El Premio Nacional al Mejor Libro de Fotografía 2025 ha sorprendido a Gonzalo Martínez Azumendi en movimiento. Literalmente. Cuando se anunció el galardón por su … libro ‘Universo Azumendi’, el fotógrafo getxotarra estaba de viaje por la selva amazónica y no pudo recogerlo de manera presencial. No es una excepción en su vida, a sus 65 años, Azumendi no para.

Azumendi ha pasado más de cuarenta años recorriendo el mundo con una cámara, construyendo una obra reconocible por su mirada pausada, su sentido del humor y una profunda atención a las personas. Fotógrafo de viajes, freelance incansable y colaborador de medios internacionales, ha documentado durante quince años el patrimonio mundial para la UNESCO y ha publicado su trabajo en cabeceras de todo el mundo.

Su estudio está hoy en la antigua casa familiar de Neguri, un piso luminoso y lleno de recuerdos. En la planta superior, conviven fotografías, objetos traídos de los cinco continentes y rastros de una vida nómada. Azumendi habla rápido, ríe con facilidad, se define como géminis, optimista y también inseguro. «Soy muy crítico conmigo mismo», reconoce sin rodeos.

De la montaña a la cámara

La fotografía llegó casi por accidente. Antes fue escalador, un apasionado de la montaña que empezó a viajar y a moverse por el mundo. Un día pidió la cámara a su madre y algo hizo clic. «De repente empecé a hacer fotos y no he parado». La montaña seguía ahí, pero la cámara ofrecía otro tipo de vértigo, menos peligroso y más duradero.

Estudió Psicología porque siempre le ha interesado el ser humano, y esa formación atraviesa toda su obra. Personas en situaciones que no son descriptivas ni ilustrativas, imágenes que no buscan contar dónde está hecha la foto, sino provocar algo en quien la mira. «No me interesa la foto editorial del amanecer perfecto. Me interesa ese chorro de luz, ese cabello, esa escena que te hace dudar».

En sus inicios colaboró con El Correo, cuando se inauguró la sección Margen Derecha. Durante un año hizo la foto diaria. Aquella experiencia breve le enseñó la disciplina del oficio y la importancia de estar siempre atento, una actitud que no ha abandonado desde entonces.

Aunque se le encasilla como fotógrafo de viajes, Azumendi insiste en que su trabajo necesita tiempo. Puede pasar un año entero para sacar «una o dos fotos» que realmente le convenzan. A veces ninguna. «Siempre te estás preguntando si una foto es buena de verdad», dice. Esa duda constante no se le ha ido ni siquiera ahora, tras recibir el premio otorgado por la Confederación Española de Fotografía.

‘Universo Azumendi’ llevaba años rondándole la cabeza. Sabía que tenía que hacerlo, pero lo posponía. «Todavía soy jovencísimo», bromea. Le daba pereza enfrentarse a un proyecto tan grande cuando sigue viajando sin parar: Guatemala, Honduras, Perú… «Beber la vida a chorros», como él mismo lo define.

El libro es autoeditado, y eso no es un detalle menor. Azumendi ha querido decidirlo todo: el papel, el formato, el peso, la ausencia de textos. Prefirió asumir el riesgo económico para hacer exactamente el libro que tenía en la cabeza.

Para la elección de las fotografías, hizo una primera criba enorme y después vino el proceso más doloroso: elegir. «Fue una barbaridad, de miles de fotos se quedaron unas cientas», admite. El resultado: 150 fotografías, 266 páginas y dos kilos de libro.

«El mundo es un solo país. Somos tan iguales. Amamos igual y discutimos por las mismas tonterías», repite. Esa idea atraviesa todo el libro: personas distintas, en lugares lejanos, viviendo emociones profundamente similares. Después de casi cien países visitados, lo que más le ha marcado no son las diferencias, sino las coincidencias. La facilidad para conectar, la solidaridad espontánea, el ingenio cotidiano.

– ¿Qué le sigue empujando a coger la cámara?

– Pensar en el futuro no implica pensar en la retirada. Jubilarse no tiene sentido cuando tu oficio es también tu ocio, crear es mi forma de vivir. Viajo siempre con la cámara, incluso de vacaciones. Si es la primera vez que piso un lugar, tengo que fotografiarlo casi por respeto. No puedo mirar una escena cotidiana de forma pasiva. El fotógrafo es fotógrafo desde que sale el sol hasta que se pone. Y ahora, con el digital, incluso después. Además, hasta que no capture la fotografia perfecta, mi «santo grial», la búsqueda continúa.