[Todavía impactado por unas opiniones del poeta Jaime Gil de Biedma (1929-1990) sobre la comprensión y el goce de la poesía, el autor de este artículo se cruzó con un podcast que trataba las mismas cuestiones a propósito de las letras de Bob Dylan (1941), especialmente la de “A hard rain’s gonna fall”. Las coincidencias le hicieron momentáneamente feliz].

Es un poema escrito en una lengua

muerta o aún no nacida.

Lo leemos

con la fascinación de no entender. 

Juan Vicente Piqueras

 

Siempre les he dicho a mis estudiantes que tengan poca bibliografía, que no lean críticas, 

que lean directamente los libros; entenderán poco, quizá, 

pero siempre gozarán y estarán oyendo la voz de alguien.

Yo diría que lo más importante de un autor es su entonación, 

lo más importante de un libro es la voz del autor, esa voz que llega a nosotros.

Jorge Luis Borges

 

En varias entrevistas en las que Jaime Gil de Biedma da cuenta de su obra menciona perturbadoras ideas como las siguientes:

Idea de Coleridge: “La poesía da más placer cuando es sólo comprendida de un modo imperfecto”. De Eliot: “La poesía puede resultar muy estimulante antes de ser comprendida”. Suyas propias: “Cuando lees un poema, lo que importa no es entenderlo; lo que importa es que te guste”. “La parte más afectiva e irracional del poema la pone siempre el oído”. “En un buen poema no puedes distinguir entre emoción e inteligencia”.

Para un lector común son propuestas impactantes, a la vez que experiencias familiares; lejanas o íntimas. Así que el lector que soy se equivoca mucho, aunque no del todo, cuando se empeña en –y se enfurruña por no– entender intelectualmente un poema u otra pieza de arte. Pero es que el poema le atrae e intriga. Peor: le gusta. Peor: y no sabe por qué, y quisiera saber un poco por qué. ¿Cómo no querer entenderlo, creer que si lo entiende lo aprehenderá y disfrutará más?

¿Cómo disfrutar mejor del juego de leer versos? Que sí lo es –un atávico juego fascinante– y no tiene en absoluto por qué “acabar pareciéndose al vicio solitario”.

Le place, turba, excita. Un poema o una canción. No sabe por qué, quisiera saber un poco por qué.

Entender la letra, aquel verso

Otrora he contado el asombro y la gratitud que sentí cuando hace más de veinte años creí “entender” el que para mí era un críptico e inquietante poema de Gil de Biedma: fue al leer una carta de él a Joan Ferraté en la cual decía que el poema, “Días de Pagsanjan”, evocaba una noche en África en un serpenteante río en el que se bañaba con un amigo negro… Recuerdos flagrantemente erróneos aparte (en realidad era en Filipinas con un filipino), ¿me ayudaron las explicaciones del autor a entender y a disfrutar más del poema? Este es el tema. Comprender y gozar… ambos, indisolubles para muchos.

Durante varios días el lector está absorto sumido a ratos en la poesía de Jaime Gil de Biedma y en sus innecesarias, pasmosas “explicaciones” (cielos, “¡lo que importa no es entenderlo, lo que importa es que te guste…!”). Y luego, en un momento banal e imprevisto, se cruza como si nada con un podcast sin aparente relación con el poeta. Un podcast sobre las letras de Bob Dylan.Entonces estalla la traca y el lector es feliz.

Paréntesis (este párrafo). Por los siglos de los siglos, sin que apenas influya la tecnología, estar “sumido, inmerso o absorto” parecen condiciones cognitivas, psicológicas, espirituales o culturales propicias para aprehender y disfrutar de la poesía y otras formas artísticas. A menudo basta el silencio, la luz del sol o de una vela. En una conservadora visión elitista de la cultura se dice que históricamente esas condiciones las han disfrutado, mayormente, selectos espíritus cultivados. Absorto en su fabulosa biblioteca, inmerso en la ópera divina… Pero hoy no parecen tan infrecuentes. Esas condiciones o estados se dan masivamente; por ejemplo, en muchos conciertos vividos por miles de espíritus jóvenes en muchos lugares del mundo, cada semana. Jóvenes que chupan, mezclan y absorben hasta la médula del cerebelo emoción e inteligencia, razón y pasión, tragedia y alegría. Una alegría sencilla, ancestral, tan humana como gratuita. “La parte más afectiva e irracional del poema la pone siempre el oído”. “En un buen poema no puedes distinguir entre emoción e inteligencia”. Ni en un buen concierto. No subestimemos al lector, al individuo empapado en el arte de Rosalía, Springsteen, Swift, Bad Bunny…

