Entrevista
Con motivo de los 40 años del Premio BMW de Pintura, Cristina
Gamón, Lucía Casani, Pilar García de la Puebla, Blanca Berasátegui
y Patrizia Sandretto dialogan sobre el papel de la cultura
pictórica como motor de transformación social en España y el
futuro al que se dirige.

Fecha de publicación:
10 noviembre 2024, 1:06h
Actualizada:
24 noviembre 2024, 21:32h
Pintar es competir contra el olvido. Detrás de cada obra hay un
pulso entre la urgencia de innovar y el deseo de permanecer. En ese
terreno de tensiones, los certámenes son espejos de su tiempo:
reflejan las inquietudes de una época y, a veces, también las
anticipan. En España, pocos lo han hecho con tanta constancia como
el Premio BMW de Pintura.
Un concurso que ha encumbrado a desconocidos, convertido gestos
íntimos en patrimonio compartido y marcado el rumbo de varias
generaciones. Este año, acumula nada menos que 40 ediciones en las
que el arte ha cambiado tantas veces de piel que cuesta reconocer en
aquella primera celebración en 1986 el germen de lo que hoy sigue
siendo
un escaparate de la brillantez del panorama patrio.
Los cumpleaños no son, en el fondo, más que una excusa para
reunirnos con quienes nos importan y celebrar. Pero lo curioso es
que con frecuencia disfrutamos más preparándolos para otros que
soplando velas. Pilar García de la Puebla,
directora de Comunicación y Relaciones Institucionales del Grupo BMW
en España, lo cree así. Tanto que ha organizado con motivo de este
aniversario una conversación irresistible en el Club Matador de
Madrid, con su elegancia castiza puesta a disposición de la ocasión.

De izquierda a derecha y de arriba abajo: Lucía Casani, Blanca
Bersategui, Cristina Gamón, Pilar García de la Puebla y Patrizia
Sandretto.
A su lado conversan cuatro mujeres con carreras que podrían llenar
volúmenes. Son Patrizia Sandretto Re Rebaudengo,
presidenta fundadora de la fondazione que lleva sus apellidos y una
de las grandes mecenas contemporáneas europeas; y
Cristina Gamón, que a los 24 años recibió la
Medalla de Oro de este certamen, lo que marcaría su carrera para
siempre.

Amaya Suberviola gana el 40.º Premio BMW de Pintura en una
edición que celebra cuatro décadas de arte
También están Lucía Casani, directora de la
Fundación Daniel y Nina Carasso en España que ha atestiguado la
evolución del Madrid de nuestros días; y una que habla de todas
ellas, Blanca Berasátegui, cofundadora junto a Luis
María Anson de El Cultural y actual editora de una revista que ha
hecho de la claridad informativa un acertado método de resistencia.
García de la Puebla, a quien se le acometió la tarea de reunirlas en
un espacio, dice que el arte “es la prueba de que la vida no basta”.
Bajo su batuta, el Premio BMW de Pintura ha ampliado horizontes
hasta alcanzar tal visibilidad que las cifras hablan por sí solas.
Conviene asomarse a ellas para entender la dimensión de este viaje:
más de 29.000 artistas han pasado por el concurso en lo que lleva
de recorrido.

Los Premios BMW de pintura se convierten en el motor del arte y
la solidaridad: más de un millón de euros donados en 40 años
A lo largo de “40 años de presencia en la vida cultural y social de
nuestro país”, celebra, ha batido récords de participación —con casi
2.000 candidatos en la última edición— y ha atraído
a figuras de impecable excepción en sus jurados, entre ellos
Antonio López y algunas de las invitadas a esta charla.

Lleva un chaleco burdeos de Maje, pantalón de Sessùn, zapatos de
terciopelo de Aquazzura, collar de Cleopatra’s Bling y pulsera
dorada de About Theodore.

