A las series se va por curiosidad y se vuelve por costumbre. Los hermanos Duffer encerraron a un puñado de niños en Hawkins y los pusieron a lanzar los dados de Dragones y mazmorras igual que Kirsten Dunst jugaba a Jumanji. El riesgo no era … quedar atrapado como Robin Williams en ese mundo en el que se pedalea al ritmo de Kate Bush sino perdurar, atrapar al resto. Engordaron durante diez años al monstruo de ‘Stranger Things’, que iba a ser una película, y contagiaron a un público masivo, preñando la morriña con referencias de los ochenta, cabalgando el pastiche con una estética cuidada y agitando el saco de guiños cinematográficos: John Carpenter, Stephen King, Los Goonies, Steven Spielberg. Tocaron todo y llegaron a todos. Donde no triunfó JJ Abrams con ‘Super 8’, ellos sí.

Levantaron un fenómeno cultural de masas a base de recuerdos, colonizaron la conversación, reinventaron el merchandising, herederos milenial del visionario George Lucas, se pringaron con la nostalgia, a veces demasiado, y se contaminaron con los antojos del espectador moderno, eternamente insatisfecho aunque se le consienta. Una década después de esa primera aventura, la epopeya infantil definitiva termina, y con ella las series evento. Siguen existiendo los fenómenos (ahí están ‘Las guerreras K-Pop’) pero las series como ‘Perdidos’, como ‘Juego de tronos’, las series como ritual al que se va y se espera están desapareciendo. Han muerto. ‘Stranger Things’ es su último canto de cisne, ese que certifica una costumbre que se extingue, y probablemente ni siquiera su final, como ha sucedido con otras, sea capaz de lograr el impacto social y cultural de su debut, por mucho que Netflix lo despiece en tres ventanas de estreno.

«La fuerza cultural de la ficción televisiva lleva años en caída, sobre todo para series de largo recorrido», explica Alberto Nahum, experto en series y profesor de la Universidad de Navarra. Cambian los mapas, los líderes mundiales y también la forma de consumir del público. Las series, un refugio a veces, ya no son el único: compiten directamente con TikTok, Youtube… Infinitas posibilidades y estímulos. En un mundo donde la atención dura lo que antes duraba un anuncio, cuesta cada vez más concentrarla en una serie. Una que, al menos, justifique un viaje tan largo como la homérica odisea de Walter White. La doble velocidad y el maratón han matado la paciencia.

La burbuja

Cuando se estrenó ‘Stranger Things’, sus protagonistas tenían entre 12 y 14 años. Ahora ya superan los veinte. La serie de los hermanos Duffer llegó a Netflix en 2016, cuando la competencia en el ‘streaming’ era escasa, cuando el catálogo de la gran N no parecía una máquina para quemar carbón y las plataformas, en plural, eran una promesa de futuro y todavía se podían contar con una mano. Disney+ no había llegado ni siquiera a España. Ahora la burbuja es tan grande que amenaza con reventar en cualquier momento.

«Con tanta plataforma y tanto producto intentando llamar la atención, parece que el público se ha acostumbrado a estar en una rueda constante de novedad y ‘serie del año’ prácticamente cada mes. Hay una inflación de interés, un reclamo exagerado que te vende ‘acontecimientos’ que realmente no lo son. Eso genera en los espectadores que quieren estar más a la última una sensación de urgencia permanente que acaba cansando. O que hace que la gente pierda la prisa por la novedad y sea mucho más selectiva en sus apuestas. Tanto el ansia de renovación como el cansancio por la incesante renovación han hecho que se disuelva en buena parte la sensación de visionado colectivo», reflexiona Nahum.

Coincide Elena Neira, autora del libro ‘Streaming Wars: La nueva televisión’ y especializada en nuevos modelos de distribución audiovisual, para quien no es tanto el final de las series de relevancia cultural sino un cambio de paradigma en lo que se considera un fenómeno. «Son más o menos intensos según la plataforma que distribuya el contenido y de la cobertura de la misma. Esto es lo que explica que las series de Apple TV+, unas de las más premiadas y mejor valoradas, no consigan traspasar un nicho muy reducido de audiencia. También son más efímeros porque se estrena mucho más contenido, de manera que la novedad acaba desplazando a las series ya estrenadas de manera muy evidente».

Imagen de 'The Pitt'

Imagen de ‘The Pitt’

HBO MAx

Escribió el escritor alemán Jean Paul que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados pero la amnesia por saturación amenaza con borrarlo todo. ‘Adolescencia’, convertida en serie de culto con un día de vida, parece que llegó hace un siglo. Ya nadie se acuerda de Seth Rogen como el directivo patán de un gran estudio ni de la conspiración que casi tumbó a Robert de Niro en ‘Día cero’. ¿Estaba Joel vivo en la última temporada de ‘The Last of Us’? ¿Cuántos niños murieron en ‘It: Welcome to Derry’?

Vuelta a las viejas costumbres

Paradójicamente al ritmo incansable de estrenos, diciembre fue un mes relativamente tranquilo. Ninguna gran serie, nueva o que regrese, se ha atrevido a plantar cara a la gran despedida del Mundo del Revés estas navidades. HBO Max, convertida en pelota en manos de la propia Netflix y Paramount, retrasó todas sus grandes series a enero y programó, con un margen de diez días, el regreso de ‘Industry’, ‘The Pitt’ y a los Siete Reinos.

«Tanto el ansia de renovación como el cansancio por la incesante renovación han hecho que se disuelva en buena parte la sensación de visionado colectivo»

En tiempos de catálogos que parecen producidos por ChatGPT y con la promesa de varias temporadas de una serie de Harry Potter en el horizonte, lejano, perduran aún acontecimientos sectoriales, pequeñas rarezas. ‘Mare of Easttown’ fue un pequeño gran fenómeno entre el público seriéfilo, ‘Euphoria’ se convirtió en referencia para una generación de posadolescentes, ‘The Bear’ conquistó a la crítica desde el paladar y ‘The Pitt’, como ‘Stranger Things’, miró atrás para convertir lo clásico en algo nuevo.

Perdurar en tiempos del ‘streaming’

Quizás conscientes de ello, de haber tocado techo, las plataformas de ‘streaming’ comienzan a hacer lo mismo. Entre tanta futilidad, buscan algo que perdure y vuelven al visionado semanal para recuperar, en palabras de Nahum, una cosa que era la esencia de la televisión: el rito, la comunión colectiva que implicaba ver algo todos al mismo tiempo, semanalmente, anualmente, creciendo con personajes e historias. «Eso era realmente lo que convertía algo en acontecimiento: no necesariamente el visionado semanal, sino la sensación de tener una conversación compartida. El paisaje televisivo actual es más Babel: cada cual hablando su lengua con unos pocos».