En la costa de Benicàssim, donde el Mediterráneo marca el ritmo del paisaje y de la memoria, ha surgido un espacio que aspira a dialogar con el mar desde un lenguaje radicalmente contemporáneo. Bellver Blue Tech Zone no es solo un enclave privilegiado frente al agua: es un laboratorio donde tecnología, ciencia, creatividad y cultura digital se cruzan para generar nuevas formas de experiencia. Su última propuesta, The Rhythm of the Ocean Vortex, confirma esa vocación y sitúa a este espacio castellonense en el circuito internacional del arte digital inmersivo

La obra, concebida por el estudio visual Desilence y comisariada por Antònia Folguera, ocupa la sala Vórtex, un espacio 360º equipado con pantallas LED de gran formato que envuelven completamente al visitante. No se trata de una exposición convencional ni de una instalación trasladable sin más: aquí la obra nace del propio espacio. “No hay otra manera de trabajar con ello. Si quieres que funcione y esté bien hecho, esta sala, que es todo píxel, todo pantalla, obliga a los artistas a trabajar con estas medidas y a esta escala. Tienes que hacerlo ad hoc, sí o sí”, explica Folguera a La Vanguardia.

Imagen del Bellver Blue Tech Zone de Benicassim

Imagen del Bellver Blue Tech Zone de Benicassim

LVE

Bellver Blue Tech Zone fue concebido como un espacio para encuentros corporativos, creativos, formativos y culturales, donde la tecnología de última generación no es un añadido, sino el corazón del proyecto. Situado literalmente frente al mar, el edificio dialoga con el entorno desde una lógica contemporánea: eficiencia tecnológica, versatilidad de usos y una clara voluntad de proyección internacional

Bellver Blue Tech Zone fue concebido como un espacio para encuentros corporativos, creativos, formativos y culturales

Esa filosofía encaja de manera natural con el arte digital inmersivo, una disciplina que todavía busca su lugar en el ecosistema cultural español. “Los museos dicen que hacen arte digital, pero cuando ves lo que llaman arte digital te preguntas: ¿dónde está?”, afirma Folguera con cierta ironía. “El arte digital es aquel que solo puede hacerse con un ordenador, que no puedes hacer de otra manera. Si lo puedes hacer igual sin tecnología, entonces ya no me lo creo”.

La sala Vórtex representa, en ese sentido, una excepción. Un espacio concebido desde el inicio para albergar este tipo de obras, ofreciendo a los artistas las herramientas necesarias para crear mundos visuales y sonoros envolventes. “Vórtex es lo más cercano a estar en realidad virtual sin llevar gafas”, apunta la comisaria.

Uno de los conceptos clave para entender The Rhythm of the Ocean Vortex es que no estamos ante una obra audiovisual al uso. Aquí no hay planos, encuadres ni narración lineal. “En el cine, la unidad mínima de significado es el fotograma. En el arte inmersivo, la unidad mínima de significado es el mundo”, explica Folguera. “Tú no miras una obra: entras en ella. Eres menos espectador y más visitante, incluso invitado”.

Imagen del Bellver Blue Tech Zone de Benicassim

Imagen del Bellver Blue Tech Zone de Benicassim

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Durante ocho minutos, el visitante habita un universo abstracto inspirado en el océano. Un mundo que no reproduce el mar de forma figurativa, sino que traduce su lógica profunda en movimiento, color y sonido. “Es como estar dentro de una pintura abstracta. Estás dentro del cuadro”, resume la comisaria.

La experiencia comienza con una sensación de calma: el visitante se siente como si estuviera en el fondo del mar, mirando hacia arriba, percibiendo la luz filtrada a través del agua. Poco a poco, ese océano se transforma. El color irrumpe con fuerza, el movimiento se intensifica y el espacio comienza a girar. “Hay un momento en el que el mar se enfada, te remueve, te da vueltas. Es como cuando eres pequeña y una ola te agarra y te zarandea”, describe Folguera. No es casual que algunas personas lleguen a marearse: el cuerpo también participa de la obra.

La elección del estudio Desilence no es casual. Formado por Tatiana Halbach (Barcelona) y Søren Christensen (Dinamarca), el dúo lleva más de dos décadas explorando el arte digital en gran formato. Han trabajado en teatro, danza, conciertos, mappings y visuales en directo, desarrollando incluso sus propias herramientas de software.

La elección del estudio Desilence no es casual

“Cuando hice mi wishlist, elegí a los artistas de la escena de Barcelona que considero los mejores y con más experiencia”, explica Folguera. “Llevan tantos años que, en parte, se han inventado la manera de trabajar con formatos como el inmersivo o el mapping”.

