En Villa de Leyva, donde la arquitectura colonial define tanto la postal turística como el modo de vida local, nació Casa de Pueblo, un proyecto de vivienda que se pregunta cómo habitar el centro histórico desde una lógica contemporánea. Lejos de responder a un encargo convencional, la iniciativa surgió como una exploración autogestionada, sin cliente ni programa definidos, motivada por una reflexión sobre las dinámicas inmobiliarias del casco urbano.

Tanto Granada como Buitrago buscaron mantener elementos tradicionales coloniales, como la baldosa rectangular en gres y las paredes texturizadas artesanales presentadas de una forma más actual.Mónica Barreneche vía El Buen Ojo.

Mónica Barreneche vía El Buen Ojo.
La pregunta de partida era simple y compleja a la vez: ¿es posible construir arquitectura de calidad, con identidad local, sin ceder al encarecimiento ni a la caricatura patrimonial? Diseñado por el arquitecto Carlos Granada, del estudio Granada Garcés Arquitectos, el proyecto se inspira en la tipología del townhouse europeo: casas urbanas de escala contenida que, en la época colonial, permitían a las élites mantener una residencia temporal dentro del tejido urbano. “Una townhouse o casa-pueblo es un tipo de vivienda con varias plantas y una o más paredes compartidas con otras casas. Suelen ubicarse en zonas urbanas o suburbanas y ofrecen una alternativa a los departamentos y las casas unifamiliares”, comentó Granada. Esta figura se adaptó a la realidad de Villa de Leyva, donde muchos propietarios residen habitualmente en Bogotá y buscan una segunda vivienda para descanso o renta. La observación atenta de las edificaciones alrededor de la plaza principal permitió identificar una referencia tipológica directa, reinterpretada desde una arquitectura contemporánea.

Mónica Barreneche vía El Buen Ojo.
El resultado es un conjunto de seis viviendas adosadas de aproximadamente 140 metros cuadrados cada una, construidas en concreto y metal, y articuladas desde una fachada suelta que mantiene la escala del entorno. El retranqueo de 2,5 metros respecto al plano de fachada crea un antejardín privado que suaviza la relación con el espacio público. Esta distancia es también un gesto de hospitalidad, una pausa antes de entrar; en un casco urbano donde lo público y lo privado suelen encontrarse sin transición. Cada casa está organizada en dos niveles con dos master suites. En la planta baja se concentran las áreas sociales articuladas por un vacío central de doble altura, bañado por luz cenital de dos tragaluces.
Esta verticalidad poco común en la arquitectura tradicional del pueblo transforma el espacio interior en una experiencia luminosa, fluida y contemplativa. Todas las viviendas abren hacia el verde: al frente, el ante jardín como umbral y, al fondo, un patio que permite una ventilación cruzada. Frente a la lógica cerrada de la casa colonial, Casa de Pueblo propone una arquitectura cóncava y abierta al clima. La arquitecta Camila Buitrago estuvo a cargo del diseño interior de tres de las seis casas. A partir de allí se definió una línea de mobiliario con dos variantes: una cocina en tonos grises y otra en chapilla, ambas pensadas para generar contraste con los materiales rústicos del entorno.