Nuestro planeta, esa esfera casi perfecta que nos sirve de hogar, está inmerso en un baile cósmico de una precisión asombrosa. Sin embargo, en los últimos años, los científicos que monitorizan su ritmo han detectado una anomalía desconcertante: la rotación de la Tierra se está acelerando. Este fenómeno, aunque imperceptible en nuestra vida cotidiana, se traduce en una consecuencia directa y sorprendente: los días se están volviendo marginalmente más cortos. Durante décadas, la tendencia general había sido la contraria, una lenta pero constante desaceleración. Ahora, este cambio de paradigma ha abierto un intenso debate en la comunidad científica, que busca desentrañar las complejas fuerzas que gobiernan el giro de nuestro mundo y las implicaciones que podría tener para nuestra forma de medir el tiempo.

La evidencia es contundente. Días específicos han roto récords históricos por su brevedad. Por ejemplo, se ha registrado un día solar que fue 1,25 milisegundos más corto que las 24 horas estándar. Aunque un milisegundo es una fracción de tiempo minúscula, su acumulación constante revela una tendencia subyacente que no puede ser ignorada. Este cambio está obligando a los cronometradores y geofísicos a reevaluar los modelos establecidos y a prepararse para un escenario inédito en la historia de la cronometría moderna: la posible necesidad de ajustar nuestros relojes globales no añadiendo, sino restando tiempo.

El día solar y las fuerzas en conflicto

Para comprender este fenómeno, es crucial diferenciar entre dos tipos de «día». Por un lado, tenemos el día sidéreo, que mide una rotación completa de 360 grados del planeta con respecto a las estrellas lejanas y dura 23 horas, 56 minutos y 4,1 segundos. Este es constante. Por otro lado, está el día solar, que es el que rige nuestras vidas y se mide de mediodía a mediodía, basándose en la posición del Sol. Su duración promedio es de 24 horas u 86,400 segundos, y es esta medida la que está experimentando la misteriosa aceleración.

Históricamente, la principal fuerza que ha afectado la duración del día solar es la Luna. A través de las fuerzas de marea, nuestro satélite ejerce una fricción sobre la Tierra, transfiriendo energía de rotación terrestre a su propia órbita. Este proceso provoca que la Luna se aleje lentamente de nosotros y, como consecuencia, que la rotación del planeta se ralentice, haciendo los días progresivamente más largos. Esta ha sido la norma durante eones. Sin embargo, ahora parece haber una fuerza opuesta, más poderosa y de origen aún no confirmado, que está contrarrestando e incluso superando el efecto frenador de la Luna.

Buscando al culpable: del hielo al núcleo terrestre

La pregunta que intriga a los científicos es: ¿qué está causando esta aceleración? Las hipótesis son variadas y apuntan a procesos geofísicos a gran escala. Una de las teorías sugiere que el calentamiento global podría jugar un papel. El derretimiento masivo de los glaciares en los polos y las montañas altera la distribución de la masa en la superficie del planeta. Al igual que una patinadora sobre hielo que gira más rápido al juntar sus brazos al cuerpo, la Tierra podría acelerar su rotación a medida que su masa se redistribuye hacia el ecuador.

No obstante, la teoría que gana más peso apunta a las profundidades de nuestro planeta. Se postula que el responsable principal podría ser el núcleo líquido de la Tierra. Los científicos sugieren que este océano de metal fundido podría estar experimentando una desaceleración en su propia rotación. Por el principio de conservación del momento angular, si el núcleo interno ralentiza su giro, el manto sólido y la corteza que se encuentran por encima deben compensarlo girando más rápido. Sería una especie de transferencia de velocidad desde el interior hacia el exterior del planeta, un mecanismo complejo y fascinante que estaría ganando la partida a la influencia lunar.

Hacia un histórico «segundo intercalar negativo»

Las consecuencias de esta aceleración no son meramente teóricas; podrían impactar directamente en la tecnología y la infraestructura global que dependen del Tiempo Universal Coordinado (UTC), el estándar de tiempo mundial. Durante décadas, para compensar la ralentización de la Tierra, se ha añadido ocasionalmente un «segundo intercalar» positivo, deteniendo los relojes atómicos durante un segundo para permitir que la Tierra «se ponga al día».

Ahora, si la tendencia de aceleración continúa, nos enfrentamos a un escenario sin precedentes. Los investigadores calculan que, para el año 2029, podría ser necesario introducir el primer segundo intercalar negativo de la historia. Esto implicaría saltarnos un segundo en nuestros relojes oficiales para mantenerlos sincronizados con la rotación cada vez más veloz del planeta. Una medida así presentaría desafíos técnicos significativos para sistemas informáticos, redes de comunicación y mercados financieros, que no están diseñados para un tiempo que retrocede, aunque sea por un instante. La Tierra, con su ritmo cambiante, nos recuerda que incluso la medida más fundamental de nuestra existencia, el tiempo, no es tan constante como creíamos.