A instancias de Más Madrid, la Comunidad se ha apresurado a anunciar que habrá una placa conmemorativa del recientemente fallecido Robe Iniesta, ex líder del grupo Extremoduro que luego desarrolló una carrera en solitario con un perfil diferente, introspectivo, literario, melódico, metafórico o lírico, alejado del rock duro o directo de su época en la banda cacereña.
Ese otro Robe, que era el mismo, pero solo, como si la bulla la metieran solo los otros y él les hubiera seguido toda la vida, llegó a un público que no era el mismo de aquellos, sino solo el suyo. Era lo mismo, pero desgajado y así atrajo a seguidores antes impensables y generó una suerte de misticismo, de adoración sincera, pero también terreno abonado para los que suelen adherirse a referentes «homologados».
Sin perjuicio de la figura del artista, incluso del poeta, que a alguien le gustaran y le gusten las canciones de Robe Iniesta le ponía como un pin invisible de sensibilidad que había que decir que se llevaba y que se lleva. El «robeiniestismo» era (es) en parte una sociedad de alcurnia, un progresismo pijo con banda sonora exclusiva, casi como llevar una camiseta de Los Ramones para ser estéticamente molón sin haber escuchado ni siquiera Blitzkrieg Bop.
El problema es que quienes quieren ser siempre estéticamente molones son los políticos. Nuestro ínclito y honrado presidente del Gobierno es uno de los mejores ejemplos, pero no el único. Se podría decir que Más Madrid es cuna de esa otra banda no musical. Allí los progrespijos brotan como lechugas, incluso con la misma apariencia de las lechugas.
Lechugas que adoran o dicen adorar la música y la letra del tristemente fallecido Robe Iniesta como en el pueblo de Amanece que no es poco decían adorar a Faulkner. Así que los políticos van y hacen lo que pueden en su negocio con los artistas, que es, por ejemplo, ponerles una placa. Pero, ay, ponerle una placa a uno, significa ponérsela, con todo lo que eso conlleva y, sobre todo, significa siempre no ponérsela a otro o a muchos. Y el caso de Robe Iniesta no se escapa, todo lo contrario, a comparaciones sangrantes.
El ex de Extremoduro va a tener una placa impulsada por políticos en Madrid que quieren ser molones, entre otras cosas. No debe de ser tan molón ponérsela a Jorge Ilegal, fallecido un día antes que Robe. Y eso que Jorge Martínez siempre moló, pero no tenía la pátina que solo ve la pupila del progre de alcurnia. Para Jorge no hay placa en Madrid. Pero ojo, tampoco la hay para Enrique Urquijo (sí, en cambio tiene hasta una plaza su viejo amigo Antonio Vega), símbolo imborrable de nostalgia, otro poeta, después de veintiséis años de su muerte.
Y esto son casi palabras mayores. Tampoco la hay para Carlos Berlanga, epítome de la Movida, genio creador, distinto, inimitable, querido. Ni para muchos otros prematuramente desaparecidos. Lo más sorprendente es que Robe Iniesta, por iniciativa política, va a tener una placa conmemorativa en Madrid como, por ejemplo (solo entre los de su «gremio»), Verdi, Puccini, Manuel de Falla, Chueca o Andrés Segovia, entre otros nombres universales, donde también aparece como invitado el inesperado, como el estupendo Robe en el éxtasis de las lechugas, Manolo Tena.