Iván Benito

Viernes, 12 de diciembre 2025, 16:24

| Actualizado 19:48h.

El Kosner Baskonia se fue hasta los Emiratos Árabes para encontrar al sustituto de Tadas Sedekerskis durante su recuperación de tobillo. Dubái era solo un sitio de paso, lucrativo, para Eugene Omoruyi (Benin City, 1997), al que jugar 87 partidos en la NBA repartidos por cuatro franquicias le reportó menos de dos millones de euros. La cifra se antoja escasa para los salarios disparatados que se perciben al otro lado del Atlántico. La cuenta corriente que tantos jugadores priorizan por encima de todas las cosas parece tener menos peso en el caso del nuevo ala-pívot azulgrana, que ayer aterrizó en Madrid y se espera que debute este sábado en Gran Canaria.

El interior de 28 años y 1,98 metros de altura, inscrito con el dorsal 5 en la ACB, aún no se había estrenado en la Liga Norteamericana cuando donó dinero para los niños de su ciudad natal, Benin City, en Nigeria. Su cumpleaños es el día de los enamorados. A punto de cumplir los 24, les hizo una petición especial a sus padres. No quería regalos. Su deseo era que enviaran dinero a una asociación sin ánimo de lucro para que compraran comida, ropa y otros artículos esenciales para los más pequeños. «Contribuir es algo especial para mí«, contó a los rectores de su universidad. El donativo fue a parar a la fundación Godsent, que tiene el objetivo de alimentar a un millón de personas en Nigeria, el país más poblado de África (más de 230 millones).

La familia Omoruyi es una de las muchas que emigró a Canadá en busca de una vida mejor. Lo hicieron por partes. Jane, la madre, fue de avanzadilla con su hija mayor y el bebé Eugene, que tenía un año, mientras que el padre, Frank, llegó unos años después. La mujer era estudiante de enfermería por aquel entonces. Por el día trabajaba y por las noches acudía a la biblioteca con sus dos hijos, que aún no podían quedarse solos en casa. «No se tomaba un día libre. Observarla me hizo comprender la vida», contaba el ex de los Mavericks, los Thunder, los Wizards y los Pistons en una entrevista postpartido. Su disciplina y sacrificios sobre la cancha proviene de aquellas noches en las que tenía prohibido hacer ruido mientras su madre no acabara sus tareas académicas.

Los tres se instalaron en Rexdale, un suburbio de Toronto. A su lado tenían un vecino italiano que regalaba algún juguete a los pequeños y que apodó ‘Geno’ al flamante jugador azulgrana, que le gusta que le llamen así. Por contra, su adaptación en el barrio no fue tan sencilla. «Siempre me trataron como a un extraño», sintió pese a que agradece la diversidad cultural de Canadá. Tiene muy marcado un contratiempo. Volvían un domingo de misa cuando encontraron la casa desvalijada. «Rompieron hasta la cuna». Con la llegada de su padre al país, tuvo una hermana pequeña. Vivían al lado del colegio, pero su madre apenas les dejaba disfrutar del patio. Desde que sonaba la campana, tenían 15 minutos para entrar en casa. Los hermanos nunca tuvieron que comprobar qué consecuencias habría si no obedecían.

Un escrito en la habitación

Los cinco aprendieron rápido inglés, pero dentro de casa conservaron sus costumbres. Se comunicaban en edo, el idioma nigeriano, y en la cocina destacaban los productos africanos. El arroz Jollof o frito, el fufú y el ñame comenzaron a labrar su físico corpulento. Primero enfocado al fútbol. Herencia también de su país de origen. Pero creció tanto que, ya con 14 años, en lo que aquí sería 2º de la ESO, comenzó a jugar al baloncesto. Se lo tomó tan en serio que a las 6 de la mañana ya entraba en el polideportivo, y hasta se cambió de instituto para evitar distraerse con sus amigos. «Era una escuela con poco presupuesto y con detectores de metales en la entrada», recordó en el medio Monumental Sports Network. En su habitación, junto a la cama, dejó escrito su primer objetivo. «Llegar a la NBA». Su meta era otra. «El dinero que ganara lo enviaría para ayudar a los necesitados, y luego involucraría también a mis amigos. Ese ha sido mi camino desde joven».

Omoruyi terminó de convencer a sus padres de que el baloncesto podía darle más rédito que los estudios cuando recibió una beca para estudiar en la Universidad Rutgers. Con el dinero que se ahorraron, pudieron graduarse sus dos hermanas. El nigeriano tampoco descuidó su formación. Se licenció en ciencias políticas y sueña con «ser abogado más adelante». En su último año del periplo universitario, se matriculó con los Ducks. Se perdió su primera temporada por una lesión de rodilla, pero destacó en la segunda, con promedios 17,1 puntos por partido y un 38% en triples.

Ya cuando estaba en el instituto, su entrenador Chris Smalling recordaba que le solían llamarlo el ‘Draymond Green canadiense’. Por suerte, era solo por la intensidad en defensa y su capacidad de pase en el poste bajo. «He estudiado mucho sus vídeos», puntualizó Omoruyi, que supo separar sus virtudes baloncestísticas de su juego sucio y violento.

Daniel Gafford, con el que compartió vestuario en los Wizards, dijo que su espíritu era «contagioso». «De donde yo vengo, a esos los llamamos perros de presa». Josh Giddey explicó que podía «defender del uno al cinco» y Shai Gilgeous-Alexander, el actual rey actual de la NBA, también le bendijo a su paso por los Thunder. «Siempre juega al 100%. Cuando juegas así, pase lo que pase, te van a pasar cosas buenas», expresó el internacional canadiense sobre un jugador hogareño, cristiano y familiar. «Si no es por mi novia, mi familia, Dios, la comida o el baloncesto, no salgo de casa». La mejor receta para tratar de extender su contrato de dos meses hasta final de temporada.

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