Ferrovial —empresa de origen español y con sede en Países Bajos— pasará hoy a formar parte del Nasdaq 100, el selectivo que agrupa a las 100 mayores compañías no financieras del mercado Nasdaq.

La operación culmina una estrategia clara: acceder a capital en mejores condiciones y ampliar el universo de inversores potenciales. No es baladí. Estar en un índice como el Nasdaq 100 implica, de forma casi automática, que una parte significativa de la demanda de acciones provenga de vehículos indexados (ETF y fondos pasivos que replican el índice), pero también atrae a gestores activos que utilizan el selectivo como lista corta de empresas en las que invertir. Dicho de otro modo: desde hoy, es razonable esperar que muchos más inversores —indexados o no— tengan a Ferrovial en su radar (y en sus carteras), por pura mecánica de mercado.

Más allá del titular, ¿por qué es importante para una empresa emigrar? Primero, porque el precio importa: una mayor demanda y un mercado más profundo pueden permitir a los socios vender total o parcialmente participaciones a múltiplos más altos. Segundo, porque la acción se convierte en una moneda de cambio más potente: retribuir a directivos con acciones puede hacerse con menor dilución relativa si el valor de mercado y la liquidez acompañan. Tercero, porque en una compra a un competidor pagada en acciones, es más fácil negociar una ecuación de canje más favorable cuando tu papel cotiza caro. Y cuarto, porque cotizar en un índice de esta categoría suele elevar la credibilidad internacional de la empresa: ayuda a competir por contratos globales y, con ello, a obtener financiación bancaria y vía bonos más abundante y más barata.

Este es el círculo virtuoso del capital: precio, liquidez, reputación, coste de financiación y capacidad de crecer se retroalimentan.

Ferrovial es el caso más sonado —por tamaño e historia— de una empresa que abandona España para buscar un futuro mejor. Y, como ocurre con cualquier emigrante que deja atrás un país con menos oportunidades, la salida no es ni sencilla ni especialmente agradable: arrastra costes de transición; fricción política; desgaste reputacional y una inevitable sensación de ruptura con el lugar donde nació la compañía. Pero la realidad empresarial es sencilla: las empresas no se mudan por nostalgia; se mueven por condiciones de crecimiento.

La singularidad de Ferrovial, que generó muchos titulares y polémicas en su momento, no debe ocultar lo habitual del fenómeno en empresas pequeñas o jóvenes. En fases tempranas, el acceso a financiación es literalmente la diferencia entre existir o no existir. Y aquí está el punto incómodo: en Estados Unidos un emprendedor suele encontrar más opciones de capital y deuda que en España. Por eso, muchos españoles acaban creando empresas allí: no porque lo prefieran culturalmente, sino porque a veces es la única manera de que el proyecto vea la luz, con rondas más competitivas, deuda con plazos razonables y un camino de salida creíble. Si el mercado local no ofrece oxígeno, el emprendedor emigra para poder emprender.

¿Qué hace falta para que haya buena financiación? Un ecosistema completo: business angels, fondos de venture capital (capital semilla y crecimiento), fondos de private equity (escalado y consolidación) y, crucialmente, mercados públicos con reglas sencillas y justas que atraigan emisores e inversores. Los emprendedores van donde están los fondos que necesitan para crecer; y los inversores, a su vez, van donde pueden vender en el futuro —a private equity o mediante salidas a Bolsa— en las mejores condiciones. La financiación no es solo cuánto dinero hay: es a qué precio, con qué plazos, con qué derechos, con qué liquidez y con qué horizonte temporal.

Por eso el debate sobre precios y múltiplos no es algo menor. No es lo mismo diluirse hasta quedarse con el 10% que conservar un 30% tras varias rondas de financiación. No es lo mismo pagar un 12% por la deuda que un 22% en etapas iniciales. No es lo mismo financiarse a 12 meses que a 4 años. Estas variables determinan decisiones vitales: dónde se funda; dónde se contrata talento; dónde se tributa; dónde se innova. Y también determinan decisiones de fondos: un venture capital necesita creer que podrá vender bien su participación; si el mercado de referencia paga más y ofrece más liquidez, ese mercado ganará por inercia.

Aquí entra el factor que suele subestimarse: la bolsa es el espejo donde se miran todos los inversores anteriores. Cuando una organización alcanza cierto tamaño (OpenAI o SpaceX por ejemplo), el mercado público se convierte en el único posible comprador. La bolsa es el mar donde desembocan ríos grandes y pequeños. Que una empresa pueda ampliar capital o venderse a 10 veces beneficios o a 30 veces beneficios no es un detalle técnico: multiplica por tres el valor capturable y, por tanto, el incentivo a ubicar sede y cotización donde se maximice ese resultado. Y si hay que elegir dónde cotiza una fusión entre una empresa de Málaga y otra de Tokio, Estados Unidos suele tener más papeletas precisamente por ofrecer mejores condiciones de financiación y crecimiento.

De hecho, existe una operación de libro en los mercados globales: Si una cotizada estadounidense negocia a PER 20 y en su sector hay una europea (incluso con mejor modelo de negocio) a PER 10, la primera puede comprar la segunda entregando acciones, manteniendo sede y cotización en Estados Unidos. En la transacción ganan los dueños de ambas pero pierde el país de origen de la europea, que se queda sin centro de decisión y sin parte del ecosistema de conocimiento asociado.

Y aquí está la pérdida más grave: Cuando una economía pierde una gran empresa no solo pierde empleos —directos e indirectos— e impuestos. Pierde, sobre todo, el conocimiento de primer nivel —capacidad de gestionar proyectos complejos; tecnología operativa; talento directivo; redes globales— que migra con la sede.

La historia se repite: en economía, primero emigran las empresas en busca de un futuro mejor y, décadas después, lo hacen en masa los ciudadanos con el mismo motivo. Por eso es fundamental construir un ecosistema competitivo a escala global para la financiación empresarial y la inversión. No por el bien del sector financiero en sí —que compita, como todos—, sino por la utilidad que ofrece al resto de los sectores. Un sistema financiero que no es eficaz ni eficiente empuja a emigrar: primero a las empresas de todos los tamaños; después, a las personas.

Juan Gómez Bada es director de Inversiones de Avantage Capital.