Seguir el ritmo a Miguel Ángel Muñoz (42), a quien popularmente se le conoce como MAM, puede ser una misión más imposible que las de Tom Cruise. Es un culo inquieto y no se amilana ante ningún reto. Hace un tiempo se sacó la licencia de patrón de embarcaciones de recreo y asegura que igual dentro de diez años obtiene la de avión o de helicóptero. Quiere exprimir la vida hasta la última gota.
El madrileño no está casado ni tiene hijos. En el pasado salió con las actrices Mónica Cruz, Manuela Vellés, con la cantante Ana Mena, pero también con mujeres desconocidas a las que ha protegido del acoso de los paparazzi. En su vida hay un tema prohibido, hablar de Cristina Blanco, su madre, quien en los noventa fue la reconocida vidente de los famosos, entre ellos, Ana Obregón, Lara Dibildos, Belén Esteban o el clan de las Campos. En 2007 se alejó del ojo público por problemas mentales.
Miguel Ángel alcanzó la popularidad gracias a la serie Un paso adelante (2002-2005) a la que siguieron Mis adorables vecinos (2005-2006), El síndrome de Ulises (2007-2008) o Sin identidad (2014-2015). En cine debutó junto a Paco Rabal en El palomo cojo (1995) y en teatro se le recuerda por La cenerentola (1996), El cartero de Neruda (2006) y en ópera por ser el narrador de Bastián y Bastiana en el Teatro Real.
El actor Miguel Ángel Muñoz durante la entrevista con EL ESPAÑOL.
Laura Mateo
E. E.
PREGUNTA.– Como niño prodigio, ¿qué grandes diferencias encuentra en cuanto a la protección de los menores de antes frente a la generación actual?
RESPUESTA.– Trabajaba jornadas de doce horas más una, igual que todos, y entonces no existía ninguna ley que protegiera a los menores en un rodaje. Mis padres nunca insistieron en que me dedicara a esto. Con mi primera película, el rodaje coincidió con casi todo el verano, así que no perdí clases. Después tuve la fortuna de no perder nunca un año escolar, aunque en los colegios tampoco ayudaban mucho; era un ‘o estudias o trabajas’. Como tenía buena memoria y normalmente solo hacía un proyecto al año, pude seguir adelante sin repetir curso, aunque no sacaba matrícula porque no daba para más. Ahora los niños están mucho más protegidos por normas que cuidan su bienestar, especialmente en cuando a su educación y a las horas que han de trabajar.
P.– ¿Qué pensaban sus padres de esta situación?
R.– Lo más importante es que mis padres no tenían un interés especial en que yo me dedicara a esto; sólo veían que me divertía, que no interfería en los estudios y que siempre aprobaba. Por eso me dejaban hacer un proyecto al año. Si soy sincero, casi siempre que hacía una prueba me escogían.
P.– ¿Qué es lo más importante a tener en cuenta cuando un niño se pone frente a la cámara?
R.– La mirada de los padres. Lo complicado es cuando los padres tienen más interés que los propios niños. Muchas veces aparece la frustración de un padre o una madre que no consiguió su objetivo y lo proyecta en el niño. En el caso de Los futbolísimos 2, los niños han sido buenísimos, aunque yo no estaba con los padres las veinticuatro horas. Los que conocí me cayeron muy bien y dejaban hacer a los niños. Es cierto que cada vez hay más niños y niñas que quieren ser actores, pero el tema siempre es delicado.
P.– En Los Futbolísimos 2 son fundamentales los valores positivos, sobre todo, la ausencia de prejuicios, el deseo de libertad.
R.– Te invita a dejar los miedos atrás. Es fundamental transmitir esos valores serios de la vida y, además, hacerlo de forma didáctica. La película es muy familiar, entretiene y, al mismo tiempo, conciencia de manera natural. Que sean niños y niñas jugando al fútbol ya envía un mensaje muy claro: el deporte no entiende de género. Ahora, con las jugadoras de la selección española como campeonas del mundo, cada vez más niñas quieren jugar al fútbol. La película es de aventuras, pero también habla de esfuerzo, sacrificio, los valores del deporte y muestra que es mejor estar en grupo que en solitario.