En The Rhythm of the Ocean Vortex, esa experiencia se traduce en una pieza de enorme riqueza visual. Tatiana Halbach, con formación pictórica, crea las imágenes iniciales pintando directamente en el iPad. Esas capas de pintura digital se procesan posteriormente mediante diferentes técnicas, incluida la inteligencia artificial, para generar un flujo visual continuo, orgánico y profundamente sensorial.

Imagen del Bellver Blue Tech Zone de Benicassim

Imagen del Bellver Blue Tech Zone de Benicassim

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El resultado es una abstracción viva, en constante transformación, donde apenas aparecen referencias figurativas —algún pez fugaz que se disuelve enseguida— y donde el color se convierte en protagonista absoluto. No es un océano azul, sino un mar vibrante, cambiante, casi emocional.

El universo visual creado por Desilence se ve reforzado por la música de Suzanne Ciani, una de las grandes pioneras de la música electrónica. A sus 80 años, Ciani sigue siendo una referencia absoluta en el diseño sonoro contemporáneo. Su relación con el océano no es anecdótica: ha sido una constante a lo largo de su carrera artística, tanto a nivel conceptual como sonoro.

“La música de Ciani no acompaña la obra: la atraviesa”, señala Folguera. Sus paisajes sonoros funcionan como una corriente submarina que guía la experiencia del visitante, reforzando esa sensación de estar inmerso en un mundo autónomo, con sus propias reglas.

Uno de los grandes temas que atraviesan el discurso de Antònia Folguera es la fragilidad del arte digital

Uno de los grandes temas que atraviesan el discurso de Antònia Folguera es la fragilidad del arte digital. “Es muy efímero y muy frágil. Cuesta mucho conservarlo”, reconoce. La rápida obsolescencia tecnológica, los cambios en sistemas operativos, plugins y formatos hacen que muchas obras digitales de hace apenas 20 o 25 años sean hoy imposibles de visualizar. “Gran parte del net art de los años noventa ya no se puede ver”, lamenta. “A mis estudiantes muchas veces solo puedo explicarles las obras, no enseñárselas”.

En este contexto, proyectos como Vórtex adquieren una dimensión casi experimental. Los artistas no solo crean una obra, sino que trabajan directamente en el medio en el que se exhibe. “Es como en la Edad Media, cuando los frescos se pintaban en la iglesia donde iban a estar”, compara Folguera. “Solo que en el arte digital ocurre lo contrario: el arte suele morir antes que el artista”.

Tatiana y Søren han trabajado directamente en la sala Vórtex, ajustando movimientos, ritmos y escalas para que la obra funcione en ese espacio concreto. Esa especificidad convierte la experiencia en algo irrepetible.

La comisaria y los creadores en la Bellver Blue Tech Zone de Benicassim

La comisaria y los creadores en la Bellver Blue Tech Zone de Benicassim

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Aunque The Rhythm of the Ocean Vortex nace como una obra pensada específicamente para Bellver Blue Tech Zone, la comisaria no descarta su futura itinerancia. “Cualquier museo puede coger las medidas de Vórtex, alquilar las pantallas LED y reconstruirla”, explica. Ya se están explorando contactos para llevar la pieza a otros puntos del mundo.

Más allá de esta exposición concreta, la ambición de Bellver Blue Tech Zone es clara: convertirse en un referente internacional en el ámbito del arte digital y la innovación cultural. Su ubicación, su infraestructura tecnológica y su apertura a proyectos híbridos —entre ciencia, arte y tecnología— lo sitúan en una posición singular dentro del panorama español.

El futuro pasa por pensar estos espacios como lugares de residencia y creación, no solo de exhibición

Antonia Folguera

En palabras de Folguera, el futuro pasa por pensar estos espacios como lugares de residencia y creación, no solo de exhibición. “Me gustaría que los artistas que vienen aquí pudieran trabajar como en una residencia artística, interactuando con investigadores y científicos, como ocurre en el CERN”, apunta.

The Rhythm of the Ocean Vortex no se mira: se habita. Durante unos minutos, el visitante se convierte en parte de un mundo digital que respira, se agita y se calma como el mar que se extiende a pocos metros del edificio. Cuando la experiencia termina, uno sale con la sensación de haber estado en otro lugar, en otra lógica temporal.

Y quizá ahí reside el mayor acierto del proyecto: en demostrar que el arte digital no es solo una cuestión de pantallas y tecnología, sino una nueva forma de construir sentido, emoción y experiencia estética. En Benicàssim, frente al Mediterráneo, ese futuro ya está en marcha.