Estar “sumido, inmerso o absorto” parecen condiciones cognitivas, psicológicas, espirituales o culturales propicias para aprehender y disfrutar de la poesía

En el podcast sobre las letras de Dylan, el director del mismo, Ben Burrell, y su huésped en ese episodio, Daragh Carville, conversan sobre ellas de forma nada pretenciosa; distendida y sugerente, divertida; a ratos profunda y emocionante… enlazando sus vivencias personales de Dylan con informaciones e ideas de interés para el oyente, sin ombliguismos.

Cuidado: miles de podcasts y similares llevan años cambiando radicalmente quiénes y cómo opinan de los temas que trata este artículo. Cambiando el papel de creadores, expertos, mediadores, propietarios, vividores. La gran mayoría de ciudadanos, incluso quienes disfrutamos de cierta cultura, apenas tenemos conciencia de las vastas galaxias de productos digitales culturales en las redes sociales e industriales de la Tierra. Como oyente y lector esporádico de una ínfima fracción de tales productos mi impresión es que una buena pequeña parte ofrece información, teoría, análisis y pensamiento de un nivel muy alto, comparable al de los centros académicos, instituciones y medios culturales de mayor prestigio, tradicionalmente. Pero otros muchos podcasts son de una calidad cultural y periodística deplorable.

En un momento dado, hacia la mitad del programa sobre Dylan, salta la chispa y estalla la magia: son minutos dedicados a una canción única, “A hard rain’s a-gonna fall”. El título se refiere a una tormenta simbólica. Sugiere que algo muy fuerte va a pasar: “la que va a caer”, diríamos. Dylan la interpretó por primera vez en septiembre de 1962 y durante los 60 años siguientes, hasta hoy, ¡que no está mal! Una canción única porque, según el podcast, nadie había hecho una como ella. Para hacernos una idea del contexto, dice Carville, los Beatles acababan de grabar “Love me do”. Angelitos…

Al escéptico oyente común –no lo subestimemos– le divierten estos contrastes simples y crueles. “A hard rain’s a gonna fall” y “Love me do”… qué fuerte. No lo subestimemos pero tampoco olvidemos que no sabe nada de análisis poético.

El lector común nunca ha leído –o quizá no sería tal– textos fundamentales como el clásico de Carlos Bousoño (1970), en el que dicen queda claro que la puerta de entrada a todo análisis poético debe ser la sensibilidad.

Ahora podemos releer la cita inicial de Borges. Esa experiencia estética y esa sensibilidad con los libros significa el placer ante la presencia de la poesía, que acoge en su familia a la prosa y al verso. En Borges y en tantos otros, la poesía es una pasión y un placer.

Obviamente, todo lo que comentamos tiene causas y consecuencias políticas.

Políticas de la sensibilidad y el gozo, políticas que despiertan y educan sensibilidades y goces. Artísticas, democráticas, civilizatorias, emancipadoras, liberales.

La equidad de la educación primaria y secundaria, la calidad y de los medios de comunicación, y del debate social, la calidad democrática de las instituciones, el tono cultural de una sociedad… Políticas.

Musicalidad, sensibilidad, inteligibilidad, goce

Y como quien no quiere la cosa, Carville dice sin que se le despeine un acento que “A hard rain” es única también –¡y en eso se parece a “Love me do”, añade!– porque la musicalidad del lenguaje poético es en ella casi más importante que el significado: ahí ya queda claro que esa cuestión o hecho es relevante en el tema de la inteligibilidad y goce del arte. La cateta, pasional y venérea seducción musical (“la parte más afectiva e irracional la pone el oído”) versus la antipática y frígida inteligibilidad del mensaje. Porque, señoras, no olvidemos que esta y otras composiciones de Dylan eran y siguen siendo consideradas, con toda razón, canciones protesta (fuerte, ¿no?). Un término arcano, hoy en día. Carente de karma.