“40 años del Premio BMW de Pintura son 40 años de presencia en la
vida cultural y social de nuestro país”– Pilar García de la Puebla, directora de Comunicación y
Relaciones Institucionales de BMW en España
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“Yo creo muchísimo en este galardón”, arranca la conversación
Patrizia Sandretto, considerada la Peggy Guggenheim del siglo XXI,
con un acento italiano que envuelve la sala. “Es un reconocimiento
muy relevante que después de cuatro décadas mantiene su actualidad y
la apertura digital lo hace aún más vigente”, afirma.
Sabe de lo que habla. Su colección nació en un palacio piamontés del
siglo XVIII y hoy es una referencia en Europa con más de dos
millares de piezas. La mecenas acostumbra a tratar con instituciones
como el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) o el Tate Modern
londinense.
Su vida es un puente entre continentes y miradas estéticas; quizá
por eso valora con sólido criterio iniciativas como esta: “Es una oportunidad maravillosa para conocer la riqueza del
patrimonio español”.
¿Y qué es lo que más atrae a la experta de lo que este ofrece?
Cuando describe las piezas que le interesan se refiere a aquellas
que dialogan con el mundo y miran de frente a su época. “La pintura
es uno de los medios de expresión más importantes desde la cueva de
Altamira y siempre lo será porque sabe transformarse”, reflexiona.

“Apoyar a un artista supone una responsabilidad enorme. Un premio
como este puede cambiar la vida a cualquiera”– Patrizia Sandretto Re Rebaudengo, presidenta fundadora de la
Fundación Sandretto Re Rebaudengo
Por eso, a juicio de Sandretto,
una obra de calidad es aquella que “se adapta al momento en que
vivimos”, ya hable de ecología, desigualdades u otros problemas
estructurales. “Ese es el tipo de propuesta al que debemos prestar
atención y el que estoy segura de que seguirá presente en los
movimientos de los próximos siglos”, zanja.
Con esta afirmación se entiende que su papel como mecenas va mucho
más allá del gusto propio: “Cuando apoyas a un artista tienes una
responsabilidad enorme. Yo siempre intento conocer a la persona
detrás de la obra. Es esencial saber cómo ha sido su trayectoria,
relación con las galerías, forma de trabajar… Un premio como este
cambia la vida de cualquiera y cuando lo otorgamos debemos estar
seguros de que ese alguien lo merece”.

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Blanca Berasátegui aprovecha el diálogo para llevar la conversación
al terreno de las políticas culturales. “¿En Italia existe una ley
de mecenazgo realmente ambiciosa?”, le pregunta. “Porque en España
llevamos esperando una casi dos décadas”. Sandretto reconoce la
similitud entre ambos países y, aunque espera que la reciente
reducción del IVA en su país —del 21% al 5%— abra nuevas
posibilidades, insiste en que todavía queda mucho por hacer.
La filántropa propone, además, mirar más allá de las fronteras
nacionales y pensar en colaboraciones a escala europea. “Las
instituciones deben trabajar juntas porque pueden cambiar
completamente el mundo”, asegura convencida de que “el arte no es elitista; es para todos”.
Berasátegui lleva esa afirmación a su terreno, el de la prensa, y
lanza una frase que queda en el aire: “No podemos trabajar tanto
para tan pocos”. Quizá resuma la forma en la que ha trabajado
durante cuatro décadas dirigiendo El Cultural, publicación de
referencia en el sector —que lanzó su primer número un 8 de
noviembre de 1998— hoy aliada con EL ESPAÑOL.
“En El Cultural nos empeñamos en tener un lenguaje
diáfano para llegar a la gente. No podemos perder el tiempo ni los
periodistas ni los lectores”– Blanca Berasátegui, editora de El Cultural

“¿Cuál es la clave para conectar con la gente al contar el arte sin
que este se perciba como aburrido?”, le plantea García de la Puebla,
a lo que ella replica con media sonrisa: “Llevo 40 años buscándola”.
Desde sus inicios en ABC, la Premio Nacional de Periodismo Cultural
(2017) ha narrado la vida artística y literaria de España con un
objetivo claro: acercarla al lector sin traicionar su complejidad.
Si el discurso de antaño estaba dominado por un academicismo a
menudo difícil de captar para el público generalista, su cruzada
actual es la de un “lenguaje diáfano” pero
exigente: reclama que los medios no se limiten a reproducir lo que
sucede, sino que lo interpreten, lo enriquezcan y lo abran. “No
podemos perder el tiempo ni nosotros ni ellos”, remarca. Comprender
eso marcó un punto de inflexión en el rumbo de la revista.

