El triángulo confuso India-Rusia-Estados Unidos nos dejó este viernes un nuevo episodio. Cuarenta y ocho horas después de que Donald Trump firmara la orden ejecutiva por la cual se establecían unos aranceles extra del 25% a la India por importar petróleo ruso, el primer ministro Narendra Modi demostró públicamente lo poco que le afectan esas sanciones. En un mensaje en la red social X, Modi presumió de haber hablado con “su buen amigo” Vladímir Putin sobre la guerra de Ucrania y la fortaleza de los lazos entre sus dos países.
De esta manera algo indirecta, Modi mandaba a su vez un recado a Trump, que está estos días viendo exactamente qué hacer con Rusia. Este viernes acababa, en principio, el ultimátum que el presidente estadounidense había puesto a Rusia para dar alguna señal de voluntad de paz. La sensación es que Trump no sabe qué hacer para no sancionar a Rusia y, así, parece que el interés mostrado por el Kremlin durante la visita de Steve Witkoff el pasado miércoles de cara a una reunión entre ambos presidentes puede valer para calmar los ánimos.
También puede, de paso, servir para aplazar las sanciones impuestas a la India, pues en la orden ejecutiva se especificaba que el problema en realidad era con Rusia… y que si Rusia se comportaba, el aumento de aranceles podía revisarse. En cualquier caso, quedan aún dieciocho días para tomar la decisión y Trump parece muy bueno con las amenazas y algo más timorato a la hora de pasar a la acción.
La reunión que lo puede cambiar todo
Su último giro respecto a Moscú resulta directamente incomprensible. Aunque en rigor Trump nunca ha sido muy preciso con las fechas de su ultimátum y en su momento habló de diez o doce días, es decir, entre el viernes 8 y el domingo 10 de agosto, no se ve mucha voluntad de presionar más a Putin. Primero, porque siempre ha confiado en su relación especial; segundo, porque tampoco hay demasiado margen para impactar con fuerza en la economía rusa, pues ya Joe Biden apretó las clavijas todo lo que pudo. Tercero, porque la relación internacional con Rusia va mucho más allá de Ucrania.
Por eso, Trump parece dispuesto a asumir el papelón de perdonar a Putin aunque Putin no haya hecho nada para ser perdonado. Sigue sin estar claro quién manda en el mundo, pero poco a poco vamos descubriendo quién no manda y eso ya es algo. A Putin le bastó con apuntar a la posibilidad de la reunión para que, de repente, todo lo que estaba mal pasara a estar bien. Ni siquiera hay una fecha ni unas exigencias previas, la simple voluntad de verse, posiblemente en algún país árabe, ya parece valer.
En la reunión no estaría Volodímir Zelenski, lo que choca de frente con la idea de unas negociaciones de paz. Si se llega a producir, será cualquier cosa menos eso. Pueden hacer un repaso geopolítico de las relaciones con la India, con Brasil, con China, con Irán… pero difícilmente podrá Trump comprometerse a nada en nombre de Ucrania o de sus aliados europeos si estos quedan al margen de la reunión.
En cuanto a Putin, ya ha dejado suficientemente claro que él no va a ofrecer compromiso alguno. Sigue convencido de que, tarde o temprano, ganará en el campo de batalla y no tiene ningún interés en treguas de ningún tipo.
Duro con los aliados, blando con los enemigos
Lo que está demostrando de momento la guerra de aranceles es que Trump es especialmente benévolo con los que se resisten… y que los que se resisten son precisamente sus enemigos comerciales. En otras palabras, no parece tener problemas en dañar la economía de sus aliados, pero se lo piensa dos veces cuando se trata de los que realmente le disputan a Estados Unidos el predominio geopolítico y comercial, es decir, los BRICS.
El primero en sufrir las amenazas trumpistas fue China, con aquella disparatada subida mutua de aranceles. Beijing no se arredró en ningún momento y Trump tuvo que recular. Después de toda una campaña electoral basada en la promesa de derrotar económicamente a China, Trump estableció una pausa de noventa días que acaba precisamente el próximo martes 12 de agosto. Habrá que ver qué decisión toma entonces, si mantiene el 50% de aranceles, si los sube con un plazo disuasorio o si llega a algún tipo de acuerdo para bajarlos.
Hay que recordar que el suelo chino es demasiado rico en materiales de tierras raras, los que permiten que funcione y avance la tecnología punta, como para competir con ellos. El objetivo de Trump es que al menos la manufactura de esos minerales y su conversión en procesadores de distintos tipos sí se pueda hacer en Estados Unidos, como acaba de prometer Apple recientemente.
La situación con Brasil, Rusia y la India
En cuanto a los demás países, lo dicho, quien ha plantado cara se ha llevado premio y quien no, carga, desde el pasado jueves, con aranceles de diversa enjundia. A Brasil, aliado comercial de China, Rusia y la India, le amenazó con unas tarifas del cincuenta por ciento por su supuesto trato vejatorio a Jair Bolsonaro, gran amigo de Trump, y la respuesta del Gobierno de Lula da Silva fue ordenar el encierro domiciliario del expresidente. Desde entonces, no se ha vuelto a saber del tema.
A Rusia, de momento, no se le van a modificar las sanciones y, si al final, por lo que fuera, Trump hiciera algún gesto en ese sentido para satisfacer a la opinión pública, a sus aliados y a su buen amigo Lindsey Graham, que lleva meses en el Senado intentando sacar una ley consensuada con los demócratas para ahogar a la economía rusa, probablemente viniera acompañado de algún nuevo plazo de aplicación. El asunto, parece claro, es ganar tiempo, aunque no se sepa para qué.
En cuanto a la India, lo dicho, si Estados Unidos no quería sopa, es decir, si no quería que mantuviera su relación privilegiada con Rusia, Modi le ofrece públicamente dos tazas. El movimiento ha sido arriesgado, sobre todo si se va a quedar a medias. La India es un país poderoso económicamente, que no deja de crecer y que, desde los tiempos de la Administración Clinton, había sido el gran aliado de Estados Unidos en la zona, una especie de contrapoder de China.
Ahora, Trump puede dar la vuelta, reconciliarse con Putin, decirle a Modi que no pasa nada porque use el petróleo ruso porque ahora son todos amigos… pero el daño ya está hecho en forma de falta de confianza. Si vas a aparentar fortaleza, más te vale llevar el órdago hasta el final. Las dudas no son buenas consejeras precisamente porque insinúan debilidad y la ausencia de un plan definido. Justo lo que la primera potencia mundial no puede permitirse.