Jueves, 14 de agosto 2025, 20:48

| Actualizado 22:12h.

Jon Morillo es un joven irundarra aficionado a la bici que, no contento con haber subido hace menos de un mes 56 veces al monte San Marcial hasta completar los 8.848 metros de altitud del Everest, la semana pasada salió de Roncesvalles para recorrer sin parar todo el Camino de Santiago. «El camino francés es el camino más llano y directo, el mejor para hacer del tirón», señala. Esta travesía, que comenzó como un reto personal para el exciclista amateur y deportista de élite, «fue mucho más dura de lo que me imaginaba», admite. Morillo, quien asegura que empezó el Camino mentalizado para pedalear durante cerca de 30 horas, hace hincapié en la importancia de llevar soporte. En su caso, a pesar de hacer el Camino de manera individual, contó con el acompañamiento de un coche de la organización SP Tour (dedicada a rutas por montaña en Burgos y País Vasco), que durante las primeras horas le fue proporcionando alimentos de la marca Crown, con la que también colabora en redes. «Desde que hice el último reto sí que he notado una subida en los suscriptores tanto en Instagram como en YouTube», comenta.

Morillo, actual entrenador de juventudes a pedales y con casi 2.000 seguidores, pretende abrirse camino en el mundo de las redes. Pero no fueron solo sus seguidores quienes le animaron y acompañaron durante el reto: «Mi familia estuvo conmigo en el último tramo, los últimos 300 kilómetros, desde Villafranca», señala. El deportista, que asegura que no se había marcado ninguna expectativa de tiempo, admite que el reto del Camino en una sola sesión «se disfruta cuando uno llega». Su ruta planeada era de 780 kilómetros, aunque finalmente fueron 800, y apenas durmió «unos 10 minutos».

Cuenta, por ejemplo, que al pasar por Pamplona «fui por una zona de pabellones y empecé a dar vueltas por allí buscando la salida y de repente me di cuenta de que estaba en el mismo sitio que antes». Tuvo que parar en León por un pinchazo, lo que lo retuvo allí hora y media. La travesía comenzó el sábado a las 6.00 de la mañana entre puertos de montaña y acabó el domingo a las 13.00 horas, entrando a Santiago de la mano con su padre, quien lo acompañó en los últimos 30 kilómetros

Frío y calor

No todo el Camino fue disfrute. «Tuve bastantes momentos duros, sobre todo cuando llegué a León, porque eran muchas horas sin parar (kilómetro 500) y empecé a tener bastantes calambres, porque tenía muchísimo calor», asegura. Morillo ya contemplaba la posibilidad de sufrir calambres, pero no previó cuál iba a acabar siendo su peor enemigo: las temperaturas. «Estuve igual 4 ó 5 horas pedaleando a 40 grados», afirma. El problema llegó con el crepúsculo en Castilla y León, donde «refrescó un poquito». Una vez en Villafranca (kilómetro 600), comenzó «la parte dura de montaña», un terreno que, nada más coronar, le obligó a bajar el ritmo. Tuvo que ser asistido por su familia debido a un malestar profundo que, según explica, se debió a «hipotermia».

La parada fue breve. Se abrigó con varios jerséis y continuó su periplo. Reconoce que la última parte fue «durísima», a pesar de era también «la más bonita». «Al pasar de noche tampoco la pude disfrutar», lamenta.

Entre traiciones del GPS, luces sin batería, pinchazo e hipotermia, logró llegar poco después del mediodía a la plaza del Obradoiro, algo que recuerda con mucho cariño: «Fue muy guay ver a mi madre, mi hermano y mi novia allí esperándome», comenta, «pero sobre todo fue muy especial entrar en Santiago con mi padre».

Morillo, tras este reto, se reafirma en que «los límites son mentales, el cuerpo puede tirar más».

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