Son los nuevos profetas que tiene el toreo. Las nuevas esperanzas también. Esas a las que se agarran los aficionados de toda la vida y … descubren los de nuevo cuño, y que sirven de contrapunto a los matadores que llevan más de dos décadas en las ferias. Entre unos y otros forman la Biblia del toreo, con todos ellos se ensamblan los carteles y se conforman las ferias. Y si el Antiguo Testamento es necesario como reclamo para llevar gente a la plaza, los que empujan por detrás son indispensables para asegurar el futuro del espectáculo.
En la función que abría la Feria de Begoña se dieron cita tres de los novilleros con mejor currículum y mayores posibilidades del actual escalafón. Se enfrentaron a una novillada de La Cercada, variada de hechuras, pero siempre dentro de una tipología acorde con su encaste, que ofreció una interesante conducta en términos generales. Emergió por su clase el que abrió feria, un ejemplar al que cuajó de cabo a rabo, tanto con el capote, como con la muleta, desde el recibo capotero, a los adornos de las primerías, un Aarón Palacio que huele y se desenvuelve como un auténtico matador de toros.
Tiene oficio el aragonés, que además lo interpreta con un trazo elegante y distinguido. Su faena a este animal fue sin duda la más redonda del espectáculo, una obra de dos orejas en cualquier sitio, que se quedó sin premio por sus fallos con el acero. Luego le cortó una oreja al cuarto, ejemplar más fuerte, pero menos claro. Bruto en sus ademanes, que no amilanaron sin embargo al torero de Zaragoza, quien, además de pasárselo muy cerca, resolvió con recursos hasta acabar imponiéndose a su antagonista. Faena, sin música, pero faena muy convincente, de las que miden de verdad la capacidad y proyección de un torero.
Gustó mucho también el portugués Tomás Bastos. Sobre todo, por la despaciosidad y lentitud de su trazo muletero. Ya se atisbó en el tercero, un animal que se acabó rajando pero que, hasta ese momento, su nobleza permitió que el torero sacara a relucir un toreo fino acabado y de trazo curvo. También frente al sexto volvió a hacer gala de ese toreo lánguido y expresivo. No tuvo el astado potencia que acompañara a su dulce acometida, pero el torero le puso fe, creyó en él y acabó metiendo al público en la obra.
A pies juntos saludó El Mene al segundo, otro novillo con virtudes, que además tendió a abrirse un tanto en cada muletazo. Lo buscó el torero bilbilitano en una obra de buen embroque, que hubiera adquirido más dimensión de acabar el muletazo por debajo de la pala del pitón. Cerró al toro a dos manos y lo pinchó en una ocasión antes de agarrar la estocada. Recogió una ovación desde el tercio.
No terminó de entregarse el quinto, pero le puso fibra y le echó carácter el Mene, y mediada la faena, consiguió darle relieve a la obra en una serie por cada pitón. Incluso arrancó la música. Cerró al novillo a dos manos, epilogó por manoletinas, pero, la espada, con la que falló reiteradamente, fue un borrón que eclipsó su dedicación.