Miguel Ángel Muñoz durante la entrevista con EL ESPAÑOL.
Laura Mateo
E. E.
P.– Como actor, lógicamente es usted una persona observadora, analítica, absorbente, cualidades que le han ayudado en su labor como director. ¿Se plantea en su próximo proyecto hacer algo relacionado con la infancia y la adolescencia?
R.– Ahora mismo, en los proyectos que tengo con Paciencia Films, no tengo previsto hacer una película mía sobre la infancia o trabajar con niños, pero es algo que me interesa mucho. También es cierto que no necesariamente deben aparecer niños para hablar de la infancia. En los proyectos en los que me he implicado como director, tanto en 100 días con la Tata como en La vuelta, el documental que acabo de terminar de montar, la terapia está muy presente y el corazón está abierto para el espectador. En 100 días con la Tata incluí sesiones reales con mi terapeuta, y La última vuelta también es algo muy íntimo y personal, aunque esta vez en el entorno de las carreras de coches. Me dio por abordar esto hace un año y medio.
P.– ¿Por qué?
R.– Decidí competir en circuitos de Fórmula 1 porque, tras haber sido quizá el año más complicado de mi vida, necesitaba exteriorizar mis sentimientos. Las carreras son una auténtica montaña rusa de emociones, y lo aproveché para hacer una especie de metáfora de cómo uno necesita escapar del duelo a 200km/h. Esta experiencia ha sido una terapia más; por eso, el carácter está inevitablemente conectado con la infancia. De alguna manera, hablo de eso: de cómo se forma y de cómo nos desarrollamos a lo largo de la vida con lo que nos pasó de pequeños.
P.– ¿En qué momento uno se da cuenta de que el tiempo que vivía era eterno y que ahora se da cuenta que iba demasiado rápido?
R.– Eso de que la vida va rápido es real: el tiempo y cumplir años te muestran que esto es un abrir y cerrar de ojos, y cada vez pasa más deprisa. A partir de los treinta y pocos, los años ya no son iguales que en la juventud, cuando pensabas que llegar a los 30 o 40 era otro mundo. Cuando pasas esa barrera, ves que no estás tan lejos de la edad de tus padres o abuelos y te esfuerzas más por disfrutar los momentos. Si tienes la oportunidad de tener algo de conciencia, te pones un poco las pilas como para ser consciente y disfrutar de los momentos. De hecho, mi primera película, 100 días con la Tata, habla de eso y de ese miedo a no poder disfrutar de las personas que más quieres mientras están contigo, pasar tiempo de calidad en vida.
P.– ¿Cómo se prepara uno para la muerte, para el duelo?
R.– Cada uno lo lleva como puede y con las herramientas que tiene. Yo llevo muchos años en terapia e intentando prepararme lo mejor posible; incluso mi primera película como director fue parte de esa preparación, ya que hablaba mucho de ello y de cuándo podría llegar ese momento. En definitiva, no hay un denominador común para cada persona. La primera pérdida realmente importante que viví de manera consciente, aparte de mis abuelos que fallecieron cuando yo era muy joven, fue la de mi gran amigo José Sámano, a quien justamente dedico 100 días con la Tata. Fue un palo tremendo.
El actor Miguel Ángel Muñoz durante la entrevista con EL ESPAÑOL.
Laura Mateo
E. E.
P.– Tiene afán por conocer no sólo cómo se desarrolla el comportamiento humano o la relación para con los demás, sino que también profundiza en el autoconocimiento. ¿Qué está aportando en su vida la psicología integrativa?
R.– Bueno, eso llegó a mi vida gracias a mi paso por el estudio de Juan Carlos Coraza. Él trabaja mucho desde lo emocional y podría ser un gran terapeuta; de hecho, en parte creo que lo es. Gracias a él me acerqué a ese tipo de trabajo que empezó haciendo Claudio Naranjo y tuve la oportunidad de hacer ese protoanálisis junto a él. Me abrió las puertas al autoconocimiento y, desde entonces, nunca se han cerrado. Hago terapia casi todas las semanas, no solo cuando estoy en un bajón emocional, y cada cierto tiempo necesito participar en algo de terapia colectiva, como el SAT, con el profesor Hoffman o con otros enfoques que voy probando a lo largo de mi vida.