La eterna capacidad de la poesía y de tantas artes de hacernos sentir la voz de alguien que nos toca adentro y nos hacer sentir bien, o fatal… Por caminos poco racionales.

Hay versiones de “A hard rain”, fascinantes, en las que no se le entiende nada

¿La musicalidad del lenguaje, se pregunta el agnóstico oyente, o la (esa sí arcana) vocalización de Dylan? Porque hay versiones de “A hard rain”, fascinantes, en las que no se le entiende pero que nada; aunque uno haya nacido en la mismísima Duluth, Minnesota, o en el vecino Stevens Point, Wisconsin. ¿O acaso lo que nos lo hace tan claro y atractivo no es más que su precaria voz, su desdén, impostura, arrogancia, carisma, genio de Nobel inverosímil? 

No está mal que en la pequeña pantalla del móvil alguien te dé la letra.

Impertérritos ante las triquiñuelas lingüísticas de Dylan, melómanos avezados a diseccionar la música que se tercie, los dos expertos podcasteros señalan que la mayoría de versos de “A hard rain…” no presentan dificultad alguna, por favor, en ellos se ve y siente diáfanamente de qué habla la joven promesa folk: de un mundo desquiciado y cruel. Como en “me encontré a una mujer joven cuyo cuerpo ardía”, casi profética –dice Carville– de aquella imagen horrible de una niña gritando y corriendo desnuda tras un ataque con napalm en Vietnam en 1972, diez años más tarde. Una brillante, certera y cruda conexión del experto, me parece a mí.

Ah, qué bien: esos autores de podcasts meticulosos, atrevidos y divertidos, inteligentes y cultos. Poco dados a lo influencer facilón. What a fucking difference…

A Dylan no le da miedo y a Carville no le preocupa

Sin embargo. Sin embargo: “A hard rain” tiene numerosos versos enigmáticos.Que no se entienden, vaya. Y en estas Carville confiesa –con manifiesta inseguridad, ingenuidad, dulzura– su asombro ante uno inesperado e inexplicable, de una aparente, equívoca y venenosa sencillez, “I saw a white ladder all covered with water” (“vi una escalera blanca toda cubierta de agua”). Carville no entiende mucho qué pinta la escalera ahí en medio de recién nacidos rodeados de lobos, autopistas de diamantes, ramas negras con sangre goteando, martillos, pistolas, espadas. 

Pero si es puro Dylan. Recordemos que el tipo solo está empezando, estamos en 1962, ¡tiene 21 años! Faltan 54 para que gane el Nobel, aquel día inexplicablemente feliz para el dylaniano común. 

Por si acaso: en aquel lejanísimo 1962 yo tenía cinco. Años. Franco, 70. Le faltan 13 eternos años para agonizar definitivamente.

A ratos Carville balbucea. Mal asunto en un podcast: más de uno lo escucha conduciendo veloz por una carretera con más camiones y radares que diamantes a la vista. Pero a la postre le sale un pasaje auténtico y casi estremecedor, un pico del podcast. Dice: “A Dylan no le da miedo que el significado de sus versos no sea claro y obvio”. ¡No le da miedo, dice el experto! Y entonces Carville añade, con una profundidad emocional e intelectual que me parecen magníficas: “No sé qué pensé que significaba lo de la escalera blanca cubierta de agua, no me preocupa; de hecho, hace a la canción mucho más potente, pues la canción no es un simple ‘catálogo de horrores’, contiene también esa especie de extraños, misteriosos versos”. 

¿Entender qué significa? No me preocupa. ¿Qué significa entender?

Magia e inteligencia: Dylan. Arte. Eso es todo. Lo que el lector común necesita para disfrutar: paz interior, sensibilidad, ganas…

Para entender de alguna manera el poema quizá basta que te guste. Una buena forma de entender el poema es que te guste.

Un verso diferente, inexplicable. Que no necesita explicación para nada. Un estruendo de silencio y plenitud. Una leve felicidad personal.