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En estos últimos años, su sector ha experimentado una revolución:
“Las redes lo han transformado todo”, asegura, democratizando la
crítica y acelerando la circulación de ideas. En ese maremágnum de
voces, el periodismo tiene un cometido de hercúleas dimensiones: el
de ofrecer traducción y contexto.
Dice Berasátegui que la prioridad de los comunicadores en tiempos
como los actuales debería ser contar, desde el rigor, un relato que
conecte con las personas. Al fin y al cabo, estas son el puente que
une el arte con la sociedad. Y uno entiende que ese puente, si se
rompe, deja al arte hablando solo.
La reunión en el Club Matador avanza para dar un pequeño salto al
pasado. A 2011, concretamente, aquel año en el que una jovencísima
Cristina Gamón se hizo con la Medalla de Oro del premio que otorga
BMW.
El reconocimiento, confiesa mirando atrás, “fue un voto de
confianza”
que le abrió las puertas de la Casa Velázquez y, con esta, de una
meteórica carrera internacional con la que ha podido viajar de París
a Manila, de las exposiciones institucionales al circuito de ferias
más vibrante.
Estamos ante “el concurso libre de mayor relevancia al que un pintor
puede aspirar en nuestro país”, afirma en su intervención. El
certamen, que —cabe puntualizar— no impone fronteras de edad, fue un
escaparate para ella. Por eso, admite sin tapujos: “El apoyo
institucional y privado resulta esencial en cada una de las fases
vitales del artista. Es una labor de acompañamiento. El hecho de que
una organización se fije en tu obra te da la oportunidad de
desarrollarte en una dirección”.
Gracias a ese impulso, su trabajo se extendió por Asia y América
Latina, consolidando a partir de entonces un itinerario donde su
mirada individual se nutre y entrecruza con la conversación global.
A partir de esa experiencia, Gamón reflexiona también sobre qué
significa crear hoy. “El arte es un reflejo de la sociedad de su
época, más aún en esta era hipertextual en la que las temáticas
conviven y las prácticas se solapan”, explica.
“Una obra no está acabada hasta que establece una relación con el
público y este la incorpora a su experiencia”.– Cristina Gamón, artista

Luce un vestido propio y un anillo de Cleopatra’s Bling.

Habla de nuevos asuntos que preocupan a artista y observador. De los
feminismos contemporáneos y de la descolonización, pero también de
otra cultura más introspectiva que se pregunta qué es pintar en la
actualidad, qué explora la huella, el residuo, el inicio mismo del
gesto pictórico. En su caso, esa pregunta atraviesa el propio origen
de su trabajo.
Considera que la pintura vive un momento fértil, no sólo por el
volumen de producción que hay actualmente —“cantidad no siempre es
calidad”, matiza—, sino porque ella misma percibe un interés
renovado del público. “Una obra no está acabada hasta que no establece una relación con
quien la mira.
Lo bonito es que cada uno la incorpora a su experiencia personal y
se genera un diálogo”, añade.
Reflexiona que sus primeras piezas partían de motivos personales,
pero fueron los espectadores quienes le revelaron otras lecturas
que, sin saberlo, ya estaban en su proyecto. Por todo esto, frente a
la velocidad digital, Gamón defiende optimista el lugar
insustituible de la pintura y coincide con sus compañeras en que la
inteligencia artificial no va a reemplazar a los artistas, porque la
mera acción de crear es per se una necesidad inherente a las
personas.
“El arte carece de funcionalidad y, sin embargo, lo producimos. Es
un impulso intrínseco, prácticamente ancestral”, defiende, “un signo de lucidez que nos
ha abierto históricamente las puertas de distintas civilizaciones”.
Para ella, esto evidencia el deseo del ser humano de dejar una
impronta y de expresarse desde la imaginación. “Los artistas no
vamos a dejar de idear. Por eso es tan importante contar con premios
como este”, concluye.