P.– ¿Cuál ha sido la última?
R.– Una de ellas ha durado un año y trataba sobre acompañamiento al duelo y el final de la vida con Assumpta Mateu. Además, si buscamos algo positivo a nivel profesional, cuanto más se conoce uno y puede ponerle palabras, es una herramienta útil para aportar matices a la psicología de los personajes.
P.– Poco a poco va aprendiendo a hablar desde el corazón. Me pregunto hasta qué punto abrir el corazón para explicar historias tan tiernas, tan íntimas, tan personales, presenta un punto de vulnerabilidad. ¿Cómo se protege uno ante esto?
R.– Hablar desde el corazón tiene que ver con mi exposición a los medios desde que tengo 10 años. Muchas veces te enfrentas a que cualquier declaración pueda tergiversarse. Hace bastante tiempo que tuve la madurez de expresarme tal y como siento, con la coherencia que esa misma madurez me da. A veces da pena que, después de hablar con una persona de forma totalmente honesta, se intente buscar algo solo para que la gente haga clic, en vez de reflejar realmente lo que he dicho.
P.– Uno, al final, se siente engañado.
R.– Efectivamente. Hacer lo que hago implica exponerse, mostrar la vulnerabilidad y aceptar que cada uno la reciba como pueda o quiera. No me asusta; soy honesto con lo que hago e intento dar siempre lo máximo. En mi trabajo, siempre hay cierto pudor al mostrarlo, ya sea en un coloquio, una rueda de prensa o una entrevista. En cuanto a la actuación, cada vez que me ofrecen un guion, me pongo en la piel del personaje que debo interpretar, pero siempre desde la honestidad con la psicología de ese personaje.
Miguel Ángel Muñoz durante la entrevista con EL ESPAÑOL con motivo de la presentación de ‘Los Futbolísimos 2’.
Laura Mateo
E. E.
P.– Aún sigue conservando la almohada de su infancia, no sé si por protección, seguridad o porque uno no quiere despegarse de lo que significó.
R.– El principal motivo por el que me sigue acompañando es que mi padre, cuando se echaba la siesta, solía ponerse un cojín encima de la cabeza. El cojín pequeño que yo tenía era esa almohada; lo imitaba y me la ponía en la cara o en la frente. Por eso, siempre he sentido la necesidad de llevarla conmigo. Ahora, por ejemplo, estoy en Santander y también la tengo aquí. Pero desde hace unos diez años empecé a trabajar el poder prescindir de todo lo material, tanto lo importante como lo no importante, para no ser esclavo de ello o sentirme incómodo a la hora de tomar decisiones o viajar. Antes, si me iba sin la almohada, podía ser un drama. Hoy, si un día se pierde, espero que no lo sea, porque al final llegamos a esta vida sin nada y nos vamos sin nada. Hay que disfrutar de las cosas y de las personas que nos acompañan en el camino, pero también aprender a ser feliz sin ellas.
P.– Debutó en el cine junto a Paco Rabal en El palomo cojo. ¿Qué recuerda de aquella primera vez? ¿Continuó con el contacto?
R.– Tengo un recuerdo maravilloso de Paco. Me acogió como si fuera su nieto desde el primer día que recibí el guion. De hecho, la primera línea la subrayé junto a él. Era un tipo excepcional, entrañable, uno de los más grandes de la historia de nuestro cine y también del internacional, porque ha sido de los más premiados. En el rodaje compartí mucho tiempo con su nieta, que era un par de años mayor que yo. Después seguimos en contacto; iba a comidas y barbacoas en su casa, con Asunción, y qué te voy a decir, me acuerdo mucho de él. La semana pasada, en Sanlúcar de Barrameda, pasé por delante de la antigua casa de los Mendicutti, donde rodamos juntos, y me vinieron recuerdos maravillosos.
P.– ¿Alguna anécdota que se le venga a la mente?
