En el verano de 2022, Mathias Brodkorb acudió a recoger a su hijo a un campamento de vacaciones y tuvo que pasar la noche en Leipzig. Le habían aconsejado el Museo Etnológico de Grassi, para hacer tiempo hasta emprender el regreso, y lo que … vio le irritó tanto que decidió escribir un artículo para la revista Cicero. Pronto se dio cuenta, sin embargo, de que e artículo se le quedaba muy corto. «¡No paraba de fluir! Así que decidí hacer un viaje de ida y vuelta a través de cuatro museos y también a la Bienal de Venecia, y escribir un libro sobre ello», ha resumido su motivación. El resultado es el libro ‘Mitos postcoloniales. Tras las huellas de una narrativa moderna’, de la editorial «zu Klampen», que está causando escozor en numerosos museos alemanes a los que acusa de haberse convertido en «máquinas ideológicas» que promueven una narrativa de «culpa eterna del Occidente blanco».

La familia de Brodkorb huyó de la RDA, la Alemania comunista, en 1987 y se estableció en Austria, la tierra natal de su padre. Tras la caída del Muro de Berlín, regresó a Rostock y estudió Filosofía, al mismo tiempo que hacía carrera política en el Partido Socialdemócrata (SPD). Fue presidente regional de la organización juvenil Jusos, miembro de la junta ejecutiva y practicó un intenso activismo contra el extremismo de derecha, antes de ser elegido en 2002 para el parlamento regional y convertirse en ministro de Educación, Ciencia y Cultura del Estado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental en 2011 y más tarde ministro de Finanzas. Este historial político es sin duda el que le ha permitido hacer tales afirmaciones contra la línea dominante en museos, universidades y medios europeos sin ser tachado de radical de derecha o racista. Su libro es una crítica sistemática a la «cadena comunicativa», que generalmente comienza en el «campo científico en el que no todo es ciencia», se transmite después a los museos y al mundo del arte, y finalmente termina con los discursos periodísticos públicos y políticos.

Brodkorb denuncia una retórica «simplista» de «colonos malos y africanos buenos» que ha sustituido a la «también acrítica» cultura colonial. «La historia es bastante más compleja», defiende, insatisfecho con el hecho de que esta línea «facilona» haya sustituido en muchas instituciones culturales y educativas la verdadera investigación. Recuerda que la historia colonial alemana duró solamente 35 años, desde que en 1884 que el Imperio alemán comenzó a establecer las llamadas áreas protegidas en el continente africano hasta que las perdió en la Primera Guerra Mundial, en 1919.

Sin embargo, «los activistas poscoloniales nos harían creer que la explotación, el robo de arte, la esclavitud y el racismo deben ser compensados sin fin». Tras estudiar pormenorizadamente los planteamientos de museos en Leipzig, Hamburgo, Berlín y Vinea, que elige porque cuentan con las mayores posesiones de bronce de Benín en el mundo de habla alemana, niega la base legal para la devolución de las piezas y anota que, si la hubiese, deberían ser devueltas a los descendientes de los esclavos del gobernante de Benín y no a las autoridades actuales del país africano.

Duras críticas

El libro subraya también cómo el esoterismo reemplaza en la retórica postcolonial a los argumentos científicos. Cita a Christian Schicklgruber, director del Weltmuseum de Viena hasta 2021, que afirmó haber sabido por un miembro de una familia sacerdotal indígena de Costa Rica con contacto directo con los espíritus que una representación del dios Sibú estaba cautiva en Viena. Y a la historiadora francesa Bénédicte Savoy, que cree recibir «mensajes» de los objetos de arte africanos que describe como dotados de «poderes singulares, historias intergeneracionales, un carácter, un poder, algunos incluso con una voluntad y un lenguaje». Apunta a una «reinterpretación ideológica que falsifica el contexto histórico para adaptarlo a una narrativa poscolonial», que genera a su vez una «culpabilidad postiza» y «distorsiona los hechos en favor de juicios morales».

Brodkorb critica muy concretamente el papel de las universidades como «multiplicadoras» del «dogma postcolonial», que «afecta a la objetividad en la investigación histórica», reemplazando el análisis crítico por una «narrativa moralizante que simplifica la historia y promueve una visión maniquea del pasado». En lugar de perseguir su tarea de recopilar, conservar, investigar y exhibir, las instituciones culturales se preocupan principalmente, en su opinión, de la «producción de su propia buena conciencia». Con este fin, no solo se ocultan hechos que no encajan en la imagen deseada, sino que a veces también se falsifican documentos históricos, según su planteamiento, y se refiere por ejemplo al ocultamiento del comercio de esclavos árabes dentro de África y a los sacrificios humanos en el Reino de Benín.

En Austria, el crítico Arno Orzessek cree que Brodkorb «da en el blanco» y critica que el Weltmuseum de Viena, que atribuye la colección de arte del emperador Francisco Fernando al colonialismo de naturaleza epistémica, olvida que Austria no tuvo colonias y carece de pruebas. Otras reacciones son más escépticas, como la del crítico alemán Karl-Heinz Kohl, que valora el tono provocador y la revisión de «certezas aparentes», pero considera que Brodkorb «exagera» y que «cita acríticamente fuentes coloniales contemporáneas». Otro crítico alemán, Ralf Julke, habla de un libro «valiente» y respalda la exigencia de una revisión más objetiva de la historia colonial.