El debate se escucha a intervalos al otro lado de una sala del ayuntamiento de Villamanín (León, 860 habitantes, unos 70 en invierno). “Estamos jodidos”, se exclama. “No firma ni Dios”, trasciende. “¿Y qué me va a pasar con la papeleta?”, preguntan retóricamente. “Hasta ahora la estrategia de comunicación no ha sido buena”, autocrítica. “Redactadlo vosotros lo antes posible y luego ya se ponen las comas”, se recomienda. Chirrían las sillas a las 16.05 de este lunes y desfila fugaz la comisión de fiestas de Villamanín, que ha traído millones primero y polémica después por vender 50 participaciones que no consignó en la administración antes del sorteo de la Lotería de Navidad. Cristina Sanz, portavoz del grupo, clama por el entendimiento: “Nuestro objetivo es proteger la convivencia del pueblo”. Para ello se contempla que los premiados legítimamente den parte del pastel a los desafortunados afortunados sin boleto legal. Para ello, es clave que nadie denuncie, pues paralizaría el proceso. De momento no constan visitas al juzgado.

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Pueblo pequeño, infierno Gordo ante las potenciales rencillas entre vecinos si los galardonados con 80.000 euros por boleto oficial niegan un tanto por ciento (unos dicen que el 10%, otro menos del 5%, aproximadamente) a los perjudicados por el error de la comisión de fiestas. Los jóvenes, de entre 18 y 25 años, informaron a la administración de lotería que habían vendido 400 participaciones en décimos y no las 450 realmente dispensadas. Esas 50 no consignadas se quedaron en una mochila por error y, por tanto, sin los 10 décimos que debían darles validez y, por tanto, sin los cuatro millones correspondientes una vez salió el premio gordo. La portavoz comparece ante los medios con temple de político, pero manos algo temblorosas: “Somos conscientes de la preocupación y queremos expresar nuestro respeto hacia las personas implicadas, entendemos el malestar y trabajamos para llegar a una mejor solución cuanto antes. Nuestro objetivo es proteger la convivencia del pueblo y resolver esta situación de la mejor manera posible”, insiste. “Queremos mandar un mensaje de calma. Somos un grupo de vecinos que de forma voluntaria llevamos años colaborando para organizar las fiestas. Próximamente, se va a habilitar un teléfono y un correo para que todos los afectados puedan contactar”, informa, antes de negarse a añadir nada más. Lo único que suelta es un “muy complicado” al referirse al jaleo. Lo demás, mutis. Que irán informando. Tampoco cuenta nada sobre posibles denuncias de gente que no quiere acuerdos, reclama su dinero y para ello acude a los jueces. Un portavoz del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León afirma que, de momento, no constan movimientos judiciales, lo cual paralizaría el reparto, con quita o sin quita.

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El comité de festejos sale escopetado y un abogado que lo acompaña también, como la canción de Café Quijano que suena en el Hogar del Jubilado donde tanto se ha hablado del asunto y tan poco se habla ahora. El bar, sede de partidas de tute de seriedad olímpica y cafés y lecturas de periódicos, tiene colgado en el tablón de anuncios un cartel a modo de portada de diario en papel con “Noticias locas y sorprendentes de Manín”. Allí se alude al ataque de un dinosaurio, lluvias torrenciales de chocolate y un atropello a un tren. Lo editaron el 7 de junio. Para 2026, tendrán noticias locas y sorprendentes de lo ocurrido a través de ese bendito y maldito 79.432 que a saber cómo se glosará en el próximo ejemplar. La camarera Ángela Suárez, de 25 años, admite los “nervios” de estos días y señala que los habitantes defienden un reparto justo con los damnificados: “Meten más mierda los de fuera y los que no tienen papeleta que los de dentro”. Suárez entiende que los forasteros, ajenos al bienestar del lugar, reclamen su premio completo, pero insiste en que allí comprenden el “error” y buscarán entenderse aunque cueste.

En la vitrina de trofeos, desde una de un bingo a otra de dominó, hay una placa de reconocimiento a la “convivencia para asociaciones de personas mayores”. Convivencia, el gran tabú estos días. Fernando González, de 71 años, gana bazas al tute mientras responde sobre la controversia. “Yo no tengo problema porque no me ha tocado, pero se está poniendo a mucha gente en la picota. Yo creo que es la envidia, hay gente que quiere más y más y se están pasando”, sostiene, agradecido a los “chavales de la comisión que han reconocido un error” y que altruistamente organizan los festejos veraniegos. “¡Mejor no le digas el nombre!”, le sugiere otro de los señores, a lo que González despacha: “Qué más da”.

Dos vecinos de Villamanín, en el bar del pueblo.Emilio Fraile

No da igual. Casi nadie quiere mojarse y menos con su nombre y apellido. “Somos poca gente. Esto es un pueblo y preferimos no hablar”, se excusa un paisano en el Hogar del Jubilado. Seres humanos también, igualitos que en las ciudades y con los mismos pecados y virtudes, solo que aquí se saben los nombres de la gente y en las urbes no. La desazón se aprecia al pasear por Villamanín: en la plaza Mayor, la del ayuntamiento, un saco de arena de obra contiene siete botellas de sidra vacías, con los corchos abandonados entre los adoquines y serpentinas violeta dando color al gris del suelo y de los ánimos del lugar, donde la alegría se vive a medias tras varias décadas de depresión socioeconómica desde el cierre de las minas de carbón que alimentaban a la montaña leonesa.

El ajetreo ha pillado en este municipio a un grupo de chavales inmersos en un cursillo de monitores. Los muchachos dan unos toques con un balón y charlan a la puerta de su albergue antes de admitir que ahora todo está más tranquilo, pero que el día en que llegaron latía la tensión. “¡Había Guardia Civil!”, exclaman. Ahora, calma chicha, gente “muy maja” pero todavía sensaciones de recelo. Francisco Sánchez, de 21, cree que “quizá no estén para muchas fiestas” y se señala la sien para asegurar que, olfatea, pronto se resolverá el lío: “El dinero tiene fuerza, pero no tanta”.