Mi aproximación a este libro resulta cuando menos curiosa. Era apenas un estudiante de bachillerato cuando, en clase de filosofía, el profesor don Francisco Sancho Soriano nos habló de El vuelco de la Tierra y de su autor Juan Bonet Beltrán a quien calificó simplemente de “genio”. Aquella reseña me quedó grabada en la memoria de tal modo que, no obstante, no haber oído hablar nunca más de aquel libro, más de 40 años después recordaba título y autor. Como una suerte de déjà vu se me reveló la portada del libro. Fue en la Biblioteca Nacional donde calló en mis manos por primera vez un ejemplar de la obra de Bonet. De manera que, acudiendo por las tardes a la BNE me entregué a su apasionante lectura.

El discurso narrativo parte de un viaje a Egipto y con ello comienza un auténtico “viaje iniciático” para el autor y para el lector que se deje seducir por la voz narrativa. En un escenario histórico, en Guiza, inicia un diálogo fantástico entre el autor/narrador y la esfinge de piedra que acompaña el relato durante toda la exposición. Lo que puede hacer que el lector dude si se encuentra ante una especie de “revelación” o ante un recurso narrativo más propio de literatura de ficción. A medida que avanza el relato, el autor va casando hábilmente la argumentación científica con pruebas y evidencias extraídas de los mitos y textos de distintas tradiciones, la arqueología y autores clásicos.

El libro formula la teoría que llama el vuelco del planeta, según la cual, aparte de las estaciones, existiría otro cambio alternativo o cíclico en el clima terrestre. Bonet introduce una originalidad en la literatura de divulgación científica: la mitología y la arqueología como fuentes de apoyo e interpretación de la hipótesis científica.

En un lenguaje ameno y accesible al gran público, el autor parangona la Tierra a un giroscopio y trasladando el funcionamiento de este aparato al sistema solar explica las causas que originan la precesión de los equinoccios, así como las razones que dan lugar a la precesión de plano en la que la Luna (retrógrada cada 19 años en su órbita alrededor de la Tierra) es causa del movimiento de balanceo o cabeceo del eje terrestre llamado nutación.

Las mareas que se producen en la Tierra por las atracciones gravitatorias que ejercen la Luna y el Sol son las fuerzas de frenado que actúan sobre el giroscopio terrestre. La Luna parece ser la principal responsable de la inclinación del eje terrestre por efecto de su proximidad a la Tierra y a causa de la atracción gravitacional.

«La Tierra tiene el eje orientado hacia el Sol […] durante larguísimos periodos de tiempo, y por ello interviene una diferencia constante de radiación solar sobre la Tierra, producida por una desigualdad entre los tiempos que transcurren entre el equinoccio de primavera al de otoño, que es de 186 días, y el que emplea la Tierra en recorrer la órbita desde el equinoccio de otoño al de primavera que es de 179 días […] un tiempo de siete días durante el cual el hemisferio Norte recibe mayor radiación en su tiempo cálido que la recibida por el hemisferio Sur en su época cálida también». Y es precisamente este periodo de siete días la causa por la que, a lo largo de milenios, un hemisferio se calienta más que el otro y, como consecuencia de ello, los hielos polares retroceden al tiempo que avanzan en el polo opuesto. «Esta y no otra es la causa de las glaciaciones».

De aquí llega a la conclusión «revolucionaria» que la diferencia de calentamiento de ambos hemisferios de la Tierra produce en uno de los polos la fusión de hielos y, en el otro, una acumulación o glaciación. Este desequilibrio de la masa a lo largo del eje del planeta, sometida a la acción de la fuerza centrífuga orbital, provoca una brusca erección del eje terrestre, y como consecuencia de ello, una violenta precesión, dando lugar a que en la Tierra se produzca un «vuelco giroscópico». Los polos quedan invertidos (con ello el magnetismo terrestre cambia de polaridad), lo que significa que el Norte se sitúa en el Sur y el polo Sur ocupa la posición del polo Norte. Las consecuencias de este cambio brusco y violento por inversión de los polos provoca un gran cataclismo.

La Tierra mantiene por inercia la misma dirección de rotación sobre su eje, pero invierte su giro respecto al Sol que saldría lo que antes del vuelco era el Poniente y se ocultará por lo que era el Naciente. Los continentes cambian su tendencia de desplazamiento, manteniéndose la constante de hacerlo en sentido contrario al giro de la Tierra, provocando plegamientos y deformaciones que producen violentos terremotos y un aumento de la actividad volcánica. El cambio de giro terrestre provoca en las masas oceánicas la formación de violentas corrientes y oleajes de proporciones gigantescas. Al pasar el polo helado o en glaciación (actualmente la Antártida) a las zonas de mayor radiación solar, el Sol funde rápidamente grandes masas de hielo que en ingentes cantidades pasa a la atmósfera en forma de vapor de agua y que, al condensarse, se precipitan en forma de lluvia torrencial provocando grandes inundaciones y aumento del nivel de las aguas oceánicas. Y ello porque el polo, ahora en glaciación, no es capaz de helar con la misma rapidez que la masa de agua liberada por el polo en deshielo.

La tesis de Bonet sobre el vuelco de la Tierra está en línea y a la altura -me atrevo a decir- de la teoría del deslizamiento de los polos formulada por Charles Hapgood en su libro The Earth’s Shifting Crust (1958), prologado nada menos que por Albert Einstein; autor también de Path of the Pole (1970) en el que se esboza la teoría de la tectónica de placas; o de Hugh Auchincloss Brown quien en 1948 lanzó la hipótesis del desplazamiento polar catastrófico, entre otros autores.

En apoyo de estas teorías existen numerosas pruebas -según Bonet- que evidencian el desplazamiento son los restos de dinosaurios (animales como se sabe de climas cálidos) en las Islas Spitzberg (Noruega), en el círculo polar Ártico; o el descubrimiento en 1900 de un mamut congelado junto al río Berezovka (Siberia) en perfecto estado de conservación. Lo que es una prueba de que aquel animal debió verse sorprendido por una rápida congelación que le causó la muerte mientras pacía plácidamente, lo que se explicaría por un súbito desplazamiento de una zona menos fría hacia una zona glacial. A esto se suman diversos argumentos y pruebas basadas en la arqueología, el paleomagnetismo y documentos antiguos, como los mapas de Reis.

Las teorías de este canario de adopción que fue Juan Bonet, sin quererlo, cobran actualidad en una época en que el debate y la disidencia científica un terreno cada vez más restringido por el dogmatismo dominante. Del autor poco sabemos, salvo que vivió en Canarias, fue piloto militar y a la postre comandante en la aviación civil. Cuando están a punto de cumplirse los 50 años de la publicación de El vuelco de la Tierra sería deseable la reedición (para quien quiera recoger el guante) de este libro que bien merece una lectura con mente abierta y sin prejuicios y que contribuya al debate público y sosegado sobre un tema candente.

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