Agosto de 2021. El mundo se lleva las manos a la cabeza al ver cómo grupos inmensos de ciudadanos afganos se arraciman en los alrededores del aeropuerto de la capital, Kabul, para tratar de coger un vuelo que los sacara de su tierra. Gritos, ruegos, ansias, carreras, llamadas y papeles que valían la vida o condenaban a la muerte, en ausencia. Los talibanes habían ido avanzando por todo el país y estaban a punto de regresar al poder. Ya habían llevado las riendas entre 1996 y 2001 y todo el mundo sabía que lo traerían de nuevo. Por eso preferían aferrarse a un tren de aterrizaje, caer y morir estampados contra la pista que quedarse.
El 15 de ese mes de hace cuatro años se consumó lo que llevaba meses gestándose: un cambio de régimen que las fuerzas occidentales en el terreno no pudo parar. Cuatro años de una huida humillante de norteamericanos, británicos o españoles, desolados por dejar a unos civiles que, lo sabían, se iban a sumir de nuevo en el horror. Cuatro años de desmantelamiento de una administración deficiente, corrupta, con enormes lagunas, pero que había llevado al país más libertad, más igualdad, algo de aire. Aquel día 15, el presidente afgano Ashraf Ghani huyó del país y los talibanes tomaron el control total de Kabul, autodenominándose Emirato Islámico de Afganistán.
El colapso de la República Islámica se basó en un acuerdo entre EEUU y los talibanes, firmado en febrero de 2020. La mayoría de los analistas y hasta de los funcionarios norteamericanos daba por sentado que los talibanes no podrían gobernar Afganistán y que su Gobierno no duraría, si llegaban. Al fin y al cabo, eran tribus rurales con una creencia fundamental en una versión primitiva del islam y su control de Afganistán había sido, en muchos sentidos, un desastre. No acertaron. Resisten y no hay visos de que cedan, con sus problemas y retos.
En los primeros días, la estampa sorprendía. Talibanes que se dejan entrevistar por mujeres, talibanes que hacen ejercicio en el gimnasio del palacio presidencial, talibanes que comen helados y talibanes que juegan como niños en coches de choque. Eran imágenes que rompían con la estampa habitual de los islamistas, virales que se acompañaban de promesas hechas en pulcras ruedas de prensa: amnistía y no venganza con el adversario, respeto a las mujeres o prensa libre, dentro de los límites de la sharia o ley islámica, claro. Pasado el tiempo, sólo queda eso, la sharia.
Los talibanes han restringido severamente los derechos de las mujeres, imponiendo restricciones más severas que en cualquier otro país islámico. Por ejemplo, Afganistán es el único país del mundo donde las niñas, a partir de los 12 años, ya no pueden ir al instituto y, con ello, tampoco llegar a la universidad, completamente vetada para ellas. Sólo se las deja ir a escuelas coránicas, donde se les imparte algo de matemáticas o ciencias pero promoviendo los objetivos ideológicos de los extremistas.
El trato a las mujeres es la principal razón por la que los talibanes no han sido reconocidos como el Gobierno legítimo de Afganistán por muchas naciones; esa era su gran aspiración, para poder seguir recibiendo ayudas y comerciar con otros estados, en un contexto brutal de pobreza. También se les ha negado un escaño en las Naciones Unidas, nuevamente en gran medida debido a su trato a las mujeres. Recientemente, la Corte Penal Internacional (CPI) ha emitido órdenes de arresto contra dos líderes del Ejecutivo, Haibatullah Akhundzada, líder supremo de Afganistán, y Abdul Hakim Haqqani, presidente del Tribunal Supremo afgano, por su trato a las mujeres y niñas en Afganistán, recuerda en un informe especial sobre este aniversario la organización Human Rights Watch.
Un talibán vigila una cola de mujeres que tratan de recoger ayuda humanitaria, el pasado 23 de mayo, en Kabul.AP
Las mujeres no sólo tienen prohibido asistir a la escuela después del sexto grado, como decíamos, sino que tampoco pueden salir de casa sin un acompañante masculino. Deben llevar un velo que les cubra todo el cuerpo, si se deciden a pasar el dintel. El Índice de Desigualdad de Género -una métrica desarrollada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo que se basa en tres dimensiones: salud reproductiva, empoderamiento y participación en el mercado laboral- ubica a Afganistán entre los países con peores condiciones de trato a la mujer en el Gobierno, la educación, la salud y la participación política.
La violencia de género también ha aumentado. La presión de los radicales se traslada a los esposos y parejas y se multiplica el acoso en casa. También fuera, claro: las afganas sufren una alta tasa de acoso en la calle. Se han reportado ampliamente incidentes de lapidación y acoso verbal, hechos tolerados por el Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio del Talibán, una agencia gubernamental que, entre otras cosas, dicta adónde pueden ir las mujeres, qué deben vestir y cómo deben comportarse. Se asemeja a la Policía de la Moral de Irán. «Los talibanes han aplicado con rigor una draconiana ley de 2024 sobre la “propagación de la virtud y la prevención del vicio”, que estipula normas sobre vestimenta y comportamiento. Comités locales de control han realizado redadas en lugares de trabajo, vigilado espacios públicos y establecido puestos de control para inspeccionar teléfonos móviles e interrogar a ocupantes de vehículos y peatones», dice HRW.
