Los últimos rayos de sol de la tarde iluminan la playa de La Ribera, la brisa marina refresca y las olas remueven el perfume de una escena que nada tiene que ver con una tarde de verano cualquiera. En el idílico entorno se reúnen más de 2.400 personas expectantes a un espectáculo tenístico único en todo el planeta: el torneo de Tenis Playa de Luanco.
No es tenis playa, esa modalidad que cabalga entre el pádel y el vóley playa y celebra pruebas por las costas de todo el planeta. No. Se trata de tenis, el de toda la vida, tenis con todas las de la ley, pero disputado sobre la superficie arenosa y todavía humedecida por las aguas del Mar Cantábrico.
¿Cómo puede botar la pelota ahí? ¿No resbalan los jugadores? Son dudas que asaltan a cualquiera que se deje sorprender por vez primera al ver el estadio montado a escasos metros del agua. De hecho, la fascinación es mayor cuando aprecian la pista cubierta por casi un metro de agua horas antes del arranque del primer partido. Solo una vez baje, el sol, el agua y la brisa habrán preparado las condiciones perfectas para instalar la pista.
140 toneladas de materiales de hierro, 1000 tornillos, 9 días de incansable trabajo de las 70 personas que preparan cada detalle a toda velocidad aprovechando la bajamar. Nada falta cuando la moneda cae en la arena, se elige sacador y el juez de la orden. Empieza el partido.
Fue el pasado lunes cuando este plumilla que les escribe pudo acudir en nombre de 20 minutos a contemplar la primera jornada de la 38ª edición del torneo. El argentino Pedro Cachín batió a Bernard Munk en un estreno que ya hizo las delicias de los presentes, ojos que volvieron a brillar de ilusión tras volver a ver acción en una pista por la que han pasado nombres de la talla de Manolo Santana, Manolo Orantes, Sergio Casal, Alex Corretja, Carlos Moyá, Juan Carlos Ferrero, Emilio Sánchez-Vicario, Feliciano López, Fernando Verdasco, David Ferrer o Nicolás Almagro… entre otros.
Los aplausos estallaban entre punto y punto, las genialidades de las dos raquetas en el tramposo y desnivelado firme se valoraban doble. No es para menos, las dejadas se clavaban como puñales y los saques directos eran veneno para el restador. Irónicas eran las miradas a la arena cuando el desnivel desbarataba la trayectoria esperada de la bola. Esto es Luanco, amigos, aquí muchas veces los mejores lucen noveles.
No es, por contra, por falta de cuidados. El incansable equipo de pisteros ‘pintan’ las líneas horas antes del arranque del partido, coloca la red en último lugar y cuida con mimo cada metro de tapete con una minuciosidad única en el mundo. Le reto a buscar un torneo que cuente con cuatro pisteros por lado en cada descanso de los jugadores. No lo hay.
¿Y se juega en serio? Vaya si se juega. No hay puntos ATP en juego, claro, esos se reparten en estas fechas en Toronto y Cincinnati, pero el honor de coronarse sobre la arena no se negocia. No lo hizo Cachín el lunes, quizás sí Benoit Paire ante el local Miguel Avendaño en el segundo partido de la tarde. El francés, que ha llegado a ser el N.º18 del mundo, entró a la pista grabando todo al su alrededor con el móvil. Para él, ganar fue debutar en un entorno único en todo el calendario profesional. Su presencia era uno de los platos fuertes, dio el espectáculo esperado y, pese a perder, se dio el homenaje de celebrar: «Ahora me toca disfrutar de la noche de Asturias», dijo en un español tan tropezado como aplaudido por el público.
Todavía mejor tenis se vio en La Ribera en la jornada del martes, donde Butvilas y Zapata acabaron con Avendaño y Cachín —triunfadores en la jornada inicial— y pelearon con la furia de los mares. El fuerte viento costero arrasaba con las lonas, vallas publicitarias y todo lo que se impusiera a su paso, pero no frenó el ímpetu de los gladiadores que se batieron en la arena de Luanco.
Las gaviotas no respetan el ceremonial silencio entre punto y punto, las campanas de la iglesia cercana doblan anunciando victoria y derrota. Esto es el Torneo Tenis Playa Luanco, orgullo de luanquinos que cada año agotan las entradas, sobrepueblan los balcones de primera línea y se encaraman a cualquier alto para ver los partidos.
Las semifinales y la final —que no pudo contemplar in situ quien les escribe— dieron la oportunidad a niños y a mayores de ver en acción a dos verdaderas leyendas de este deporte: Dominic Thiem y Richard Gasquet, victoriosos en semifinales y protagonistas de la gran final conquistada por el francés.
Con el punto final que cerraba cada jornada, lugareños y extranjeros allí congregados abandonaban el improvisado pabellón para perderse entre las calles del pueblo. Al final del paseo, el jolgorio se concentraba en el murete del muelle. Los grupos de jóvenes y mayores brindan allí, espumosa sidra en mano y tentempié de acompañamiento, por muchos años de más y mejor tenis en la pista que brilla hasta la medianoche, ya peinada por las primeras olas, a orillas de La Ribera.