Emilio Gutiérrez Caba, uno de nuestros grandes varones de la interpretación llega, a sus 83 estupendos años, al teatro Fernán Gómez de Madrid como director al frente de la obra ‘Los duelistas’, adaptación del relato ‘El Duelo’, de Conrad. Y nosotros aprovechamos para hablar con … él. De pecados, como debe ser.
-Le perdono un pecado.
-La timidez.
-Como pecado, tengo que decirle que es uno muy original.
-Más que original, en los tiempos en que vivimos es un grave pecado capital para nuestra sociedad.
-¿Sería este, entonces, un pecado moderno?
-Desde luego, no es uno de los antiguos. Pero es que los pecados capitales están un poco obsoletos. Está muy desactualizada esa lista.
-Podemos formular una nueva. ¿Añadimos alguno más, junto a la timidez?
-Yo añadiría la modestia.
Diría que la timidez es incapacitante para alguien que tiene que subirse a un escenario y trabajar con cientos de ojos pendientes de él.
-Esa es la contradicción. La contradicción humana está ahí. Ese montón de ojos sobre ti hacen que no seas tú. No eres tú el que se sube al escenario, es otra persona.
–¿Ese desdoblamiento lo provocaría el hecho de luchar cada día contra su pecado capital, la timidez?
-Pues, más o menos, sería eso, sí.
–¿Y qué pecado disculpa más fácilmente en los demás?
-La incomprensión.
-Otro pecado moderno. ¿Me lo explica?
-Bueno, el mundo es una incomprensión. Nuestra incapacidad para comprender a los demás es lo que provoca la mayoría de los conflictos y malentendidos. Por eso puedo entender y disculpar que alguien caiga en eso y no comprenda a los otros.
«La contradicción humana está ahí. Ese montón de ojos clavos sobre ti hacen que no seas tú. No eres tú el que se sube al escenario, es otra persona»
-¿Y el que más le cuesta perdonar?
-La soberbia. En este caso sí voy a uno de los clásicos.
–Con una profesión como la suya supongo que tendrá que lidiar con ella bastante a menudo.
-No, no, qué va. La soberbia está en la gente poderosa, gente de dinero y políticos. Esa es la gente soberbia. Lo de nuestra profesión, como las profesiones artísticas en general, es más bien vanidad. Puede haber algún caso aislado de soberbia, pero muy contados.
–¿Sería ese, entonces, el pecado que usted no se permite cometer bajo ningún concepto?
-Bueno, yo he podido tener alguna vez un momento de soberbia, todos somos humanos. Pero no soy extremo, es decir, no puede uno plantarse en la vida siendo de profesión soberbio. Pero lo que no soporto es la prepotencia.
«El ser humano es un poco como la tierra, tenemos un núcleo central ardiente. Lo que se trata es, con la educación y la cultura, de tratar de tener controlado a ese núcleo central ardiente. Que lo podamos controlar nosotros y no que nos controle él»
–Tenemos, entonces, un cuarto pecado moderno.
-Es que el ser humano es un poco como la tierra, tenemos un núcleo central ardiente. Lo que se trata es, con la educación y la cultura, de tratar de tener controlado a ese núcleo central ardiente. Que lo podamos controlar nosotros y no que nos controle él. En ese sentido, la sabiduría que dan los años, es precisamente esa: aprender a mantener bajo control ese núcleo ardiente que tenemos todos.
–Aquello de mi admirado Wenceslao Fernández Flórez, que los pecados capitales no son más que las grandes pasiones humanas, las que mueven el mundo, fuera de control.
-Es eso, exactamente. Tenía toda la razón Fernández Flórez.
–Pero me ha gustado mucho explicado con su metáfora del núcleo ardiente. Creo que lo utilizaré algún día, con su permiso.
-Es que somos un reflejo de la tierra, ¿no crees? De ahí lo del núcleo ardiente.