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Lucía Casani toma el relevo desde el prisma de la gestión cultural.
Durante más de una década dirigió La Casa Encendida, un centro que
bajo su liderazgo se consolidó como uno de los nodos creativos más
influyentes de Madrid. No es el único hito de su carrera. Desde
2023, está al frente de la delegación española de la Fundación
Daniel y Nina Carasso.
Este laboratorio de filantropía con raíces galas se dedica a apoyar
proyectos capaces de generar impacto social a través de dos ejes: la
creación artística ciudadana y la alimentación sostenible. “El arte es de todos, pero sólo una élite lo sabe”, recuerda la experta, haciendo alusión a una frase de la artista
de performance Dora García.
“Únicamente podemos romper esa brecha a través de la educación y la
participación, incluyendo al conjunto de la sociedad en estas
prácticas para que sienta que la cultura es suya y que esta responde
a las problemáticas reales de su época”, subraya.

En España, a su juicio, se están dando pasos acertados en esa
dirección: “El Ministerio de Cultura ha puesto en marcha el Plan de
Derechos Culturales, que trabaja no sólo en la idea de fomentar el
acceso a todo ese patrimonio, sino también en la de promover la
realización de obras”.
El programa al que hace referencia, lanzado este 2025 y dotado con
más de 79 millones de euros, reconoce la cultura como un derecho
fundamental de la ciudadanía y aspira a consolidar un modelo más
abierto e inclusivo. La convicción de Casani es clara: “El arte es
un verdadero motor de transformación social. Nos permite imaginar
mundos mejores, futuros posibles”.
A partir de ahí, extiende su reflexión hacia la coyuntura
contemporánea y lo que considera uno de los mayores logros del
Premio BMW de Pintura: “Lo más interesante que ha ocurrido en estos
40 años es que se ha roto el canon dominante y se ha ampliado la
diversidad de miradas. Han surgido propuestas que antes no estaban
presentes, y obras de otras latitudes, del sur global, que nos
ofrecen nuevas formas de comprender el mundo”. A su juicio, ese
cambio “ha abierto, aunque sea un poco, la manera de entender la
cultura”.

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Lleva una túnica de seda marrón chocolate con cinturón, bailarinas
y joyería de Hermès.
Para ella, el certamen sirve como muestra de que
un galardón puede ser, con el paso del tiempo, mucho más que un
simple reconocimiento. “Es un espacio de continuidad que permite que la cultura se
reinvente y evolucione con el paso de las generaciones”, afirma.
Haber formado parte del jurado ha sido, además, un honor para ella.
Cada edición, asegura, “es un aprendizaje continuo que nos permite
ver lo que ocurre en el panorama artístico”.
Ese espíritu toma cuerpo cada año en
la gala que se celebra entre las lámparas de araña y las butacas
vestidas de rojo del Teatro Real de Madrid. Allí, la presencia habitual de la reina emérita Sofía convierte
la entrega en un merecido acto de Estado cultural: un encuentro que
celebra el arte como valor público y que somete a prueba su
vigencia.
“El arte es un motor de transformación social. Nos permite
imaginar mundos mejores, futuros posibles”– Lucía Casani, directora de la Fundación Daniel y Nina Carasso en
España.
La charla con Sandretto, Berasátegui, Gamón y Casani sirve de
preludio a la cita: una mesa que reúne las distintas fuerzas que
articulan el escenario de la pintura —la creación, la crítica, el
mecenazgo y la gestión— para reflexionar sobre su presente y su
porvenir. “Es maravilloso, porque creo que en el fondo todos somos
creadores. Lo que ocurre es que algunos se atreven a dedicar su vida
a ello, y eso nos sirve de inspiración a muchos otros”, concluye
García de la Puebla, con unas palabras que ponen el broche final a
esta charla en la que el arte se defiende como una fuerza
compartida.
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