Aunque la general será el objetivo veremos qué hace Enric Mas en el Giro

Durante años, el Tour de Francia ha sido para Enric Mas una zona de confort y, a la vez, una celda de castigo.

La noticia de su presencia en el Giro de Italia 2026 no es solo un cambio de calendario; es la admisión implícita de que el ciclismo de hoy no espera a nadie y que las jerarquías, incluso en una estructura tan inmovilista como Movistar, terminan por oxidarse.

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Tras mucho tiempo viendo ciclismo, sabemos que el equipo telefónico no suele dar pasos en falso, pero este movimiento huele a una necesidad imperiosa de buscar aire fresco lejos de la asfixia del asfalto francés.

La llegada de Cian Uijtdebroeks para liderar en julio libera a Enric de una presión que ya le resultaba contraproducente, permitiéndole centrarse en un terreno donde el fondo físico y la resistencia pura suelen tener más premio que la explosividad nerviosa de las primeras etapas del Tour.

Si analizamos el trazado italiano que le espera, Mas se encontrará con jornadas que parecen diseñadas para su perfil de corredor de diesel: etapas de alta montaña encadenada donde el cansancio acumulado suele ser su mejor aliado.

Sin embargo, no será un camino de rosas.

El Giro 2026 se presenta con una nómina de rivales de primer nivel, incluyendo la sombra de Jonas Vingegaard, lo que obliga a Enric a no solo estar presente, sino a proponer algo distinto.

Ya no le vale con ser el mejor de los “mortales” o con gestionar las pérdidas; el cambio de guardia es real y dejar el Tour en manos de un joven belga es una apuesta arriesgada que desplaza el foco de responsabilidad.

Enric afronta ahora una “nueva vida deportiva” que le llevará a doblar Giro y Vuelta, una combinación exigente que pondrá a prueba su capacidad de recuperación.

El objetivo es claro: redondear un palmarés que creo se siente incompleto.

Enric Mas no va a Italia a descubrirse a sí mismo a estas alturas de la película, va a intentar validar una trayectoria que necesita, con urgencia, un golpe de pedal diferente.

Menos vatios teóricos en la pantalla del ciclocomputador y más instinto cuando la carretera se empina de verdad en los Dolomitas.

Es, en definitiva, el reconocimiento de que para ganar algo grande, a veces hay que tener el valor de abandonar el lugar donde todos esperan que estés.