Nada en el universo es eterno, ni siquiera aquello que parece inmutable cuando miramos el cielo nocturno. En las últimas décadas, la astronomía comenzó a reunir indicios de que el cosmos ya superó su etapa más fértil. Aunque las estrellas siguen iluminando galaxias enteras, algo profundo está cambiando: cada vez nacen menos. Y esa tendencia podría marcar el principio de un final tan lejano como inevitable.

El nacimiento y la muerte de las estrellas

El universo tiene una edad estimada de 13.800 millones de años, y las primeras estrellas aparecieron poco después del Big Bang. Algunas de ellas aún sobreviven como reliquias cósmicas: observaciones recientes del Telescopio espacial James Webb identificaron estrellas en la Vía Láctea con cerca de 13.000 millones de años de antigüedad.

Las estrellas nacen en gigantescas nubes de gas y polvo llamadas nebulosas. Allí, la gravedad comprime lentamente el material hasta que se forma una protoestrella. Cuando su núcleo alcanza millones de grados, comienza la fusión nuclear: el hidrógeno se transforma en helio y se libera energía en forma de luz y calor. Así empieza la llamada “secuencia principal”, la fase estable que ocupa alrededor del 90% de la vida estelar.

Con el tiempo, el combustible se agota. Las estrellas pequeñas, como el Sol, se apagan de forma gradual durante miles de millones de años. Las más masivas, en cambio, tienen finales violentos: colapsan y estallan como supernovas, sembrando el espacio con elementos pesados que pueden alimentar nuevas generaciones estelares.

Un universo dominado por estrellas viejas

A pesar de ese ciclo aparentemente infinito, los datos muestran otra realidad. En 2013, un estudio internacional concluyó que cerca del 95% de todas las estrellas que existirán en la historia del universo ya nacieron. Según sus autores, vivimos en una era dominada por estrellas envejecidas.

El punto máximo de producción estelar ocurrió hace unos 10.000 millones de años, durante el llamado “Mediodía Cósmico”. Desde entonces, la tasa de formación no dejó de caer. “Las galaxias convierten gas en estrellas, pero lo hacen cada vez más lentamente”, explica Douglas Scott, cosmólogo de la Universidad de British Columbia.

Investigaciones recientes, basadas en datos de las misiones espaciales Euclides y Herschel, analizaron más de 2,6 millones de galaxias mediante un mapa tridimensional del universo. Una de las claves fue medir el calor del polvo cósmico: las galaxias más activas son más calientes. El resultado fue claro: la temperatura promedio de las galaxias lleva mil millones de años descendiendo, una señal directa de menor formación estelar.

Diseño Sin Título 2025 12 23t095836.778©Dương Nhân Cuando reciclar ya no alcanza

Aunque las estrellas muertas liberan material que puede reutilizarse, el proceso tiene límites. Cada nueva generación nace con menos combustible disponible. Es como reconstruir una casa una y otra vez con restos: cada vez queda menos material útil y las estructuras resultantes son más pequeñas.

Además, el universo favorece la formación de estrellas poco masivas, que consumen su combustible lentamente pero no producen grandes cantidades de nuevos elementos. Con el tiempo, esta combinación conduce a un escenario en el que simplemente no habrá suficiente gas frío para iniciar nuevos nacimientos estelares.

La teoría de la gran helada

Este declive encaja con una de las hipótesis más aceptadas sobre el destino final del cosmos: la muerte térmica, conocida como la “Gran Helada”. A medida que el universo se expande, la energía se dispersa. Las galaxias se alejan, las estrellas se apagan y el espacio se enfría hasta un punto en el que no puede sostener estructuras complejas ni vida.

“La energía disponible en el universo es finita”, resume Scott. Cuando se agote, no quedará nada capaz de encender nuevas estrellas.

Un final con demasiados ceros

Aun así, no hay motivos para alarmarse. Los astrónomos estiman que seguirán naciendo estrellas durante entre 10 y 100 mil millones de años más, mucho después de que el Sol desaparezca. El verdadero final sería todavía más lejano: cálculos recientes de la Universidad Radboud sitúan la Gran Helada en un quinvigintillón de años, un uno seguido de 78 ceros.

Tiempo de sobra, entonces, para seguir mirando el cielo. Porque aunque el universo se esté apagando lentamente, sus estrellas aún tienen una eternidad por delante para brillar.

 

[Fuente: La Nación]