Daniel Tevini quería crear un monstruo. Empezó a escribir su novela con Frankenstein y Drácula en mente. La criatura romántica hecha con pedazos de cadáveres que Mary Shelley imaginó a principios del siglo XIX, cuando los robos en los cementerios eran cosa de todos los días, y la bestia voraz de Bram Stocker que bebe sangre de los vivos aunque tiene su morada entre los muertos y es capaz de vivir mil años. El relato derivó hacia otros lugares, pero el narrador de Historia del auténtico niño barbado de la China (Blatt & Ríos) conservó el carácter eterno que, tal como él mismo aclara, no supone inmortalidad.
Los freaks tuvieron su boom. En La mujer que escribió Frankenstein, Esther Cross cuenta que en la feria de Saint Bartholomew estaban los «deformes más famosos del mundo» y «todos los seres humanos querían ver eso. Lo importante era saciar el morbo, cumplir con la curiosidad». El protagonista mentado en el título de Tevini (que no es un niño ni proviene de la China) es víctima de ese morbo ante lo diferente. Al inicio de la novela, el freak viaja por el mundo en una jaula hasta que llega a Buenos Aires y conoce al misterioso «Señor» que trata de Usted, el destinatario de esta larga carta de amor que más tarde se develará como Rafael de Oresteaga.
Sobre la decisión de incluir esa segunda persona, Tevini menciona como lectura clave unas cartas del poeta Heinrich Heine a una dama. «Me gustó mucho esa apelación de Heine porque él le cuenta sus viajes a esta señora», dice. El dato es curioso porque este autor es considerado el último poeta romántico y, a la vez, su enterrador. La prosa del alemán se nutre de materiales considerados géneros menores: el artículo periodístico, el folletín, las crónicas de viajes. Algo de eso hay en Historia…, que puede leerse como una novela de aventuras y adopta la estructura de los viejos folletines.
–El narrador tiene un superpoder: la imitatio. Puede mimetizarse con su entorno y adoptar la apariencia, las formas e incluso el dialecto de quienes lo rodean. Esto lo ayudó a sobrevivir y tiene mucho que ver con los argentinos. ¿Cómo apareció?
–Eso surgió en el proceso de escritura, son cosas mágicas. Creo que con la relectura de El matadero se me empezó a pegar cierta cosa de la lengua gauchesca. Es como si el personaje encarnara esa condición argentina de querer ser eternamente otro y nunca poder, como esas copias que él va denunciando en la naturaleza del país. En algún punto, esa insatisfacción continua está en la idiosincrasia argentina.
–¿Cómo fue el tratamiento del lenguaje en ese aspecto?
–Eso va variando mucho en la novela. Apareció el desafío de emular un registro de época que cambia porque él se contagia de las lenguas de los otros entonces pasa del lenguaje de un conquistador a la gauchesca, de la gauchesca a una novela del siglo XIX y hasta llega a tener un idioma propio cuando enloquece en la selva. Fue bastante complejo de armar, sobre todo para que el lector no encontrara cambios bruscos.
En relación a la documentación histórica, Tevini cuenta que empezó con el rosismo. «Leí La época de Rosas (1898), libro de un sociólogo que, a contracorriente, da por primera vez una versión positiva de Rosas: hasta ese momento todos lo trataban como un tirano y él es el primero que lo rescata; su planteo es muy interesante. También releí El matadero, La cautiva, el Facundo, los Viajes de Sarmiento, el libro que le escribió a Dominguito, periódicos de la época como La moda, todas las cartas de Mariquita y hasta un libro de recetas», enumera.
El escritor aclara que se trata de una ficción y, por lo tanto, hay muchísimas cosas inventadas, pero también revela su gusto por los datos reales. «La historia siempre es una ficción –dice–. Hay datos duros pero el resto es todo inventado y esa operación permite preguntarse ciertas cosas; me gusta que todo se mezcle y que uno no termine de saber si son reales o no». Tal como el protagonista, lo real puede engañar al lector y adoptar la apariencia de ficción: los nombres de los barcos son correctos (se ocupó de buscarlos), fue real el episodio con el retrato de Urquiza muerto (está en Google) y verdaderas fueron las masacres planificadas arrojando soldados apestados al río.
Por la novela desfilan personajes históricos como Rosas, Urquiza, Mitre, Sarmiento o Mariquita Sánchez de Thompson. Tevini recrea esas identidades en clave ficcional y les otorga una dimensión humana que las aleja de su carácter totémico. «El más radical en cuanto a su transformación es Rosas porque es una especie de drag queen malísima. Esto no lo pensé mientras lo escribía, pero hay algo interesante ahí: los que detestan a Rosas son re conservadores y quizás lo revalorizan porque van a odiar mucho más que uno lo imagine como una drag». El narrador y su Señor lo llaman en secreto «la Rosas». Tevini afirma que a Mariquita la puede imaginar bastante parecida a la versión ficticia, una especie de Susana Giménez rodeada por sus Mariquitos en el exilio uruguayo, y a Sarmiento también porque «se dice que era bastante pedante».
En Fuimos Tevini había explorado lo que llamó «thriller sentimental» en clave queer, pero asegura que acá hay aún más diversidad y enumera una serie de géneros: picaresca, erótica gay, gauchesca, gótico, terror, histórica. La violencia de la novela es la misma que puede rastrearse en la historia argentina, pero está atravesada por el humor y también por el sexo entre el protagonista y varios partenaires. Sobre ese aspecto, cuenta: «Eran escenas muy complicadas porque no hay ningún tipo de registro de los gays en esa época. Y el tema de las palabras era otro desafío porque no podían desentonar con el resto. Tuve que rastrear los usos de la época e inventar eso porque ni siquiera existe una erótica heterosexual argentina en esos años, mucho menos gay».
Hay algo que Frankenstein, Drácula y el Niño Barbado comparten: una soledad desesperante. Cross dice en su ensayo que «todos le temen a la soledad en este libro: Walton, el doctor Frankenstein, el monstruo (…) es único en su especie y ni siquiera tiene especie. Los otros pueden estar solos pero él es solo». Tevini subraya: «El peor castigo de un ser eterno es que nadie lo va a recordar, es una angustia existencial». El trabajo del escritor también puede ser muy solitario, pero en este caso el autor armó su novela en una clínica de obra a cargo de Leandro Ávalos Blacha. La idea inicial era llegar hasta la actualidad, pero en el camino desistió de aquel proyecto monumental porque ya tenía unas 400 páginas; en cada reunión sus compañeros recibían con entusiasmo los avances como si se tratara de un folletín por entregas. «Me gustan estos grupos porque la escritura suele ser muy solitaria y no tenés con quién compartir –confiesa–. Es un incentivo, conocés colegas y encontrás distintos puntos de vista».
En Argentina hay un movimiento pendular permanente, crisis cíclicas y grietas en cada período histórico sobre el cual se quiera echar luz. «Nunca salimos de esa contradicción, siempre es lo mismo y el gran problema es que nunca se ve el país verdadero: un país latinoamericano con problemas latinoamericanos», dice Tevini, y concluye: «Las políticas actuales, por ejemplo, nos obligan a volver a foja cero no sólo a nivel institucional sino también en el campo de las discusiones. Habrá que volver a inventarlo todo y discutir cosas que ya se discutieron hace siglos».