Montado a caballo, en la ganadería familiar, el niño se enfrentó por primera vez a la embestida de una vaca en la dehesa extremeña. El animal se arrancó, y el galope y el quiebre se volvieron un desafío de obligatorio cumplimiento. Tenía seis o siete años, y supo que en aquel instante nacía un futuro rejoneador. Muchos años después, Diego García de la Peña cuenta en su currículum con tardes en plazas monumentales, ha sentido «más miedo» al rugido del público que a los pitones y ha cabalgado en polvorientos pueblos de cartón piedra para doblar a actores en películas del Oeste. Ayer, como asiduo de la Feria de Begoña y pregonero de la edición de este año, organizado por la Peña Miguel Ángel Perera, volvió a vivir el ambiente de El Bibio en el festejo de rejones que protagonizó su tocayo, Diego Ventura, junto a Rui Fernandes y João Ribeiro Telles.
Diego García de la Peña. / Lne
Su vocación taurina empezó pie, con el capote, pero en casa, en Plasencia, no se lo permitían: «Me escapé, tuve lío con la familia y, al final, me dijeron que podía torear a caballo». Debutó hacia 1970, «a la chita callando», sin figurar en los carteles. Preparó corceles propios, compró otros y se lanzó al mundo profesional.
El rejoneo, para él, es mezcla de deporte y teatro. «Siempre he tenido más miedo al público que al toro. En las plazas monumentales, cuando miras hacia arriba y ves una olla rugiente, impone mucho», confiesa.
Este coqueto extremeño –»tengo seis años más que Norma Duval y 19 menos que la difunta Lola Flores», bromea– se consagró a los ruedos, pero también en el cine. «De estudiante -relata- nos gustaba tener dinero fresco. España era entonces una gran industria del cine extranjero». Participó en cintas del «espagueti western» al igual que en superproducciones, con escenas multitudinarias de caballos reales, sin trucos digitales.
«Samuel Bronston (productor de filmes como ‘La Caída del Imperio Romano’ o ‘El Cid’, grabadas en territorio español) tenía más de 400 caballos», explica. Recuerda con humor un rodaje donde dobló a un actor que debía golpear a Sidney Poitier –primer actor negro en ganar un Óscar– con un sable, que, naturalmente, era de goma: «Fue muy divertido», ríe el maestro al mentarlo.
Los tiempos cambian y García de la Peña ve el presente del rejoneo con admiración, aunque gira el cuello hacia el pasado con cierta nostalgia. «Los caballos son Fórmula 1 auténticos y el momento técnico es extraordinario, pero antes teníamos más personalidad, éramos todos distintos», afirma. Considera que ahora «torean todos igual y con el mismo tipo de caballo». «Falta la emoción que había», señala, y cita las «trabas burocráticas» y los altos costes de un espectáculo para justificar que haya menos festejos de su especialidad.
Su vínculo con Asturias es sólido, por dos vías: la conyugal, por raíces familiares de su esposa, y por la Feria de Begoña, que es «de lo más agradable del mundo». Además, elogia que se mantenga la cita veraniega gracias a la Alcaldesa, Carmen Moriyón, cuya gestión piropea: «Gijón es una capital estival con Feria de Muestras, toros, concurso hípico, Semana Negra… como la San Sebastián de antaño».
Tras disfrutar de toda la feria taurina en compañía familiar, el maestro anuncia que regresará a Extremadura, «para secar» en un «calor infiernal», sonríe, con el conocimiento del que ha experimentado altos mercurio: la arena, en la plaza, y los desiertos, en el celuloide.
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