La nueva sede de la Fondation Cartier en París, recién abierta, dice muchas cosas. Y, la mayoría, queriendo. La maison ha subrayado el mensaje de que la finalidad del cambio es desempeñar su misión de difundir el arte y la cultura entre un público más amplio, y así será: adiós al exquisito edificio de acero y vidrio diseñado por el archistar Jean Nouvel en el Boulevard Raspail, en Montparnasse; hola a la imponente construcción haussmanniana a unos pasos del museo del Louvre, reformada para la ocasión por el mismo Nouvel. Y aquí está el resto del mensaje transmitido: desde la institución privada, y de la mano de una marca que es un icono cultural del país, la grandeur francesa sigue operando a pleno rendimiento, digan lo que digan. Y para ello no se deja de lado la esfera de lo cultural. En la operación resulta imprescindible la presencia de Jean Nouvel, viejo amigo de la casa y otra gloria nacional del país.

Les Grands Magasins du Louvre

Les Grands Magasins du Louvre (1880)

Por eso, en la muestra inaugural Exposition Générale —toda la solemnidad en ese nombre, y ninguna tontería—, a pesar de haberse incluido artistas como Chéri Samba, Olga de Amaral, Damien Hirst, Juan Muñoz o Graciela Iturbide —que han dado lustre a la colección y al programa de la fundación desde su apertura en 1984—, quien de verdad se luce es el propio arquitecto. Su proyecto, con inmensos espacios interiores que mutan en función de la disposición de plataformas móviles, supuso un considerable reto técnico. Pero aquí está. Los Grands Magasins del Louvre son hoy una extensión de 6.400 metros cuadrados dedicados al arte. La nueva joya de la corona que, esta vez, nadie podrá robar.