Las mujeres que no siguen las normas de este ministerio creado ex profeso son castigadas, acosadas y, a menudo, golpeadas. Cuando las mujeres son arrestadas, a menudo enfrentan abusos verbales y tortura. Las afganas tampoco suelen tener voz ni voto en la elección de con quién se casan, y muchos de estos matrimonios forzados son resultado de la pobreza, que impulsa a los padres a casar a sus hijas, a menudo a una edad temprana. Voz, ni figurada ni real: los talibanes han vetado hasta por ley el sonido de la voz de las mujeres por ser una falta contra la modestia. Funcionarios talibanes también han detenido a personas por presuntas infracciones de la ley, como reproducir música, usar hiyabs inapropiados o no separar a mujeres de hombres en entornos laborales. Un escenario de asfixia.
El lastre de la pobreza
Hay muy pocas médicas o enfermeras en Afganistán, lo que no sólo supone un frenazo a su desarrollo profesional sino una condena a una atención deficiente a mujeres que no pueden ser vistas o tocadas por varones que no sean sus esposos. Las tasas de mortalidad materna son altas en comparación con otros países. Debido a la escasa asistencia médica disponible para las embarazadas, se estima que aproximadamente 24 mujeres mueren cada día en Afganistán por causas relacionadas con el embarazo. La mayoría de estas muertes se deben a complicaciones durante el parto. Debido a la falta de apoyo médico, la tasa de mortalidad infantil en Afganistán es de 62 muertes por cada 100.000 nacidos vivos, una de las más altas del mundo.
Una mujer afgana pide limosna a los coches que pasan en mitad de la nieve, con su hijo a sus pies, en una carretera de Kabul, el 17 de enero de 2022.Scott Peterson / Getty
Hablamos de un país que siempre ha arrastrado altos niveles de pobreza, pero desde la toma del poder por los talibanes han aumentado drásticamente, especialmente en las zonas rurales. Se estima que más del 90 % de la población afgana se enfrenta a la pobreza y la inseguridad alimentaria, según datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas. Y el Proyecto de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) estima que aproximadamente el 85 % de la población afgana vive con menos de un dólar al día.
¿A qué se debe ese aumento? En parte, a que los donantes que anteriormente apoyaban a Afganistán han interrumpido su apoyo. En estos años, Afganistán había perdido alrededor del 26 % de su producto interior bruto (PIB), ya que muchos de estos proyectos internacionales de desarrollo cerraron, lo que dejó a muchos afganos sin trabajo y sumidos en la pobreza. Con el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la Casa Blanca suspendió toda la ayuda a Afganistán (hasta cerrar USAID, su valiosa agencia mundial de cooperación), lo que ha agravado la situación recientemente.
La escasez de alimentos afecta con mayor intensidad a las niñas, ya que las familias pobres se ven obligadas a tomar la difícil decisión de alimentar a los niños antes que a las niñas. La tasa de mortalidad entre ellas es un 90% mayor que entre los menores varones.
El creciente nivel de pobreza se ve exacerbado también por la gran cantidad de refugiados afganos que están siendo repatriados forzosamente desde los países donde buscaron exilio, principalmente desde Pakistán e Irán, pero también en algunos casos desde países europeos y otros países donde buscaron refugio. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima que más de 96.000 afganos fueron deportados forzosamente a Afganistán sólo en abril de este año y que más de 3,4 millones de refugiados afganos han sido deportados de Irán y Pakistán desde 2023, «en medio de necesidades crecientes».
La mayoría de estos refugiados que regresan no tienen hogar ni trabajo al que reincorporarse. Muchos, de hecho, tienen la sospecha de ser colaboradores con el Gobierno previo, sencillamente porque en algún momento trabajaron con la administración o con las fuerzas occidentales en la zona. ACNUR explica que a veces le da a los refugiados que regresan una pequeña cantidad de dinero para trasladarse y acomodarse, pero reconoce que la mayoría regresa a la pobreza y, en muchos casos, no tienen hogar. Estos refugiados que vuelven se establecen, sobre todo, en áreas alrededor de las principales ciudades, especialmente Kabul, Kandahar y Herat, creando una gran población de familias desempleadas y empobrecidas.
El problema del retorno de refugiados se ha visto agravado por la decisión de Irán de expulsar a todos los afganos, que podría ser una consecuencia del creciente conflicto iraní con Israel y el impacto económico de las sanciones internacionales. Se ha sugerido en la prensa de Oriente Medio que Teherán consideraba que los afganos simpatizaban con Israel o Estados Unidos, por el pasado de sus mandos en la zona, y que actuaban como espías, aunque no hay pruebas de ello. Se estima que más de seis millones de afganos vivían en el país persa. ACNUR detalla que este año más de 1,4 millones de afganos han regresado de Irán.