Sencillas y cristalinas son también las palabras de cada uno de los cinco versos que inician cada una de las cinco partes de la canción: son siempre “hijo mío de ojos azules”; por ejemplo, “Oh, what did you see, my blue-eyed son?” (“Oh, ¿y qué viste, hijo mío de ojos azules?”).

Sumergidos en “A hard rain…” mientras estas partes se van repitiendo, hoy es imposible no pensar en algo muy distinto del tono tenebroso de la canción: el luminoso y romántico “As I remember your eyes were bluer than robin’s eggs” (“tal como los recuerdo, tus ojos eran más azules que los huevos del petirrojo”), que Joan Baez se dice a sí misma, nostálgica, lúcida y firme, mientras Dylan la llama desde una cabina telefónica en el Midwest. En Diamonds and rust, otra maravilla de canción. Por la ternura y la distancia con que ella cuenta la amorosa historia que vivieron, por la crónica que la canción ofrece de aquellos tiempos audaces, los de “A complete unknown”.Al parecer los huevos del petirrojo pájaro, de equívoco nombre, son de un azul no menos maravilloso, y con poca imaginación basta para intuir el partido que Dylan les sacó, a sus bellos ojos irresistibles.

Y entonces, cuando finalmente en “A hard rain…” ella, la madre (o el padre) le pregunta “qué vas a hacer ahora” a su amado hijo de ojos azules (“Oh, what’ll you do now, my blue-eyed son?”)… entonces no nos queda más remedio que leer el último párrafo del poema: “I’m a-goin’ back out ’fore the rain starts a fallin’, I’ll walk to the depths of the deepest black forest, where the people are many and their hands are all empty…” (“Volveré allá afuera antes de que la lluvia empiece a caer, caminaré hasta el fondo de la selva negra más profunda, donde la gente abunda y sus manos están vacías…”).

Este es el otro pico podcástico, poético y musical, emocional… en el que me sentí momentáneamente feliz y cercano a Carville y Burrell, al enlazar la experiencia literaria y musical de ellos y sus análisis con lo que unas horas antes había vivido leyendo los poemas y las ideas de Jaime Gil de Biedma. 

Este es el tema. Conexiones, vivencias… Comprender y gozar.

Y estas conexiones creativas las hacemos cotidianamente millones de personas, a una escala y con una densidad planetaria gigantescas, sin precedentes en la historia. Aunque minoritaria, desde luego.

No importa nada lo que pensemos de Dylan como ser humano, cuánto nos eche ‘patrás’ esto o aquello de su personalidad… seguro, seguro que no lo querríamos de yerno o cuñado. Son los poemas y las canciones de él lo que nos interesa, ¿no? Ni siquiera su bourbon. Aunque puedo decir que no está mal.

Cuando escuchas una canción, lo que más importa no es entenderla, sino que te guste; a menudo la parte más afectiva e irracional de la escucha la pone la amígdala cerebral, el epitálamo, quién sabe; en una buena canción no puedes distinguir entre emoción y razón. ¿Seguro… quizá…?

Quizá basta. Que te guste. Para entenderla. La obra.

Por supuesto: para disfrutarla es suficiente que te guste. Casi tautológico, casi.

Cuando la entiendes, también puedes disfrutarla más.

Cuando escuchas un poema, entenderlo de algún modo ayuda a gozarlo, aunque bien te puede gustar un montón sin entenderlo del todo. La parte más afectiva e irracional del poema a menudo la pone el oído interior. Escuchar y conectar con tus vivencias previas. En un buen poema ni puedes distinguir entre emoción y razón, ni falta que hace.

O un poco sí y no pasa nada por intentar aprender y disfrutar algo de teoría poética. 

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El autor agradece las sugerencias de Jordi Amat Fusté y Jordi Gracia García. Asimismo agradece a C.E. las suyas, y el gozo de su amistad.

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Miquel Porta Serra es investigador del Instituto de Investigación del Hospital del Mar (IMIM) y catedrático de Medicina Preventiva, Epidemiología y Salud Pública en distintas universidades (UAB, UNC, NYU, UPF). Su libro más reciente es Epidemiología cercana (Triacastela, 2022). En las próximas semanas aparecerá una nueva edición de su A dictionary of epidemiology (Oxford University Press, 2025).