Sábado, 9 de agosto 2025, 19:49
El matador de toros Enrique Ponce puede decir bien alto que es profeta en su tierra, en su Chiva natal, donde el viernes por la tarde fue nombrado embajador del Torico de la Cuerda a los pies de su escultura -«esa que algunos se empeñan en vestir de grana y oro», dijo el diestro con socarronería tras ser vandalizada– y en la misma plaza que lleva su nombre, la del Hijo Predilecto de la Villa de Chiva, la del torero de todos los récords.
La plaza, a los pies del cuadro de la Virgen del Castillo, se llenó hasta la bandera en tarde de no hay billetes. Ponce, relajado, despojado del miedo de la puerta de chiqueros desde su adiós, se desvistió de todos los filtros del personaje público para volver a su niñez, a las calles de su pueblo, a esa infancia vivida antes de partir a Navas de San Juan para hacerse torero.
En primera fila sus padres, Emilio y Enriqueta, para los que tuvo palabras emotivas por el sacrificio de dejar partir al niño lejos de casa para perseguir el sueño inoculado por el abuelo Leandro, el mismo que al primer pase que dio el nieto a una becerra con ocho años exclamó como un deseo cumplido: «Aquí hay torero». Y no se equivocó. La apuesta derivó en un torero de época.
El matador de los récords, las puertas grandes y los indultos quedó a un lado. En la charla afloró el Ponce chivano, el que junto a sus amigos, como Silverio, salía a jugar al toro de la cuerda por las calles del pueblo, el que pisaba el barranco y el Hondo Bechinos para trastear en una época sin móviles, en la que los niños se raspaban las rodillas en la calle. El chaval que quería jugar al fútbol como su primo Javi, el que se presentó en casa con una brecha en la cabeza a tres días de torear en la final de Monte Picayo tras un partido de patio, la herida que llevó a poner a su abuelo Leandro el grito en el cielo: «¡Este niño no puede jugar al fútbol, es muy peligroso!». Una orden que tuvo la respuesta inmediata de la madre: «¿Y los toros?». Al final, el pan no estuvo en el balón sino en la muleta.
El Ponce que toreaba de salón en la barbería de la calle Buñol y en la iglesia, con don Vicente y don Jesús, sacerdotes, taurinos y poncistas reconocidos: «Yo era monaguillo -todos los niños querían serlo- y en la sacristía ya toreaba, ellos me animaban, fueron tiempos muy felices».
Las carcasas de Ricardo Alarcón, que paralizaban a todo el pueblo para dar fe de la gesta del diestro de cada tarde; el pedazo de cuerda de toro presente en las plazas de toda España en muchas vueltas al ruedo; el recuerdo de Manolico, también torero; el cariño del pueblo que arropó al paisano en la tarde del viernes, gestos que hicieron aflorar la emoción de un diestro que se sintió en casa, que siempre ha llevado a Chiva bien pegado a su capote de paseo y que revivió su niñez cuando salió una criatura del público con un capotito para que se lo firmara el torero. Y con la firma, el chaval, como aquel niño Ponce, se marcó un lance que despertó el «olé» de los allí presentes.
Abrió plaza el presidente de la Peña Taurina El Torico de la Cuerda de Chiva, Abel Atienzar, amigo del diestro, que emocionado le dio la bienvenida y las gracias, como referente de ese grupo de chivanos y chivanas unidos en una peña y que dedican su tiempo en hacer crecer la fiesta. Y cerró el alcalde, Ernesto Navarro, que le puso deberes al diestro, el de llevar bien alto el estandarte de embajor del Torico, a la vez que agradeció ese granito de arena, como el de miles de personas, que puso el torero para paliar los efectos de la dana, de la que se enteró camino de Perú, una tragedia de la que no se pudo desvincular porque su casa, la de la familia, también fue volteada por el agua.
El acto, amenizado por las piezas del cuarteto de cuerda String Strad, terminó con el nombramiento oficial de Enrique Ponce Martínez como primer embajador de las fiestas del Torico de la Cuerda de Chiva, con el pañuelico rojo al cuello y el garrote en la mano. Al finalizar, aplausos y puerta grande para un pueblo que ya vive de lleno las fiestas del Torico en un año que, como el propio Ponce dijo, hay que tratar de disfrutar tras el sufrimiento que llevó la dana Chiva: «Siempre hay que levantarse».
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