Si uno se fija bien, es fácil reconocer dos tipos de personas entre los visitantes de un museo: aquellas que viven del arte (soñadoras, con el rostro pegado al lienzo) y aquellas que viven en el arte (sabias, teatrales e, incluso a veces, demasiado seguras de sí mismas). Pero son muy pocos los que han tenido ocasión de posar sus ojos sobre una tercera categoría: aquellas que, por razones todavía objeto de estudio, nacen destinadas al arte. No existen señuelos que las atraigan, ni tampoco lentes lo bastante gruesas como para delinear sus contornos. Son una especie de rara avis. Se distinguen de las otras por anidar en lugares imprevisibles, a menudo remotos y excepcionales, por no mencionar el cuidado minucioso con el que componen su refugio. La periodista y coleccionista Mariuccia Casadio es, indudablemente, una de ellas.