La montuna carretera de Una batalla tras otra comienza a quedar lejos de casa. Parece que fue hace un siglo cuando la nueva película de Paul Thomas Anderson desembarcó en los cines de España y, no obstante, aún se mantiene en varios de ellos. Así de rápido pasa el tiempo o, si no, que se lo pregunten a Bob: un día eres un revolucionario llamado a acabar con el capitalismo y al siguiente estás fumando con vaper en mitad del bosque.

Una batalla tras otra parte de la novela Vineland, de Thomas Pynchon, al que Thomas Anderson ya había adaptado en Puro Vicio. No es un mérito menor: el autor de El arcoíris de gravedad es tan fácil de llevar al cine como James Joyce. En Vineland, aunque figuren personajes similares, no hay ningún club de los amantes de la Navidad, camarilla fascista que opera en las sombras e integra a lo más granado de lo más grillado. A ella quiere sumarse el coronel Steven J. Lockjaw, encarnado por un enloquecido Sean Penn.

Lockjaw reúne todos los requisitos necesarios para ser lo peor de lo peor, excepto uno: el contador a cero en relaciones interraciales. El motivo, su embelesamiento por Perfidia (Teyana Taylor), a la que, tras detener, dejó en libertad a cambio de sexo. Entre los amante de la Navidad, corre el rumor de que Lockjaw pudo ser, también, un amante de pieles no demasiado blancas, y deciden investigar. Y el temor principal del personaje de Sean Penn, que aspira a fichar por el club de su vida, es que encuentren una prueba viviente: su posible hija Willa, encarnada por Chase Infiniti, y a la que cuida en la clandestinidad Bob.

¿Es Willa hija del coronel Lockjaw?

Tras una búsqueda infinita (el juego de palabras con el nombre de la actriz era inevitable), Lockjaw logra encontrar a Willa, la maniata y le hace una prueba de paternidad. Para entonces, Bob (Leonardo DiCaprio) ya sabía que su pareja había tenido sexo con el coronel y sospechaba que, quizá, Willa no era biológicamente suya. La prueba de paternidad, de hecho, es positiva, por lo que Lockjaw decide entregarle a Willa a un sicario para que la asesine. Así borrará cualquier huella de interracialidad y podrá jugar al fascismo con sus navideños amigos.

El sicario se niega y se la entrega a una pandilla de catetos con menos escrúpulos que él. Para entonces, ha quedado claro que Willa es hija de Lockjaw. ¿O no?

Si volvemos atrás y observamos la escena en la que hace la prueba de paternidad, veremos que, ya sea porque Lockjaw no es muy avispado o porque Willa no deja de burlarse de él, el coronel comete un error: las bandas que deben determinar si es o no su hija han de crecer más de lo que lo hacen. Esto no significa que Lockjaw no sea el padre de Willa, sino que no podemos saberlo taxativamente, ya que el militar desconecta el artefacto antes de tiempo al creer que, con unas pequeñas líneas, ya era suficiente. 

Además, y aunque esto el montaje no lo deja del todo claro, parece que usa el mismo bastoncillo para extraer la saliva de Willa y para la suya propia, lo que, al introducirlo en la pipeta, obviamente haría que en ambas muestras hubiera una coincidencia. Es comprensible que no reparases en este detalle: los andares de Sean Penn a lo Milei distraen a cualquiera.