Las mujeres han sido una parte muy importante de la vida de Sonsoles Ónega (48 años), y así lo demuestra ahora en sus libros como Las hijas de la criada, que gira en torno a varias mujeres y niñas. Del mismo modo que creció rodeada de ellas, también lo hizo entre dos mundos completamente diferentes: el frenetismo de la capital y la serenidad de la Galicia rural.
Aquello marcó su forma de ser y todavía hoy recuerda la herencia gallega que tomó de su padre. Fernando Ónega (78 años) nació en Mosteiro, una pequeña aldea de Lugo capital del concejo de Pol. Antes de trabajar para Adolfo Suárez y crear discursos tan famosos como el mítico «puedo prometer y prometo», forjó su personalidad allí. En el mismo lugar en el que, años más tarde, sus hijas crearían preciosos recuerdos.
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Las raíces de Fernando, Sonsoles y Cristina Ónega están en Galicia y siempre lo estarán. Por su parte, Sonsoles reconoce que su conexión con la tierra sigue muy viva. En una entrevista para la revista Semana confesó que tiene «más gen rural que de ciudad» y que recuerda todos sus veranos en Mosteiro, «donde nació mi padre y donde hemos pasado buena parte de nuestra infancia y adolescencia».
Clara
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10 cosas que no sabías de Sonsoles Ónega
El pueblo donde se crió Sonsoles Ónega
Mosteiro es «donde siempre pensamos que algún día volveremos«. Es ese lugar seguro del que nunca renegará. Tiene apenas 215 habitantes y quizá ese ha sido el motivo por el que la conexión ha sido tan grande, por la enorme diferencia de su Madrid natal. «Creo que tengo un vínculo estrecho con la naturaleza, con la ‘escuchanía’ de las gentes de los pueblos, que me parece prodigiosa».
Asegura que allí «la gente es muy amable y cariñosa» con ella, y eso le hace sentir aún mejor. Aunque con su pueblo tiene algo especial, Sonsoles admite que es una persona que encuentra el equilibrio cuando sale de la ciudad y se mezcla con las tradiciones y los lugareños. «Aterrizo cuando llego a un pueblo. Me encanta el ritmo de los sitios pequeños y, sobre todo, ese respeto a los orígenes. Tengo algo de todo eso», confirma.
El pueblo, otro universo completamente distinto
En Mosteiro afirma que se recuerda «asalvajada». Cuando salía de Madrid se encontraba con otro mundo completamente diferente, «sin tiempo, sin obligaciones». Además, recuerda que «fue una infancia tan distinta a la que pueden tener mis hijos ahora, sin maquinitas, buscando babosas, cortando ortigas para pinchar a mi hermana…». Eso era la felicidad y ahora, de adulta, lo sabe identificar a la perfección.
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«Esa querencia al pueblo la he tenido ahí», confiesa, reconociendo que siente la llamada de volver «todo el rato». Nunca ha querido desvincularse y cree que «todos tenemos esa ensoñación» de volver a donde uno ha sido feliz, aunque Sabina cante que «al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». «Hay una especie de éxodo hacia ciudades más pequeñas, que ojalá sea la solución para el problema de la España vaciada», afirma.
«Antiguamente decíamos «pondré una mercería cuando me retira» y ahora es «me iré a vivir al campo«, explica. Allí no tiene amigos, pero sí la casa de su abuela que debe y quiere reformar. Si bien es muy fan de ir al pueblo y le gustaría vivir allí en algún punto, asegura que no le gustaría cambiar el lugar en el que escribe. Cuenta que ha conseguido tener «un espacio muy chulo e íntimo», una biblioteca preciosa donde es capaz de recluirse.
Sus dos abuelas, grandes ejemplos a seguir en su vida
Uno de sus mayores ejemplos a seguir estaba allí, en Mosteiro, y era su abuela Angelita. Cuenta que se casó con su abuelo José Ramón y que ambos dedicaron toda su vida al campo y a la familia, «desde recoger patatas y berzas hasta sacar el ganado de las cuadras». Aquel trabajo incansable lo hacían siempre con una dignidad envidiable, y Angelita sabía separar perfectamente el trabajo del resto de la vida.
«Luego ella era muy señora, se ponía sus collarazos, que supongo que eran falsos, para estar guapa», comenta, añadiendo que «eran mujeres que cuidaban de sí mismas y de todos los demás, eran cabezas de familia«. Su abuela paterna era muy diferente a la materna, que nació en Puerta de Toledo, «cuando Madrid era un pueblo y se revivía a las parturientas con un caldo de gallina».
Aun así, ella «también tenía mucho apego a la tierra» y siempre decía: «¡Si nosotras hubiéramos tenido Facebook!». Sonsoles está convencida de que «hubieran conquistado el mundo«. Asegura que «todos estamos hechos de estas mujeres». A modo de conclusión, «en los pueblos es donde uno puede encontrar su raíz, su origen más verdadero». Son esos lugares que, aunque estén lejos, se quedan dentro de uno para siempre.