaje».

Zugaza recuerda también los trabajos que hicieron juntos pero destaca el que es para él «la mejor obra de Iñaki», el mural ‘Carmen’ con la que ‘vistió’ la fachada del museo durante las obras de 2000, que ahora se expone en la bodega Eguren. Una pieza sobre la historia escrita por Prosper Mèrimée y que Bizet convirtió en la Ópera más representada. «Recibió aquel encargo como un adolescente», sonríe. Esa mezcla de humildad y ambición artística —«consciente de que el arte representa cosas, pero también de que es una presión sobre la superficie»— es, para él, uno de los rasgos más puros del pintor.

El director del Bellas Artes reivindica esa doble identidad que lo caracterizaba: profundamente moderno —con una tendencia al expresionismo y una pincelada que dialogaba con grandes maestros— y, al mismo tiempo, consciente de pertenecer a una genealogía artística más amplia. Quizás por eso su relación con el museo fue tan constante. «Siempre rondó el Bellas Artes como quien vuelve a una casa conocida; no solo quería estar presente con su obra, sino con el resto de esa tradición a la que él aspiraba a pertenecer».