[Este artículo contiene spoilers de Weapons]

En el desenlace de Weapons, las historias de sus protagonistas se entrelazan al cruzar el umbral de la puerta de la guarida de la bruja. La entrada a un verdadero infierno que ya presenciábamos de manera similar en Barbarian, el primer título de terror del director Zach Cregger.

En los últimos minutos de película, Gladys (Amy Madigan) es consciente de que debe escapar del lugar, después de que las sospechas comiencen a apuntar hacia ella. Esto provoca que avise al pequeño Alex (Cary Christopher) de que todos huirán esa misma noche y le prohíbe cruzar la puerta de su habitación, custodiada por sus padres. Una amenaza que provoca un nuevo hechizo por el que las personas bajo su poder no atacan si no se cruza una línea de sal.

Aquí se producen varios escenarios: por una parte Justine (Julia Garner) y Archer (Josh Brolin) son embestidos por Paul (Alden Ehrenreich) y James (Austin Abrams) tras cruzar la línea en el salón del piso de abajo; por otra parte, el pequeño se atreve a cruzarla en la planta de arriba para ver qué ocurre.

Archer consigue zafarse de un zombificado James y descender las escaleras al sótano, donde encuentra a los pequeños, entre ellos su hijo, quien están bajo el influjo de la bruja. La villana aparece entonces para sumarle a su arsenal y que ataque a Justine, quien acababa de desprenderse de Paul con un tiro en la cabeza, después de que no consiguiera frenarlo con el pela patatas.

Mientras tanto, Alex consigue rehuir de sus padres y entrar en la habitación de la bruja, donde repite el mismo encantamiento que ha visto realizar tantas veces. Una forma de hacerse con el control de todos sus compañeros de clase, después de que ate el pelo de la peluca de su captora en la rama con espinas del árbol mágico y la quiebre. Esto hace finalmente que los niños persigan a la bruja y muera despedazada.

La presión sobre los niños (y los no tanto) y las secuelas

Con la muerte de la hechicera, Archer se libra del conjuro y Justine se salva de morir estrangulada en el último momento. El doliente padre acaba yendo a la búsqueda de su hijo y de todos los demás niños que quedan libres de todos los encantamientos. Sin embargo, el control de la bruja durante tanto tiempo les ocasiona secuelas, y es más evidente en el papel de los padres de Alex, quienes no consiguen recuperarse nunca y el pequeño debe irse a vivir con otra tía (esperemos que esta sea mejor). 

Los niños retoman sus vidas durante los siguientes años, aunque algunos continuarán con problemas de por vidaEstá claro que el daño causado por la magia de Gladys es duradero, lo que podría tener que ver también con cómo la bruja se ha estado alimentando de ellos. Esta se presentaba como la tía enferma de Alex, un parásito que se recuperaba al nutrirse de sus familiares, pero quienes eran insuficientes para su mejoría y propiciaban que hiciera lo mismo con los pequeños. 

A pesar de todo lo que se nos cuenta, la identidad de la bruja podría ser completamente falsa, o al menos no tan cierta como creemos. En las partes del relato de Justine, Paul, James y Marcus, esta se presenta como la hermana de su madre, pero ya lo había hecho de otra forma. En la historia de Alex, Gladys se anuncia como la hermana de su abuela, una mujer a la que sus padres apenas recuerdan haber visto hace años, pero que están convencidos de que es parte de la familia. 

En mitad de sus mentiras, Gladys le cuenta a Marcus que el padre de Alex tiene «un toque de tisis», un término que se convirtió en un sinónimo de la tuberculosis y que a Marcus le choca por su anacronismo. Esta forma de expresarse y su avanzada edad hacen pensar que, o Gladys es una bruja que está engañando a todos, o que realmente es parte de la familia, pero podría ser muchísimo mayor de lo que creían o incluso un antepasado. Esto podría explicar la facilidad con la que Alex realiza el hechizo que acaba con la vida de ella. 

En cualquier caso, esta villana se presenta como la versión más extrema, indiferente y egoísta de aquellos adultos cuyas historias conocíamos. Y es que, al igual que ella, son innumerables las formas de presión que estos ejercen para sus propios cometidos (Justin haciendo beber a un alcohólico Paul, Archer colándose en la casa de los demás padres, Paul amenazando a James…). Marcus (Benedict Wong) y su marido son los únicos que parecen desinteresados por el bienestar ajeno y acaban siendo castigados por ello de la peor forma.

A esto se suma también la narración entre susurros del filme, con una niña que advierte de la facilidad de que cualquiera puede convertirse en un arma bajo el control de otras personas o de elementos externos (el alcohol, las drogas…), especialmente de los niños, quienes siempre acaban siendo los más perjudicados. 

El director de ‘Weapons’ explica la película 

«El capítulo final de esta película con Alex y sus padres es autobiográfico. Soy alcohólico. Llevo 10 años sobrio. Mi padre murió de cirrosis. Vivir en una casa con un padre alcohólico produce una inversión de la dinámica familiar. Y aquí la idea es que una entidad extraña entra en tu casa y cambia a tus padres. Tienes que lidiar con este nuevo patrón de comportamiento que no entiendes y con el que no tienes las herramientas para hacerlo», señalaba el cineasta Zach Cregger para The Hollywood Reporter.

«La metáfora del alcoholismo no me importa. No tengo nada que decir al respecto, porque las películas deben hablar por sí mismas, y si tengo que comentar qué debería aportar la gente, entonces he fracasado como cineasta», señala Cregger sobre una historia en la que retrata asuntos como la violencia, la egolatría o la lucha por liberarse del control ajeno. 

Curiosamente, Cregger intenta alejar Weapons de la política y los tiroteos en EE UU, a pesar de que son temas que subyacen de su inconsciente y quedan patentes de forma evidente a lo largo del título, con momentos tan delirantes como la aparición de un rifle colosal, el uso recurrente del número 217, o la presentación del bullying y el abandono hacia Alex.