Pocas estrellas han despertado tanto interés de los astrónomos como Alfa Centauri. Y no es para menos: a tan solo 4.3 años luz de distancia, se trata del sistema estelar más próximo a nosotros, y posee además por lo menos un planeta similar … a la Tierra, ‘Próxima b’, del que incluso se ha especulado que podría tener vida. Pero Alfa Centauri no es una simple estrella solitaria, sino ‘sistema triple’, un trío de soles que se orbitan mutuamente en una intrincada danza gravitatoria.

En el centro del sistema se encuentran Alfa Centauri A y Alfa Centauri B, dos estrellas que, a simple vista, parecen una sola. La primera, la más grande y luminosa, es muy similar a nuestro propio Sol y tiene casi la misma masa. Su superficie está a unos 5.500 grados centígrados y su brillo es tal que se erige como la tercera estrella más luminosa en el cielo nocturno. Su compañera, Alfa Centauri B, es una estrella ligeramente más fría y de tonos rojizos, con 0.9 veces masas solares y una temperatura superficial de unos 4.900 grados. Ambas orbitan una alrededor de la otra en un ciclo que dura aproximadamente 79.9 años.

Pero el sistema tiene un tercer miembro, una pequeña y elusiva enana roja llamada Próxima Centauri, que orbita alrededor de las otras dos. Esta estrella, la más cercana a nosotros (apenas a 4,2 años luz), es mucho más pequeña y fría que sus compañeras, con apenas 0.12 veces la masa del Sol y una temperatura de unos 2.700 grados. A pesar de lo cual a su alrededor se han descubierto ya tres planetas y uno de ellos, Proxima b, observado por primera vez en 2016, rocoso y unas seis veces más masivo que la Tierra, está firmemente anclado a su zona habitable, es decir, a la distancia correcta para que pueda haber agua en estado líquido en su superficie.

Ahora sí… ahora no…

Buscar planetas en las otras dos estrellas, Alfa Centauri A y Alfa Centauri B, es mucho más complicado debido a su brillo extremo, pero en agosto de 2024 y gracias a sus extraordinarios ‘poderes’ para ‘ver’ en el infrarrojo, el Telescopio Espacial James Webb detectó alrededor de Alfa Centauri A fuertes evidencias de la existencia de un planeta gigante gaseoso, similar en tamaño a Saturno, orbitando a la estrella a una distancia de aproximadamente 300 millones de km, el doble de la que hay entre la Tierra y el Sol. Y lo más asombroso era que este planeta también estaba dentro de la zona habitable de su estrella. Lo cual, si su existencia se confirma, marcaría todo un hito, ya que sería el exoplaneta más cercano a la Tierra descubierto en la zona habitable de una estrella similar a nuestro propio Sol. Sin embargo, y a pesar de esta ubicación privilegiada, los científicos no esperan que pueda albergar vida. O por lo menos no tal y como nosotros la conocemos.

La noticia, publicada en dos artículos (aquí y aquí) en el servidor de prepublicaciones ‘arXiv’ y que ya han sido aceptados para su publicación en ‘The Astrophysical Journal Letters’, ha sacudido los cimientos de la comunidad internacional de astrónomos.

Pero la historia no termina ahí. Cuando los investigadores, liderados por Charles Beichman y Aniket Sanghi, intentaron repetir la observación en febrero y abril de 2025, el planeta había desaparecido. Se había esfumado. «Nos enfrentamos al caso de un planeta que desaparece», reconoce Sanghi. ¿Qué había sucedido exactamente?

Una detección difícil

Desde luego, detectar un planeta junto al brillo cegador de una estrella tan brillante como Alfa Centauri A no es una tarea sencilla. Y además, el James Webb no fue diseñado para llevar a cabo este tipo de observaciones, sino para captar la tenue luz de las galaxias más lejanas. A pesar de ello, el equipo de operaciones del Instituto de Ciencia del Telescopio Espacial ideó una secuencia de observación a medida, utilizando una técnica que podríamos describir con una analogía sencilla: un coronógrafo.

Imaginemos que queremos observar una luciérnaga revoloteando muy cerca de un potente foco. Sin un filtro, el foco lo inundaría todo con su luz, y la luciérnaga resultaría invisible. Pero un coronógrafo, como la máscara del MIRI del Webb, hace precisamente eso, bloquear la luz que se interpone entre el telescopio y la estrella, eliminando su brillo para que objetos mucho más débiles, como los exoplanetas, puedan ser revelados. El truco funcionó, y el Webb logró ‘restar’ la luz combinada de las dos estrellas principales del sistema para revelar la presencia de un objeto más de 10.000 veces más débil que Alfa Centauri A.

Planeta desaparecido

Pero en sus observaciones de este año, como se ha dicho, el planeta ya no estaba ahí. Para resolver el enigma, los científicos recurrieron a su herramienta más poderosa: los modelos de simulación por ordenador. El equipo, en efecto, simuló millones de órbitas potenciales, incorporando tanto la detección inicial del Webb como las ‘no detecciones’ posteriores. Además, los investigadores tomaron en cuenta la posible detección de un candidato a exoplaneta en 2019 por parte del Very Large Telescope del Observatorio Europeo Austral (ESO), que también utilizó una técnica similar de coronografía. El VLT buscaba ‘supertierras’ y, aunque no hubo una confirmación sólida, sí que hallaron una posible pista. El resultado de las simulaciones fue esclarecedor: en la mitad de las órbitas posibles, el planeta se movía demasiado cerca de su estrella, quedando oculto por su resplandor, lo que podría explicar por qué no fue detectado en las observaciones de 2025.

Según las simulaciones y su ‘firma’ infrarroja, el objeto podría ser un gigante gaseoso de una masa similar a la de Saturno, moviéndose en una órbita elíptica que lo lleva a variar entre una y dos veces la distancia de la Tierra al Sol. Su edad y temperatura serían asombrosamente similares a las de los gigantes de nuestro propio sistema solar. «Su propia existencia en un sistema de dos estrellas tan próximas entre sí desafía nuestra comprensión de cómo se forman, sobreviven y evolucionan los planetas en entornos caóticos», señala Sanghi.

Desafío a los modelos

De hecho, según el modelo de acreción del núcleo, el más aceptado para la formación de planetas gigantes, estos mundos se forman en los discos protoplanetarios que rodean a las estrellas jóvenes. Primero se acumulan núcleos rocosos sólidos y, cuando alcanzan una masa crítica, atraen grandes cantidades de gas. En un sistema binario como Alfa Centauri A y B, donde las estrellas se orbitan la una a la otra en un periodo de 80 años y a una distancia mínima equivalente a 11 veces la distancia de la Tierra al Sol, las interacciones gravitacionales son intensas y caóticas. La presencia de la segunda estrella podría dispersar el material del disco protoplanetario, o bien perturbar la órbita de un planeta incipiente, dificultando su crecimiento o expulsarlo directamente del sistema. Un gigante gaseoso orbitando cerca de su estrella anfitriona en un entorno tan hostil supone, por lo tanto, un enigma de primer orden.

El veredicto final, sin embargo, aún está por escribirse. Mientras, la comunidad científica ha optado por mantener la cautela. La señal, en efecto, está en el límite de lo que las técnicas de mejora de contraste pueden ofrecer, por lo que se necesitará una confirmación independiente. Algo que podría llegar en 2026 o 2027, cuando el planeta, si las simulaciones son correctas, vuelva a ser visible para el Webb.