La Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) es un problema de Salud Pública de primer orden. Es la cuarta causa de muerte en el mundo, y en 2021 ocasionó 3,5 millones de defunciones, lo que representa aproximadamente el 5% de todas las defunciones a nivel mundial. Por ese motivo, la prevención de su desarrollo y sus complicaciones es un aspecto imprescindible.

La prevención ha sido siempre uno de los ejes clásicos de la salud pública, pero el contexto actual de cambio climático, deterioro de la calidad del aire y aumento de eventos extremos la ha convertido en un componente ineludible ante las enfermedades respiratorias. Ya no basta con tratar la exacerbación cuando llega: el entorno en el que vive el paciente y el impacto de temperatura, contaminación, alérgenos, condiciones de vivienda, se ha transformado en un factor terapéutico más. En este sentido, la prevención ya no es un complemento sino una herramienta clínica esencial para reducir exacerbaciones, ingresos y mortalidad en patologías como el asma o la EPOC.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recuerda que el cambio climático y la contaminación atmosférica se encuentran entre los principales determinantes actuales de la morbilidad cardiorrespiratoria y subraya que disminuir la exposición ambiental permite reducir significativamente la carga de neumopatías agudas y crónicas, incluido el asma. De este modo, cualquier estrategia clínica que ignore la dimensión preventiva está dejando fuera una parte sustancial del problema.

La prevención, herramienta clínica esencial

Hablar de prevención en enfermedades respiratorias implica, en primer lugar, asumir que el entorno condiciona la evolución de la enfermedad. La OMS y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) advierten de que el cambio climático aumenta la frecuencia e intensidad de olas de calor, modifica los patrones de circulación de alérgenos y favorece episodios de mala calidad del aire, con impacto directo sobre las vías respiratorias.

Los pacientes con asma, EPOC o fibrosis pulmonar se sitúan, así, en la intersección de dos vulnerabilidades: la enfermedad crónica y un entorno cada vez más hostil. La Alianza Médica contra el Cambio Climático (AMCC), impulsada por el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, insiste en que la crisis climática es ya una cuestión de salud y no solo ambiental, y demanda que la prevención climática se incorpore a la práctica clínica habitual.

En este contexto, la prevención deja de ser una recomendación genérica y pasa a tener una traducción concreta: anticipar riesgos ambientales, adaptar los planes terapéuticos a las condiciones climáticas y formar al paciente para que sepa actuar ante episodios de calor extremo, frío intenso o contaminación elevada.

Además, cabe recordar que, en EPOC, se produce un retraso diagnóstico muy importante, que supone uno de los grandes talones de Aquiles del sistema. La Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ) cifró en torno al 75% de las personas con EPOC en España siguen sin diagnosticar, según el estudio EPI-SCAN II, lo que implica un inicio tardío de medidas terapéuticas y un mayor riesgo de deterioro progresivo de la función pulmonar.

Prevención adaptada al nuevo clima

Los planes estacionales del Ministerio de Sanidad incorporan desde hace años recomendaciones preventivas específicas frente a temperaturas extremas. El Plan Nacional de Actuaciones Preventivas de los Efectos del Exceso de Temperaturas sobre la Salud establece umbrales de riesgo por provincia y define mensajes de prevención dirigidos a la población general y, de forma particular, a personas con enfermedades respiratorias. Por su parte, el Plan Nacional de Actuaciones Preventivas por Bajas Temperaturas 2024–2025 sistematiza las actuaciones frente al frío, recordando que este incrementa el riesgo de infecciones respiratorias y agrava patología crónica en mayores y pacientes respiratorios.

Para un paciente con EPOC o asma, estas recomendaciones dejan de ser meras indicaciones genéricas. En olas de calor, se aconseja evitar la exposición en las horas centrales del día, mantenerse hidratado, mantener la vivienda fresca y adaptar la actividad física. En episodios de frío extremo, se insiste en mantener una temperatura adecuada en el domicilio, proteger vías respiratorias y evitar cambios bruscos de temperatura, especialmente al salir al exterior. Así, la prevención climática se convierte en una extensión lógica del tratamiento farmacológico.

La calidad del aire es otro eje preventivo. La OMS, en su ficha sobre contaminación del aire ambiente, define la contaminación exterior como “uno de los mayores riesgos ambientales para la salud” y señala que la reducción de niveles de PM2.5 y otros contaminantes disminuye la carga de neumopatías crónicas y agudas, entre ellas el asma. Cualquier descenso en las concentraciones de partículas se traduce en beneficios proporcionales para la salud, especialmente en entornos urbanos densamente poblados.

