Eduardo Veredas Ugarte (1935–2023), hijo menor del reconocido pintor y académico Antonio Veredas a quien tanto debe Ávila, es el protagonista de una exposición póstuma que durante todo el mes de agosto podrá visitarse en el claustro del Palacio de los Velada, una muestra pequeña en cantidad de obras pero grande en calidad y significación, ya que en ella se resume el alto nivel de un artista que tuvo a la capital abulense como uno de sus motivos de inspiración.

La exposición, que lleva el título de una frase que el escritor Pedro Laín Entralgo utilizó para una crítica muy positiva que dedicó a la pintura de Eduardo Veredas, ‘Hambre de un puesto al sol’, reúne quince de sus pinturas, todas ellas óleos sobre lienzo, algunas de ellas especialmente vinculadas a la ciudad de Ávila, otras bodegones de elaborada factura y también algún interesante ‘experimento’.

Aparte de siete bodegones –algunos sólo poblados con útiles de cocina, otros también con alimentos teniendo al membrillo como protagonista principal–, en la muestra caben también unas pinturas que juegan a medias entre el testimonio y quizás una sutil denuncia social (En el zaguán, Chabolas, Descanso), un curioso ‘juego de espejos’ que delata un Edén prohibido, y esos retratos de la ciudad de Ávila que unas veces tienen unos protagonistas que despliegan una poderosa fuerza expresiva (ese Carro de bueyes en el que el boyero ayuda casi desesperadamente a su ganado para que suba la cuesta nevada que tiene tras de sí la ermita de San Segundo y la esquina noroeste de la Muralla), y otras juegan a elevar la realidad a la categoría casi de mito (su apuesta en un cuadro de grandes dimensiones por levantar la ciudad de Ávila sobre una atalaya que en realidad es mucho más elevada y marcada de lo que lo es en verdad, como si ansiase unirse al cielo, pintado no de azul intenso que habitualmente le define en Ávila sino de un color plomizo que parece que pesa).

Practicando un realismo muy abierto, tocado por influencias de un cierto expresionismo y en algunos momentos por un cierto tenebrismo, Eduardo Veredas demuestra en esta colección –y bien puede tomarse en este caso la parte por el todo– un gran oficio en el arte de la pintura, apostando a veces por la exactitud que evidencia también su maestría como dibujante y otras por una aparente dejadez que es también muy expresiva.

Es ésta una «ocasión única» para volver a ver (quienes ya la conocían) o para descubrir (quienes no tenían aún esa suerte) la obra de un pintor que fue muy reconocido por público y crítica (mereció elogios  de los más reputados historiadores y críticos de arte de las últimas décadas del pasado siglo, tales como Antonio Bestard Fornis, el Marqués de Lozoya, Mario Antolín, José Camón Aznar, Fernando Mon, García-Viñolas o Mauro Murieda), en esta propuesta compuesta por óleos de distintas épocas y temáticas, en los que no faltan los temas de Ávila, su ciudad, a la que siempre tuvo como referencia y a la que retrató en decenas de lienzos y dibujos. El horario de visita, que prácticamente abarca todo el día, ayuda a tener tiempo de ir… y de repetir.