Begoña del Teso

Sábado, 9 de agosto 2025, 08:14

De Sevilla. De la ciudad de la Real Maestranza de Caballería. Ha vivido en Córdoba, la Sultana. De donde era Manolete. Debutó como novillero en Camas, patria chica de ‘El Faraón’, Curro Romero. Tomó la alternativa en Pozoblanco, donde Paquirri no pudo burlar la muerte que ‘Avispado’ traía en sus cuernos. Ingeniero agrónomo por estudios, recuerda muchos toros. Uno en especial que salió al ruedo en 2020 en Linares allí donde ‘Islero’ le quitó la vida a Manuel Rodríguez. Torero tenía que ser, con esos antecedentes, Juan Ortega Pardo. Dicen que en la Feria de Azpeitia paró el tiempo y el toreo. Hará el paseíllo en Illunbe el 14 de agosto. En buena compañía. La de Borja Jiménez y Pablo Aguado. Con toros de Vellosino

– En Azpeitia lució un vestido de torear de Purísima (ese azul del manto de la Inmaculada) y oro. Hace nada, en el Puerto de Santa María vistió de champagne (quizás crema) y oro. ¿Tiene elegido cual vestirá la Víspera de La Virgen en Donostia?

– No. Siempre llevo en el equipaje varios ternos porque la elección depende de las sensaciones que tenga antes de vestirme. Del ánimo. Del tiempo que haga. De lo que haya sucedido en la anterior corrida. Lo único que sé, como lo saben todos los aficionados, es que haré el paseíllo con la montera en la mano.

«Todo lo que te rodea fuera y dentro de la plaza influye en tu manera de torear. En Azpeitia, ese monte sobre el coso, vigilante y protector a la vez. En San Sebastián, su belleza; ese orden, esa limpieza. Seré nuevo en Illunbe. Pero me han hablado otros toreros. De su afición, llena de clase»

– Por ser el 14 la primera vez que torea en nuestra plaza. ¿Qué sensación le provoca ese salir al ruedo desmonterado?

– Me hace feliz. Me quita años. Me siento más joven. Se renuevan las sensaciones de cuando empezaba.

– Ha subido a su Instagram una frase asombrosa que tiene relación con lo que acaba de decir: ‘Quiero ser capaz de acercarme a ese punto salvaje de cuando empezaba’. ¿Me he equivocado al transcribirla?

– No, está bien recogida. ¿Por qué iba a haberse equivocado?

– No sé. Nunca le habría relacionado a usted, el torero de las verónicas templadas, de los delicados galleos, el de la faena sin prisa, ese del que en San Fermín dijeron que cada pase suyo es una obra de arte, con algo ‘salvaje’. Hubiera pensado más que buscara la perfección.

– Ahí sí que se equivoca usted. Mi búsqueda no es la de la perfección porque esa búsqueda tendría su límite y la perfección, su techo. Sin embargo, lo salvaje no tiene ni lo uno ni lo otro. No conoce protocolos ni reglas. No es algo preparado sino algo que se escapa, que fluye. Algo complejo. Que se dispara cuando surge. Es una emoción sin control. La perfección te limita. Lo salvaje… te engrandece.

– ¿Espera dar un paso más hacia ese algo salvaje en Illunbe?

– No lo sé. No puedo saberlo. Nunca he toreado aquí. La imagen que puedo tener, que tengo, de una tarde de toros en San Sebastián es una imagen inventada porque aún no la he vivido. Me han hablado mis compañeros toreros de cómo es esta plaza. Sé que tiene vitola, sé de la clase, la altura de su afición. Son cosas que me generan gran ilusión. Pero no me oirá nadie decir que voy a dar a esa afición lo que por su categoría se merece.

– ¿No, no lo va a decir?

– No. Se debe dar por hecho que vengo a darlo todo. El día que pise la arena sin esa intención me retiraré. No. Prefiero decir que estoy muy ilusionado con lo que Illunbe puede darme a mí.

– Azpeitia ya se lo ha dado, ¿no?

– Dos temporadas ya que toreo allá. Es increíble saber que lo haces en el corazón mismo del País Vasco. En una plaza realmente bonita. Cuidada, como la feria misma, hasta en sus más mínimos detalles. Hasta la pintura de los burladeros, del callejón, del estribo. Y cerca, la Basílica. Y San Ignacio. Para mí, que sé que el toreo es un ejercicio espiritual.

– Ha hablado maestro, de plazas con vitola. No me cite ninguna de las monumentales pero dígame alguna donde se siente algo tremendamente especial.

– Ronda. En su ruedos están enterradas las cenizas de Antonio Ordóñez y con su arena se mezclaron las de Orson Welles esparcidas en la finca San Cayetano. Pisar su albero es entrar en una de las catedrales del toreo. Todo se aprende ahí.

– Pero fue en Linares donde un toro le abrió las puertas de este mundo que dentro de nada le trae a esta ciudad. Y no era ‘Perdicero’, aquel Nuñez del Cuvillo al que recibió con unas chicuelinas hermosas rematadas con una media abelmontada.

– No. Fue en Linares, eso sí. En 2020. Con ‘Nardito’ de Parladé. Yo vestía de blanco y azabache y la faena transcurría con la naturalidad del mismo respirar. Cuando todo acabó tuve una gran sensación de desgaste porque me estaba acercando a lo que buscaba.

– No la perfección sino lo salvaje.

– Justo. Hay tardes en las que sabes que ha pasado algo grande.

– Y lo nota también el público.

– La afición tiene cada vez más sensibilidad. Lo salvaje se siente aun sin ser gran entendido. Cuando está cerca, es un zarpazo.

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