El mecanismo fisiopatológico consiste en que las partículas finas penetran en profundidad en los pulmones, desencadenan inflamación, broncoconstricción y aumentan la vulnerabilidad a infecciones en personas con asma o EPOC.

Prevención secundaria y autocuidado

La prevención en enfermedades respiratorias no se limita a evitar la exposición. Una vez establecido el diagnóstico, la prevención secundaria incluye la adherencia al tratamiento inhalado, la corrección de la técnica de inhalación, Las guías clínicas y los expertos recomiendan la vacunación sistemática para los pacientes con EPOC, siendo las más importantes la vacuna antigripal, la vacuna antineumocócica, la vacuna contra la tos ferina, la vacuna contra el herpes zóster la vacuna contra la covid y la vacuna contra el virus respiratorio sincitial (VRS).

Separ y distintas guías clínicas recuerdan que el uso correcto y continuado de broncodilatadores de mantenimiento reduce exacerbaciones y hospitalizaciones en EPOC y asma. Sin embargo, el incumplimiento terapéutico sigue siendo elevado, pudiendo alcanzar el 50% de los pacientes. Esto se produce a menudo porque el paciente infravalora la relevancia del tratamiento en ausencia de síntomas agudos o no ha recibido una formación adecuada en el manejo del dispositivo inhalador. En este sentido, la consulta de neumología y de atención primaria deberían reservar sistemáticamente tiempo para revisar la técnica inhalatoria y la comprensión del plan de acción.

La vacunación es otra estrategia de prevención secundaria de primer orden. La prevención de infecciones respiratorias mediante vacunas reduce exacerbaciones, especialmente en pacientes con EPOC y asma moderada-grave, y forma parte de las recomendaciones habituales para estos colectivos.

El papel de la atención primaria y la salud pública

Si la prevención es clave, la puerta de entrada lógica al sistema es la atención primaria. Médicos de familia y profesionales de enfermería se encuentran en una posición estratégica para detectar síntomas respiratorios persistentes, identificar factores de riesgo ambientales y sociales, y activar circuitos de derivación a neumología cuando sea necesario.

Los planes de calor y frío del Ministerio de Sanidad subrayan el papel de los servicios de salud en la vigilancia de pacientes vulnerables, y recomiendan reforzar la información desde atención primaria, servicios sociales y dispositivos comunitarios durante los periodos de riesgo. De este modo, los centros de salud se convierten en nodos preventivos frente a los riesgos climáticos.

La salud pública, por su parte, debe proporcionar información en tiempo real sobre temperaturas extremas y calidad del aire, desarrollar campañas específicas dirigidas a pacientes respiratorios y coordinarse con servicios asistenciales para ajustar mensajes y recursos. Herramientas como los mapas de riesgo por temperaturas o los avisos por episodios de contaminación, ya utilizados en comunidades autónomas como Madrid o Cataluña, permiten orientar a la población en la toma de decisiones cotidianas, desde evitar el ejercicio intenso al aire libre hasta adaptar horarios o reforzar la protección personal.

En este sentido, la prevención deja de ser una responsabilidad exclusivamente clínica para convertirse en una función compartida entre profesionales, administraciones y pacientes.

Innovación preventiva

La digitalización abre nuevas oportunidades para la prevención en enfermedades respiratorias, especialmente en un contexto climático cambiante. La disponibilidad de datos en tiempo real sobre temperaturas, niveles de contaminación, presencia de polvo sahariano o picos de ozono permite integrar alertas ambientales en la práctica clínica y en el autocuidado.

Pacientes con EPOC grave o asma mal controlada pueden beneficiarse de sistemas de monitorización que integren información sobre síntomas, uso de medicación de rescate y variables ambientales. En este sentido, las revisiones recientes sobre el impacto del cambio climático en la atención respiratoria apuntan a que los sistemas de salud deben adaptar sus modelos de seguimiento para anticipar exacerbaciones relacionadas con eventos extremos.

De este modo, la prevención se desplaza progresivamente hacia modelos proactivos, en los que el sistema sanitario no se limita a responder a la crisis, sino que utiliza vigilancia epidemiológica, datos ambientales y herramientas digitales para adelantarse a ella. La lógica es similar a la de otros ámbitos de la medicina preventiva: cuanto antes se interviene, menor es el daño acumulado.