Los medios de comunicación están controlados absolutamente por el Ministerio de Información y Cultura. Esto incluye el mando de periódicos, radio y televisión. La mayoría de los reporteros y periodistas han huido y no se permite la presencia de mujeres informadoras. Reporteros Sin Fronteras (RSF) sitúa a Afganistán en el puesto 175 sobre 180 en su Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2025. Según esta ONG al menos 12 medios se vieron obligados a cerrar en 2024. «Otro riesgo de que se desarrollen “agujeros negros informativos” en la región es la suspensión de los programas en onda corta de Radio Free Asia (RFA) en mandarín, tibetano y laosiano, tras la decisión de Donald Trump de desmantelar el organismo que los financiaba, la USAGM, en marzo de 2025», añade.
Los talibanes no tienen oposición, más allá de algunos señores de la guerra críticos o grupos terroristas divergentes, pero nada que le pueda hacer sombra en el poder. Muchos exfuncionarios del Gobierno afgano escaparon en la oleada de agosto de 2021 o inmediatamente después, o han sido asesinados. No se permite la disidencia política y se prohíben los partidos políticos o ideologías que no apoyan a los talibanes. Quienes se han quedado han guardado silencio, en gran medida, porque se juegan la vida.
En el plano armado, los opositores más serios son los del Frente de Resistencia Nacional, este ha logrado poco y no representa una amenaza seria para los talibanes. Otros grupos, como Al Qaeda y el Estado Islámico, si bien están presentes en Afganistán, no representan una amenaza seria para Kabul, que en otro tiempo. Estos cambios han resultado en una marcada disminución de los combates, lo que ha traído cierta seguridad al país. Al Qaeda y los talibanes, además, han colaborado estrechamente en el pasado, especialmente durante la guerra contra las fuerzas soviéticas y luego contra EEUU y sus aliados.
Turistas nacionales visitan el sitio de las históricas estatuas de Buda destruidas por los talibanes en 2001 en el valle de Bamiyán, el 26 de mayo de 2024.Bilal Guler / Anadolu via Getty Images
Nuevas estrategias
Como la ayuda de fuera no llega, los talibanes están optando por ciertas alternativas que ayuden a mover algo de dinero. Por ejemplo, el turismo, aunque parezca descabellado. El Ministerio de Información y Cultura afgano, encargado del turismo, informa que hay al menos 350 empresas turísticas operando en la zona, pese a la recomendación generalizada en Occidente de no viajar allí.
Las agencias humanitarias que cooperan en zonas rurales informan también de que ahora es posible viajar a zonas remotas de Afganistán, zonas que antes eran demasiado peligrosas o remotas. Esto se debe en parte a que los talibanes han acogido con entusiasmo a la población rural afgana, y si bien aún existen zonas que pueden ser peligrosas para viajar, gran parte del sentimiento antigubernamental en las zonas rurales ha desaparecido. Los viajes fuera de Kabul también han mejorado gracias al desmantelamiento de bloqueos de carreteras, la reparación de puentes y la repavimentación de carreteras.
En 2021, Afganistán era el principal productor mundial de opio, utilizado para la fabricación de heroína, pero los talibanes prohibieron el cultivo de opio en la primavera de 2022, con la excepción de que se permitió a los agricultores cosechar su cosecha inicial. Se estima que en 2024 se cultivaron alrededor de 12.800 hectáreas de amapola, cifra inferior a la registrada antes de la prohibición, cuando los agricultores plantaron más de 233.000 hectáreas. Sin embargo, debido principalmente a las dificultades económicas, los agricultores están volviendo a cultivar opio, a pesar de estar prohibido por el gobierno de Kabul.
En estos años, ha habido informes de corrupción a pequeña escala a nivel local, pero em general se ha reducido drásticamente. Era una de las banderas de los islamistas, en contraste con los gabinetes previos. Antes de 2021, numerosos funcionarios del Gobierno afgano, así como contratistas estadounidenses, amasaron fortunas desviando miles de millones de dólares destinados a proyectos públicos. La corrupción se manifestaba en todos los niveles, de modo que cualquier acción implicaba un soborno. Y eso dañaba los anhelos de limpieza y democracia, lo que hizo que los radicales fueran bien vistos por parte de la población si traían mejoras. A cambio de qué, queda claro.
Como dice Fereshta Abbasi, investigadora sobre Afganistán de Human Rights Watch, «el cuarto aniversario de la toma del poder por los talibanes es un sombrío recordatorio de la gravedad de sus abusos, en particular contra mujeres y niñas (…). Los abominables actos de los talibanes deberían obligar a los gobiernos a apoyar los esfuerzos para exigir responsabilidades a sus líderes y a todos los responsables de delitos graves en Afganistán». No parece que, por ahora, los dirigentes le hagan mucho caso.