Como buen hijo de botiguers, Alfonso Riera Alfonso creció entre el mostrador, las cajas de licores amontonadas hasta el techo y los toneles del vino que embotellaba su familia en la Bodega del Puerto en Ibiza. Su local era colindante al de ‘La Payesa’, el pequeño colmado que regentaba la abuela de Alfonso Riera y que inició la tradición comercial de la familia.

Ese legado le llevo a presentar en 2019 ‘Comercios Pioneros de Ibiza’, su particular homenaje a todos los negocios que funcionaron en la isla entre los años 30, cuando abrieron los primeros hoteles, y hasta 1965, cuando empezaron a aterrizar vuelos internacionales en es Codolar. Ahora, Riera ha ampliado la investigación por todos los municipios de Balears. Las casi 500 páginas ilustradas ‘Comercios históricos vivos de las islas Baleares’ son el fruto de esta labor.

Bujosa Artesania Tèxtil en Santa Maria, Vidrios Gordiola en Algaida, Can Joan de s’aigo en Palma o calzados Kollflex en Selva son algunos de los negocios que aparecen en el libro. La última resistencia frente a las franquicias que devoran el pequeño comercio.

«Es una cruel realidad la de que cada año muchos negocios cierran y seguirán cerrando sus puertas, aunque algunas de ellas todavía resistirán por el tiempo que les quede de vida a sus mismos protagonistas«, explica Riera. Su nuevo libro es un compendio de todos los negocios históricos que aún siguen en marcha. Para acotar la selección, ha aplicado criterios comunes en este ámbito, como contar con un mínimo de 75 años de antigüedad, haber mantenido una línea de transmisión entre varias generaciones, producir o vender productos singulares o conservar mobiliario y estética tradicional.

Palma es el que tiene mayor concentración de ellos por km2, con 42, y en el resto de Mallorca 85: Pollença y Campos, con 9; Manacor y Marratxí, con 8; Inca, con 7; Santa María del Camí y Felanitx, con 6; Alcúdia, Algaida, Arte, Consell, Lloseta, Sa Pobla y Sóller, con 3; Alaró, Llucmajor y Santanyí con 2; Esporles, Llubí, Porreras, Selva y Sencelles, con 1.

«Los mercados no entienden de sentimientos, que es uno de los factores por lo que muchos comercios siguen abiertos. Reinventarse, sin perder las señas de identidad es una buena solución, que algunos de ellos ya han adoptado hace años y les ha funcionado», asegura el escritor.

Cierre de pequeños comercios

Balears ha vivido recientemente una cascada de cierres de negocios emblemáticos, solamente Palma ha perdido más de media docena de comercios tradicionales en el último año.

En los últimos 15 años Baleares ha perdido unos 5000 pequeños comercios. «Los políticos no son del todo conscientes de la importancia que tienen nuestros entrañables comercios», aclara Riera, el cual cree que «debemos inculcarles el respeto y la responsabilidad que tenemos por conservar el comercio tradicional» a nuestros mandatarios.

En los últimos años, muchos comercios tradicionales han cerrado sus puertas, víctimas de un cambio de paradigma en los hábitos de consumo. Los productos industriales, que ofrecen precios más competitivos y una mayor variedad de marcas, se han impuesto frente a las opciones locales y artesanales.

Riera destaca la competencia de las grandes superficies, que «concentran en un solo espacio toda la oferta necesaria, desde alimentos hasta productos de uso profesional o doméstico».

Según destaca Riera, uno de los mayores retos es la falta de relevo generacional: “Los sucesores son conscientes de las dificultades que tendrán que afrontar”, afirma. Aunque sectores como las pastelerías-panaderías aún resisten por su rentabilidad, «las nuevas generaciones prefieren orientarse hacia profesiones más vinculadas a la realidad económica y tecnológica actual».

«La nueva era tecnológica ha causado una verdadera revolución en todas las actividades y sectores, es demasiado atractiva para que los más jóvenes quieran continuar ejerciendo los mismos oficios de antaño», asegura Riera.

Un factor clave para la supervivencia de algunos negocios es la propiedad del local. “Pagar el alquiler es un lastre imposible de sobrellevar”, explica. Sin embargo, en aquellos casos en los que el negocio se ha transmitido de generación en generación, el componente emocional juega un papel fundamental. “Las motivaciones no son solo económicas”, destaca Riera.

A pesar de las dificultades, algunos negocios tradicionales han sabido adaptarse. Es el caso de determinadas panaderías y pastelerías que han logrado ampliar su presencia con nuevas tiendas, apostando por productos artesanales de mayor calidad que los industriales. En paralelo, las nuevas generaciones ya se han instalado en el entorno digital, utilizando el marketing casero y las redes sociales para promocionar sus versiones renovadas de recetas tradicionales.

Otros ejemplos de resiliencia los encontramos en sectores como la confección de tejidos o las bodegas de vinos y licores en Mallorca. «Aunque su número se ha reducido drásticamente desde el siglo pasado, han experimentado un renacimiento gracias a la creciente demanda de productos con identidad local y producción artesanal», asegura Riera.

No obstante, Riera advierte que muchos de los productos elaborados de forma tradicional han perdido viabilidad económica debido al excesivo tiempo de producción y al encarecimiento de las materias primas. “El trabajo hecho exclusivamente a mano ya es una verdadera excepción a la regla”, señala. Aun así, todavía se pueden encontrar verdaderos artesanos, como la histórica cuchillería Campins, en Consell.

La pérdida de estos comercios no solo tiene implicaciones económicas, sino también sociales y culturales. “Las ciudades que pierden sus negocios antiguos se convierten en lugares robotizados y desprovistos de alma. El cambio permanente del tejido comercial es imparable, pero deja tras de sí un vacío emocional”, lamenta. En apenas unas décadas, las tiendas minoristas que aportaban color, calidez y cercanía a nuestras calles han sido reemplazadas por cadenas impersonales.

“La sociedad actual está cada vez más deshumanizada. Se pierde el contacto directo y comunicativo que existía antes entre las personas, algo que nunca ha ocurrido con este tipo de tiendas tradicionales”, concluye Riera, quien insta a las administraciones a ver estos comercios como algo más que negocios: “Son museos vivos que nos explican de dónde venimos y qué caminos hemos tomado”.

Este mensaje forma parte de un libro que busca, más allá de entretener, concienciar. Para revertir esta tendencia, propone la reactivación de talleres donde se enseñen antiguas técnicas artesanales a jóvenes y adultos. “El valor económico de estos productos será mayor que el de los industriales, pero el cliente bien informado lo sabrá valorar”, afirma.

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