R.– Yo no entendía cómo una persona había podido hacer más de cien películas. Me lo explicaba una y otra vez, yo era muy pequeño, y nunca perdía la paciencia conmigo. Sabía optimizar el tiempo de rodaje como nadie. Siempre tenía una silla preparada y nunca se saltaba su siesta. En alguna ocasión hubo que cambiar bastante el orden de las secuencias porque la noche anterior se lo había pasado estupendamente con la familia Bigote. Pero era tan encantador, tan profesional y lo hacía tan bien que nadie le iba a decir nada.
P.– ¿Cómo fue la experiencia de rodar What About Love? con Sharon Stone y Andy García?
R.– Ha sido uno de los picos más importantes de mi carrera profesional y, paradójicamente, la película aún no se ha estrenado. No sé si en algún momento la llegaremos a ver en alguna plataforma. A nivel emocional fue muy importante. Imagínate: estar con uno de los actores de El Padrino III y la protagonista de Casino. Todos mis amigos que vinieron a verme a Rumanía estaban en el combo llorando de la emoción. Fue una experiencia muy bonita. Lo pasamos muy bien y gané dos amigos. Con Andy tengo más relación; siempre que voy a Los Ángeles procuro verle, quedamos para comer y ponernos al día. Es un tipo excepcional. También lo es Sharon Stone, pero quizá, por el idioma, Andy y yo nos hicimos todavía más amigos.
Miguel Ángel Muñoz durante la entrevista con EL ESPAÑOL.
Laura Mateo
E. E.
P.– En su etapa como cantante también logró un hito al actuar en el mismo escenario con Janet Jackson.
R.– Ese es otro highlight que le contaría a mis nietos si algún día los tengo. La actuación fue en Lille, Francia, en 2006. Fue un día increíble para mí, porque he seguido muchísimo la trayectoria de ella y la de Michael. Fui uno de los seis invitados a ese concierto tan importante, y saber que Janet iba detrás de mí en el escenario y me estaba viendo actuar… imagínate lo que supuso. También guardo un recuerdo especial de cuando, en 2005 o 2006, canté y compartí escenario con Julio Iglesias, invitado por la reina doña Sofía para su fundación contra el Alzhéimer. Años después interpreté el papel de Julio Iglesias en la serie Bosé y, no sé, fue como si de alguna forma se cerrara el círculo.
P.– Después de tantísimos años trabajando, ¿llega a discernir la diferencia entre el éxito, la fama, la popularidad y el reconocimiento?
R.– Sí, pero creo que no hace falta llevar tres décadas como en mi caso, ¿no? Desde hace bastante tiempo empecé a entenderlo. El éxito es poder compartir lo bueno que te pasa en la vida con la gente que quieres, vivir las cosas acompañado. A veces puede ser algo extraordinario, dependiendo a qué te dediques. En mi caso han ocurrido cosas muy excepcionales, como subirme a un escenario delante de 20.000 personas a cantar o trabajar con dos estrellas de Hollywood. El reconocimiento es maravilloso cuando la gente te lo hace saber y tienes la oportunidad de disfrutarlo.
P.– Habla castellano, inglés y francés, por lo que se puede mover por los mercados internacionales sin problema. ¿Hasta qué punto no tiene ese miedo de trabajar en una industria diferente y pensar que quizás no da la talla?
R.– Eso nunca ha sido un miedo. Soy muy inquieto, me gusta hacer cosas diferentes y nuevas todo el tiempo. Por eso me encanta viajar y hablar idiomas. Tengo mucha suerte porque, cuando algo me parece complicado o puede darme respeto o miedo, voy para adelante aún con más ganas para superarlo y probarlo. En algún momento de mi vida me encantaría ir a la India y hacer una película en Bollywood. Cualquier experiencia nueva, en cualquier nivel, me resulta divertida. El año pasado estaba dirigiendo otro documental mientras hacía una serie, la película Futbolísimos y, entre medias, hice una pausa para irme a Asia y ser director de carrera de Pekín Express. Abrazo mi versatilidad para probar cosas nuevas continuamente. La vida está para eso.