«Misteriosa madre» consta de seis partes muy bien diferenciadas todas y cada una de ellas, tituladas con un solo vocablo. Esto ya nos deja entrever la potestad plena, sugerente, enigmática y sumamente imaginaria que deviene de cada sustantivo denominador. Porque esta recopilación de relatos constituye un magnífico proyecto literario que llevaba gestándose desde un tiempo concreto; o lo que es lo mismo, necesitaba macerarse como es debido. Publicar relato breve no es una empresa fácil, precisamente. Es, por tanto, que deben buscarse textos que inviten a reflexionar más allá de la palabra escrita, guiándonos por la sugestión que nos transmiten sus silencios. Y este libro da buena fe de ello, desplegándonos un muestrario amplio de lo más arcano y diverso, cuyos ecos, matices y retazos construyen una amalgama geográfica, geológica, histórica -e incluso etnográfica- en la que confluyen aspectos de lo más cotidiano o autóctono con destellos mágicos que magnifican la sublimidad del momento; pero, a la vez, sazonados con una genuinidad mundana que se extiende mucho más allá de un mero concepto, a lo largo y ancho del Valle de los Guájares granadino. Su impronta es la huella indeleble que enmarca el transcurso espacio-temporal de los relatos aquí recogidos. De esta manera, su lectura tiene que ser agudizada, lenta, amena…, sin que en ningún caso nos aborde la prisa. Misteriosa madre necesita de la complicidad del lector para hallar los secretos que Ángel Fábregas nos regala en esta obra.
No obstante, para dar rienda suelta a su cosmogonía, nuestro autor ha empleado un lenguaje idóneo, preciso, conciso, que permite a sus lectores ir al grano de la sustancia clave que el relato exhala. Porque los hechos medulares que se nos trasladan aquí son intransferibles e insobornables. Ángel Fábregas nos ofrece su propia visión de todo un valle, un mundanal espacio en el que enraíza su esencia, su concepción vital y etérea desde que era un niño. Tanto es así que aún sigue prendado de él. Ahora, además de los diversos recuerdos que emanan desde su mente, se le suman acontecimientos vividos en aquella inmensidad de tan vasto ámbito, así como diversas historias, peripecias y anécdotas que brotan de su interior desde un prisma onírico en el que la influencia de Borges se hace patente. Asimismo, la capacidad de fabular con el texto, estirando el relato al máximo, recuerda a Cortázar. Esto se debe a que la prosa de nuestro autor tiene una eminente invocación lírica. En Misteriosa madre se entremezcla ficción y no ficción, basado todo en la visión de un pedacito aparentemente nimio de nuestro universo. Y esta particularidad del ‘vergel escondido’ es la que Fábregas realza al nutrirse de un sinfín de emociones evocadas para, una vez plasmadas, maravillarnos con tan suculenta lectura; todo ese trasfondo le permite compartir con nosotros una genuina argamasa existencial.
En estos relatos percibimos varios enfoques textuales a los que el autor ha imprimido una pátina embriagadora. La autoficción es la primera muestra: “Imaginan cómo retumbará el eco de la música en el paisaje iluminado por la luna”. El texto es cautivador más allá de un mero sentido inicial; es decir, que trasciende al significado que el lector pudiera hallar en una lectura más o menos superficial. “Con las última luces Conquista la Cumbre […] Una cadencia árabe inunda la oscuridad”. He aquí cómo se ve esa extensión aplicada a la relación existente entre el espacio y el tiempo. Ambos parecen alargarse y acortarse a la vez (conexión entre pasado y futuro) con el instante presente como detención temporal y, al unísono, juez y parte de esa detección del transcurso fugaz del tiempo. La transfiguración es otro de los ingredientes presentes en esta obra literaria culminada. Sirva de ejemplo el miliciano del relato ‘Huida’, cuya personalidad se ve transformada por la de un soldado desertor en la rebelión de las Alpujarras. He aquí un relato perfectamente enhebrado. Podemos ver cómo se produce la intertextualidad entre los dos personajes cuya matriz vital, en el fondo, es la misma: “Llega a las casas encaladas que parecen flotar en el aire con vida propia… No encuentra un alma […] Entonces lo ve… Ese fue el punto de partida. En el 36 comenzó una partida que siempre fue la misma”.
O el ‘Cobijo’ que nos ofrece contemplar el ciclo natural -existencial, en suma- de las abejas. Para eso tendremos que detenernos a observarlas. Y no hay mejor sitio que cualquier lado del Valle para hacerlo: “Quedan muy pocas abejas […] las cuidamos… La miel es el oro… La flor del romero le da su aroma… Todo es nuevo”; o seguir palpando el medio persistentemente anacrónico que nos ofrece dicha quebrada, a través del descubrimiento del mar en el horizonte. Y es que el Mare Nostrum hace agudizar el ingenio. Aquí bien podríamos toparnos con alguna influencia de Stevenson, de Conrad… Del mismo Homero, incluso: “Siempre fue lejano el mar para nosotros… Desde aquí se huele el mar”.
Poco más podría añadir para dar a conocer a este espíritu maternal tan inabarcable, tan fecundo, que emana de esta mágica vaguada, fuente de reencuentro con misteriosos ecos y rutinarios efectos atemporales para deleite nuestro: “Todo está ahí fuera, la tierra, el sol y la lluvia. Aquí aún llueve bonito”.
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