Sería complicado encontrar a alguien que no haya visto sus dibujos en la playa de La Concha, en San Sebastián. Germán Cedano lleva ocho años … decorando la arena y alegrando el paseo con mandalas, palabras y personajes reales o ficticios dibujados con maestría. Como artista callejero se inició en Lima (Perú), y se consagró en España, primero en Madrid y, finalmente, en la capital guipuzcoana. Disfruta del mar y la vida cultural de la ciudad, y agradece la acogida que recibe su trabajo.

– ¿Qué le hizo mudarse a San Sebastián?

– En mi primer año en la ciudad no llovió ni hizo frío hasta el quince de enero. Pensé que sería así siempre y dije: «Aquí es, aquí me quedo». Luego descubrí que era un engaño.

– ¿Conocía la ciudad?

– Paraba dos semanas cuando recorría Europa en los meses de verano.

– ¿Un tour artístico?

– En Arnhem hay un festival de artistas callejeros la última semana de verano al que iba con algunos compañeros de curro. Hacíamos ruta Madrid-San Sebastián, donde procuraba pasar al menos dos semanas, y luego podía ser Burdeos o Montpellier, en función del tiempo.

– Y le conquistó.

– ¡Me encantaba! Cuando imaginaba dónde vivir si no fuera en Madrid, lo primero que se me ocurría siempre era San Sebastián. Además, al evaluar mis opciones de mudanza, el Festival de Cine lo convertía en un destino aún más seductor para un amante de películas como yo. Y el mar… Siempre que venía le daba un besito a la playa.

– ¿Ya hacía arte en la arena (‘sand art’) cuando llegó?

– No. Hacía shows como estatua y mimo.

– ¿Y cuándo cambió?

– Un año y medio después de llegar. Un amigo me animó a bajar a dibujar.

– ¿Qué le motivó a escucharle?

– El primer impulso fue económico (ríe). El mimo no estaba funcionando por el frío y tenía que hacer algo. Probé suerte y funcionó.

– ¿Sigue teniendo éxito?

– Los dibujos que hago llaman la atención y la gente los recibe muy bien, pero yo no dejo de ver este arte como una herramienta para contar historias y expresar emociones.

– ¿Por eso hace mandalas?

– Sí. Los monjes tibetanos los utilizan para entrar en un proceso de meditación y los deshacen cuando han terminado. La arena de la playa te da esa posibilidad aunque es la mano de Poseidón la que borra los dibujos y deja el lienzo listo para el día siguiente.

– ¿Le satisface?

– Bastante. Se ha convertido en mi estilo de vida. Aunque es verdad que es porque puedo vivir de ello.

– ¿Persigue algún otro objetivo?

– Medito mientras trabajo y siento que transmito paz y armonía a los transeúntes que ven los mandalas. Aunque son improvisados, parten de una lista de palabras que describen cómo me siento en ese momento.

– El público es generoso.

– ¡Mucho! Este trabajo tiene momentos muy bonitos. Por ejemplo, un día que dibujé la palabra ‘agua’ en 3D y un niño me tiró su muñeco de Aquaman a la manta donde dejan las monedas. Pensé que se había equivocado, pero cuando le pregunté, me contestó que era un regalo para mí. Me di cuenta de que seguramente estaba paseando con su muñeco favorito y dármelo fue un acto de desprendimiento total. Lo guardo en mi colección de tesoros.

– Trabajar en la playa tiene que ser mágico.

– Cuando vivía en Madrid y me preguntaban qué era lo que más extrañaba de Lima siempre decía: mi madre y la playa. Ahora prácticamente vivo en el mar, estoy aquí casi todos los días del año, salvo si llueve.

– ¿Siente predilección por el verano?

– En Lima, la playa no estápara g tan concurrida durante el invierno como en San Sebastián. Aquí aunque la gente no va a la playa, sí pasea por la barandilla. He sentido una reconexión con el mar. Y durante el verano vuelvo a mi imaginaria Lima de los últimos años, cuando bajaba a la playa a trabajar como tatuador.

– ¿Cuáles son los trabajos a los que le guarda más cariño?

– Pude dibujar a Ara Malikian, a quien admiro mucho, con él presente. Conversamos y apareció en el vídeo del retrato. ¡Fue un sueño! También me gustó mucho colaborar con una ONG llamada Dislike. En esa ocasión tracé la palabra ‘selfie’ gigante, pero al revés. Disfruté mucho viendo la emoción de la gente que se tomaba una foto y se daba cuenta de que en su pantalla se leía bien. No hay nada más especial como artista que ver cómo el dibujo trasciende y se transforma en emoción.